Aunque no lo quiera mucho a Diego Armando Maradona (en 2016 lo llamaba Mardedroga y decía que Pelé era inmensamente superior a él), el presidente Javier Milei está convencido de que él en economía y en política (cuando menos) es como Maradona en el fútbol. Del mismo modo que Maradona estaba convencido de que él era Dios. Nada del otro mundo ni de este mundo, sino propio de este país. Al fin y al cabo todos los argentinos pensamos por décadas que Dios era argentino (ahora quizá lo pensamos menos desde que Dios, o vaya a saber quién, junto a una buena cosecha -que nos sigue mandando- también nos envió el diluvio universal). Pero en eso de creerse mucho más de lo que son, Maradona y Milei son dos argentinos más que representativos de nuestra idiosincracia. Además tienen a millones de seguidores que también los creen mucho más de lo que son.
En realidad, aunque Milei alguna vez lo discutiera, Maradona (sea el primero, el segundo o el tercero del mundo) fue un jugador de excepción. Un artista genial dentro de la cancha. Pero fuera de ella, sin dejar de ser ingenioso en todas sus respuestas lo que demostraba una inteligencia nada menor, representó la mayoría de los defectos culturales de los argentinos (los hizo suyos de una manera arquetípica) además de algunos de su propia factura que les añadió. Su modo de morir fue un triste ejemplo de ello. Pero mucho de su modo de vivir también. Algunos dicen que lo importante es el Diego en la cancha, que lo de afuera no importa. Pero eso es falso, porque el Maradona de fuera de la cancha tampoco era un tipo común, sino una síntesis impresionante de nuestro más discutible modo de ser (el que nos conduce de fracaso en fracaso, porque la “casta” salió de algún lado). Universal en la cancha, argentinísimo fuera de ella.
No obstante, para que esta crónica sea completa, es preciso reconocer que el primer Diego tuvo muchas virtudes fuera de la cancha, también arquetípicas de los argentinos, como el enorme esfuerzo, dedicación, vocación, voluntad y perseverancia que puso ese jovencito muy humilde para triunfar y llegar no sólo a las grandes ligas, sino a conquistar el mundo. Con genio solo no hubiera llegado tan alto. Él también puso mucho de lo mejor de sí, de lo que le venía de abajo, de su familia, de su barrio. Solo, que como suele ocurrir, tantas veces, las alturas marean.
Milei, hasta ahora, sin poder calificarlo de genio ni mucho menos (esa calificación dejemos que la haga él y sus muchísimos fans, algunos de los cuales lapidarán esta columna por no considerarlo genio a su rockstar de la política) está demostrando que en política (no sólo en economía) no es nada tonto, que comprende perfectamente su lógica además de expresar acabadamente el clima de este tiempo, de confrontación permanente. Lo cual también lo identifica con Maradona que se vivía peleando con todo el mundo. Lo único nuevo es que ahora el maradonismo llegó a la política. Milei y Maradona, ven enemigos por todos lados y por eso se la pasan desenfundando el puñal, como el gaucho Juan Moreira frente al sargento Chirino. Argentinos hasta la muerte. Y es que no aceptan que alguien no los pueda considerar los mejores del mundo, como ellos saben que son. Maradona lo demostró en la cancha pero por fuera fue casi todo lo contrario. Milei se pasa repitiendo que lo que hizo en estos diez meses no lo hizo nadie más en la humanidad (literalmente), aunque lo cierto es que lo que hace en la cancha (aunque tenga defensores y detractores por igual) es interesante, pero cuando se pone agresivo como Maradona ,salvo mantener el aplauso (hoy por hoy bastante prescindible porque falta mucho para las elecciones) de sus hinchas fanáticos, le resta mucho más de lo que le suma. Vivir en permanente conflicto no es sano para la salud social ni institucional ni personal. La agresión sólo crea más agresión. Por eso no sería imposible pensar que le pueda ir como a Maradona, bien en la cancha y mal fuera de ella. Lo cual sería una pena, cuando tiene una verdadera oportunidad de pasar a la historia, como el superador de la debacle que lo precedió.
Pero él es así, despreció a Maradona ensalzando a Pelé (lo cual no tiene nada de malo, porque quien de los dos fue mejor es por demás opinable) pero además hizo un cuadro comparativo entre ambos donde a Maradona lo definió como un gordo drogadicto al que le gustaba besar hombres en la boca (lo cual para los que odian a la homosexualidad -como la odiaba Milei al menos en 2016- esos besos son todo un pecado). Pero no sólo despreció a Maradona, sino que cada semana elabora su propio listado de gente a la que insultar, a veces dentro de la lógica de la pelea política, pero la mayoría por el mero gusto de agredir injustamente.
Veamos sino, algunos ejemplos de apenas los últimos días. Algunas peleas las gana, otras las pierde o las empata. Algunas son justas, otras injustas. Pero lo significativo es que la pelea, el conflicto son su modo sustancial, central de hacer política. Más incluso que los Kirchner, lo cual ya es mucho decir.
Milei contra Villarruel porque alabó a Isabel Perón. Y por consecuencia, Milei contra Isabel a la que acusó (con bastante razón) de defender la triple A y pedir el aniquilamiento de la guerrilla. Milei contra Cristina, pero acá son dos, tal para cual, que creen -cada uno- que le conviene pelearse con el otro para acumular poder político (lo más seguro es que uno de los dos se equivoque fatalmente: lo mismo hizo Macri contra Cristina y el que la erró feo fue él). Milei contra Ginés González García (el ministro de Salud peronista durante la pandemia) al que insultó y humilló con ferocidad y hasta resentimiento, como quizá nunca lo haya hecho ningún presidente ante un hombre, justo el día de su fallecimiento, algo que no se hace aunque más no sea por mera cortesía y elemental respeto. Milei contra Diana Mondino, la lid más reciente, pero esto está dentro de la lógica política. La pobre señora canciller votó como lo hizo el mundo entero (menos Estados Unidos e Israel) por levantar el embargo a Cuba (una antigualla fenomenal) y al instante fue despedida sin miramientos. Milei contra la Universidad, otra pelea durísima en la cual los estudiantes y académicos se ganaron a la mayoría de la opinión pública por graves errores del gobierno en encarar la necesaria polémica, pero que ahora el presidente la está empatando por el empecinamiento de la UBA en no dejarse auditar por el Poder Ejecutivo, algo que la está malquistando incluso con mucha gente que simpatizó con sus movilizaciones. Y la peor de todas, Milei contra Alfonsín, sin ningún lugar a dudas, injusta y difamatoria. Seguir insultando a Raúl Alfonsín, el fundador de la democracia que ya superó los 40 años -emparchada pero vivita y coleando- está mal, muy mal, aunque no se piense igual. Lo acusó de haber huido de su deber en los 80 y de haber sido golpista en los 90. Alguna vez boxeó, según sus propias declaraciones, con un punching ball con el rostro de Alfonsín, y decirle rata o comunista son sus insultos frecuentes hacia el gran ex-presidente que merece todos mis respetos. Nunca Milei fue más injusto y nunca estuvo tan equivocado. Los Kirchner al inicio de su mandato lo quisieron borrar de la historia a don Raúl porque lo veían como un precedente progresista y ellos querían ser los primeros. Milei lo demoniza porque lo ve como su enemigo ideológico. Sin embargo, a pesar de ellos Alfonsín cada día crece más en la historia grande. Para terminar, una pelea de color, la de Milei contra los reyes magos, porque decir, como dijo esta semana, en una conferencia, que los reyes magos son los padres, es algo del todo antipático que los adultos no suelen decir en público para que no los escuchen los chicos. Aunque, hay padres tarados que ya de chiquitos, les dicen a sus hijos esa tontería que dijo Milei. Que además es falsa, porque los reyes magos existen para todos los que quieran creer en ellos. Que, casualmente, son todos los niños del mundo. En fin, una tontería que demuestra que Milei no tiene el más mínimo sentido del humor, al menos desde que descubrió quiénes eran los reyes.
Por supuesto que el listado podría seguir, pero no es esa la cuestión. Lo que queremos demostrar en esta nota es como el espíritu maradoniano de Milei (tanto en los que aprecian su gestión como en quienes la repudian y en tantos otros que aún con dudas nos encantaría que le vaya bien) se ha impregnado por todo el resto del espectro político. Como una mancha de aceite.
Dijimos en nuestra última nota dominical que los radicales en diputados se dividieron en dos pero que eso sólo era el principio. No pasó una semana y ya se dividieron en tres con el monobloque que formó el santafesino Mario Barletta. Siga, siga, siga. Siga, siga el baile.
Y las dos figuras más importantes -de lejos- del peronismo nacional, Cristina Kirchner y Axel Kicillof, ya están tan enojados entre sí como lo estuvo Cristina en las postrimerías presidenciales (e incluso antes) de Alberto Fernández. O sea que aunque se amiguen, lo más probable es que jamás dejarán de desconfiarse por la eternidad. Lo malo es que en el peronismo la pelea por recuperar el poder recién empieza y ya están a las patadas. Por abajo y por arriba. No parece de ningún modo un buen negocio para ellos.
En fin, que en la era Milei donde ha vuelto con todo (aunque quizá nunca se fue) el país culturalmente maradoniano (el de fuera de la cancha), más importante que jugar bien al fútbol es proferir (permítanme que yo también lo diga para no ser menos) una buena puteada.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar