“He terminado mi carrera, he concluido mi misión. Para vivir estéril, inútil y deprimido, es preferible morir. ¡Sí, que se rompa, pero que no se doble! He luchado de una manera indecible en los últimos tiempos; pero mis fuerzas, tal vez gastadas ya, han sido incapaces para detener la montaña... ¡y la montaña me aplastó!.....! ¡Ah, cuánto bien ha podido hacer este partido, si no hubiesen promediado ciertas causas y ciertos factores!” Del Testamento Político de Leandro N. Alem
Luego de la catástrofe del cavallo-delarruismo, el radicalismo no se pudo recuperar jamás como el gran partido de la clase media que supo ser. Dos de sus candidatos a presidentes fueron Leopoldo Moreau, quien hoy es un ayatollah kirchnerista y Ricardito Alfonsín, el hijo del fundador de la democracia actual, que también se hizo kirchnerista pero propuesto nada menos que por...Alberto Fernández. Para colmo, ahora tienen de presidente partidario a un tipo que acaba de partir el bloque de diputados del partido que él mismo preside ¡yéndose con los que se fueron!, pero sin renunciar a la presidencia de la UCR. Se llama Martín Lousteau y aunque parezca que este absurdo es insuperable, el tipo tiene antecedentes aún peores, como haber creado la circular 125, lograr que la hicieran suya el matrimonio Kirchner, y cuando el país les explotó en las manos (lo cual no podía ser de otra manera con esa circular confiscatoria que prácticamente estatizaba el comercio exterior) y los Kirchner amagaron con renunciar, el tipo rápidamente huyó para pasar a la oposición. Tiempo después cuando fue electo como diputado nacional por Juntos por el Cambio, apenas asumió fracturó el bloque exactamente como hizo ahora. Pero en aquel entonces era un mero diputado, hoy -lo repetimos porque nos cuesta creerlo- fracturó el bloque del partido que preside. Si don Leandro Alem resucitara, se suicida por segunda vez. Pero no sólo por Lousteau, sino por todas las cosas que se vienen aguantando los radicales. Moureau puede ser una casualidad, pero si le sumamos Ricardito, ya dos casualidades es medio difícil, ahora, si se le agrega Lousteau, ya no hay casualidad posible. Hay simplemente locura.
Alem se suicidó criticando a su partido y dejando la herencia de que se rompa o se quiebre, pero que nunca jamás se doble. Ahora pasaron las dos cosas, se quebró en dos (cuando menos, porque esto parece sólo el principio) pero también se dobló para las dos lados. Unos se fueron a votar con los kirchneristas, los otros sólo pueden ser segundones de Milei, como antes lo fueron de Macri. Y algunos, como los radicales peluca, se hacen directamente mileistas. Todos quebrados, todos doblados. Sin saber en absoluto quien tiene razón.
El radicalismo a nivel nacional parece sufrir una agonía parecida a la que en Mendoza está sufriendo el partido peronista local. Ambos tuvieron épocas de grandeza, pero hoy casi no tienen votos propios y van en caída libre. En los dos la causa es que han perdido en algún lugar del tiempo su identidad, y por más que algunos -los más coherentes- la buscan, no la pueden encontrar. El PJ mendocino es el partido del 15%, la UCR nacional es el partido de no más de un dígito.
Sólo le van quedando unos pocos gobernadores (es cierto que algunos son de provincias importantes como Mendoza o Santa Fe) y muchas intendencias que a modo de tribus independientes sobreviven como pueden.
Es que, con Milei, a toda la clase política, le pasó por encima un ciclón o un tornado de altísima potencia. Como un viento huracanado que soplando raudamente les hizo volar todas sus casas y enseres, dejándolos en la pampa y en la vía. Algunos como los radicales se quebraron y se doblaron a la vez, mientras que Mauricio Macri eligió doblarse enteramente a ver si estando bien agachado, el tornado le pasaba por encima sin tocarlo. Desde esa incómoda posición despotrica todo lo que puede contra Milei, pero al mismo tiempo le vota todo. Intentando ver si puede hacer lo que decía Perón, eso de que a la evolución no se la puede detener, o se va en la misma dirección que ella o ella te aplasta. Ante ese dilema, Perón proponía ni colgarse ni enfrentarse con la misma. Su idea era la de cabalgar la evolución a ver si se la podía conducir para que su marcha no fuera a ciegas, hacia cualquier lado y destruyendo todo lo que tocara a su paso. Macri quiere hacer exactamente lo mismo con Milei, ponerse una montura y cabalgar sobre el tornado desencadenado a ver si le otorga una potencialidad más constructiva que destructiva. O que al menos, su potencia destructiva deje algo en pie para cuando llegue el momento de construir. Al menos Macri tiene una idea, los radicales ninguna.
Los más racionales son los que están tratando de resistir los efectos del ciclón haciendo una oposición constructiva. No tanto como Macri que lo acompañó en los dos vetos, pero sí defendiendo estos radicales su política económica, votando la ley bases y aceptando todos los diálogos que les propone el gobierno. Esos diálogos por los cuales una lousteausiana el otro día insultó a Pamela Verasay, nuestra comprovinciana y correligionaria cornejista y por lo tanto opositora colaboracionista del gobierno nacional. Pese al esfuerzo del pobre Julio Cobos tratando de mantener unidos a los que ya no tienen nada que ver entre sí.
Estaba cantado, el tipo siempre hizo lo mismo. Se afilió al radicalismo en 2017 para poder ser candidato a algo. En 2021 apenas asumió como diputado nacional por la UCR, rompió el bloque igual a como acaba de hacerlo ahora y a los que no rompieron con él les dijo mediante una carta abierta que “La UCR no piensa en construir mayorías, prefiere salvar los privilegios”. Ahora seguro los va a acusar de mileistas o de lo que le venga en ganas.
Pero aún así sigue siendo notable, algo fuera de serie debe tener este Martín Lousteau para haberse transformado en el ángel exterminador de los partidos políticos argentinos. En 2008 casi hace estallar al peronismo. Ahora hizo estallar al radicalismo. Entre medio dejó plantado a Macri como embajador de Estados Unidos cuando más lo necesitaba, o sea apenas asumió Trump. Y en los tres casos, a esta especie de verdugo bíblico, lo eligieron sus propias víctimas creyéndolo un salvador. Y el tipo sigue pensando que lo es. Pero nos ensañemos con el minúsculo personaje. Porque, como hemos dicho tantas veces, la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar