Lo que les relataré hoy, sucedió en 1971. Había concurrido a ver el estreno de una película argentina dirigida por Leopoldo Torre Nilsson. En ella actuaban Alfredo Alcón y Norma Aleandro, entre otros. La música la había compuesto Ariel Ramírez.
¿Como se llamaba la misma? En la primera palabra del título estaba el nombre de nuestra figura de hoy y después se completaba con…”La Tierra en Armas…”
La palabra que omití, era el apellido de un patriota de la historia argentina: Martín Miguel de Güemes.
Mi ignorancia de joven, más la fuerte influencia de algún profesor del colegio secundario, que no compartía seguramente la ideología de nuestro protagonista de hoy, jugó un rol en mi mente, de desmerecimiento del jefe militar al que me referiré.
La película que mencioné, por el contrario, daba relevancia a la figura histórica.
Mi curiosidad y mi contradicción interior me llevaron a profundizar sobre su trayectoria, hasta modificar totalmente mi opinión.
Expresaba la escritora Lucía Gálvez con respecto a Güemes: “Quien se acerque a Salta, la víspera del 17 de junio, podrá ver; al pie del cerro San Bernardo, grupos de guitarreros reunidos para recordar la noche en que murió el general, que lo era”.
Al día siguiente, e incluso en la actualidad, la ciudad de Salta engalanada y festiva, acudió a desfilar en honor del defensor de la Patria, que supo combatir a los poderosos ejércitos realistas y expulsarlos de su tierra.
Nuestro hombre de hoy, nació en Salta, en febrero de 1786. Pasó su infancia entre la ciudad y el campo. Aprendió a conocer a su gente y su manera de vivir.
Desde los 14 años siguió la carrera militar; primero en Salta y luego, en Buenos Aires, donde combatió contra los invasores ingleses y afianzó con algunos porteños, amistades que durarían toda su vida.
Desde el comienzo de la revolución, fue uno de los primeros en recurrir a la ignorada masa campesina –cuyas aptitudes de valor y fidelidad conocía muy bien- y supo despertar, el entusiasmo patriótico en esos paisanos que adoptarían el nombre de “gauchos”.
Durante diez largos años, la Quebrada y la Puna serían el escenario principal de las guerras de la independencia.
Pueblitos encantadores, recorridos tan sólo por recuas de mulas, cobrarían una vigencia insospechada.
Purmamarca, Tilcara, nombres que evocan a los antiguos dueños de la tierra, aparecerían constantemente en sus partes de guerra.
Poco tiempo después de su triunfo en la batalla de Suipacha, fue designado por el Cabildo, Gobernador Intendente de Salta.
San Martín quiso conocerlo y una admiración recíproca se despertó entre ambos. Lo nombró posteriormente Jefe de las Milicias Campesinas.
Comenzaba la Guerra Gaucha en la frontera norte.
Trataba –ya era Coronel- de no librar nunca una batalla con su ejército, muy pobremente equipado, donde escaseaban alimentos, armas y hasta uniformes. Pero sí peleaba, en escaramuzas y emboscadas. Conocedor del terreno, ganaba siempre.
Eran encuentros breves, fugaces, pero plenos de audacia y romántico heroísmo. Sus hombres lo siguieron con fanática devoción.
Y llegó el 10 de junio de 1821. Una delación y una conjura realista, rodeó la casa de su hermana en Salta.
Él salió a caballo con algunos gauchos, pero una bala certera le dio en la cadera y atravesó su ingle.
Abrazado al cuello de su caballo, pudo escapar con unos pocos hombres. En una camilla improvisada con ramas y ponchos lo llevaron hasta la quebrada de La Horqueta.
Siete días de dolorosa agonía, en los que sólo pudo exclamar refiriéndose a su joven esposa: “Mi Carmen no tardará en seguirme. Morirá por mi muerte así como vivió mi vida”. Era el 17 de junio de 1821.
Tres semanas más tarde el General San Martín desconociendo la muerte del heroico caudillo salteño –ya general- entraba triunfante en la ciudad de Lima.
La historia de América había comenzado a cambiar
Y un aforismo final para esta relevante figura de nuestra historia
“Los valientes suelen tener temor. Pero… lo enfrentan”.