Los nuevos funcionarios del Gabinete nacional están intentando darle un dinamismo a la gestión pública que los salientes no habían aportado, en parte por el desgaste pandémico y en parte por la inexperiencia en el juego del poder.
Se están apurando decisiones. Se está convocando al diálogo a sectores con los que hubo fricciones o directamente no existió intercambio. Se está buscando devolverle a la Casa Rosada el rol de epicentro de la agenda pública.
Juan Manzur, el pragmático caudillo del norte que asumió en la jefatura de Gabinete, busca sacarles la modorra a los ministros. El martes se reunió con varios. Y los convocó a todos para este miércoles a las 7:30 en la Casa Rosada. Empezó a pedir informes y a repartir órdenes.
La calma y los pasillos casi desérticos que hubo en la Casa Rosada en los últimos dieciocho meses han quedado atrás. Ahora es un constante entrar y salir de funcionarios nacionales y de las provincias. Hay marcha acelerada en los caminantes. Todos están apurados.
Dos datos
Manzur tiene dos datos, los mismos que montaron en cólera a Cristina Kirchner: los ministerios llegaron a las elecciones primarias con subejecución presupuestaria. Y eso es inconcebible en la lógica electoralista de “gastar bien” antes de ir a las urnas para mejorar el humor social.
El segundo dato es que, hasta julio, el déficit fiscal fue del 0,7% del PIB, cuando la pauta anual era del 4,5%. Esto se explica por un mayor ingreso de recursos a las arcas públicas, pero también por una demanda de dinero de los ministerios inferior a la prevista.
El tucumano brindó ayer su primera conferencia de prensa. Fue junto a Carla Vizzotti. No hizo un discurso extenso y tampoco dio respuestas prolongadas. Fue al hueso, decidido, con datos sobre la mejora epidemiológica y una defensa acérrima de la política sanitaria.
De aquí a las elecciones legislativas del 14 de noviembre el Gobierno volcará alrededor de 400.000 millones de pesos a las calles que no estaban previstos antes de la derrota en las primarias. No hay riesgos de un desborde social, pero sí certezas de un nuevo revés electoral.
La cuenta que hacen en la Rosada da que Juntos por el Cambio sumó solo 700 mil votos, pero se derrumbó el oficialismo. Por eso el enemigo a doblegar no es el voto opositor, sino el votante desencantado que ni siquiera fue a votar.
El Frente de Todos quiere recuperar algo de los más de cinco millones de votos que perdió en relación a 2019. Pero la misión de Manzur va más allá: tiene la responsabilidad de mejorar la gestión para que el oficialismo pueda llegar con algo de chances al 2023.
Camino
En el camino, Manzur buscará descomprimir al Presidente, quien desde que asumió ofició de articulador de los ministros y vocero presidencial, dos puestos que su propia tropa juzgó débiles y que fueron los primeros en cambiar tras el golpe de tablero de Cristina.
Tras el cimbronazo interno por el desplante de Cristina al Presidente, el Gobierno renovado intentará mostrar cordura. Incluso no se descarta un llamado a la oposición para apaciguar las aguas tras casi dos años de tiroteo dialéctico inconducente.
Será por amor o por necesidad. Porque si el Frente de Todos no suma al menos 2,5 millones de votos, no solo perderá la mayoría en el Senado sino que dejará de ser la primera minoría en Diputados. Y para aprobar las leyes tendrá que hamacarse.
En la oposición a Manzur lo miran de reojo. Recuerdan el consejo que le supo dar en febrero de 2020 a Sabina Frederic, en una reunión del Consejo Federal de Seguridad Interior: “Vos tenés que poner a alguien que los escuche y después nosotros hacemos lo que queremos”. Ese es su paradigma.