Milei, entre Massa-Frankenstein y Macri-Pigmalión

Estas elecciones parecieron más de ficción que de realidad,con personajes extraídos de la literatura o el cine. Un Massa que emulando al Dr. Frankenstein quiso crear su propio monstruo y luego morderle la yugular como Drácula. Y un Macri que para salvar a la criatura monstruosa combatió a Massa como el Dr. Van Helsing a Drácula y educó a Milei como Pigmalión a la doncella que transformó en princesa.

Milei, entre Massa-Frankenstein y Macri-Pigmalión

La cuestión estaba servida, un tipo del montón pero que se creía el enviado de dios y que podía mover las aguas del mar rojo, como Moisés, para que pasen los suyos y se ahoguen los ajenos, era el personaje ideal. El personaje era auténtico, se inventó a sí mismo, no fue la creación de nadie, pero Sergio Massa lo ayudó actuando a modo del Dr. Frankenstein al armar un monstruo que con su accionar pudiera hacer perder a su rival de JxC, pero que le permitiera ganar a él. Primero se trataba de alentarlo en su monstruosidad, y luego meter miedo en la gente sobre su monstruosidad. Lo que Massa cumplió en el sentido estricto de la regla con una inteligencia que la valió ser reconocido como un gran político profesional en sentido técnico. El primero de la clase, mejor dicho, el primero de la casta. Contra el descastado. Solo que Massa no copió enteramente la trama del doctor Frankenstein: en la historia clásica el monstruo queda monstruoso porque cuando le van a poner el cerebro, éste se le cae al suelo al doctor y se lo trasplanta atrofiado. En esta oportunidad Massa creyó que Javier Milei ya venía de por sí con el cerebro deteriorado, a juzgar por sus locuras permanentes, y se lo trasplantó tal cual estaba. Error fatal, porque al final se vio que el monstruo no era tal, que se hacía el loco pero no estaba loco. Ese fue el principio del fin.

Fue tal la decisión y el empuje que la puso Massa en gestar su criatura que hasta, contra todo pronóstico, Milei salió primero en las PASO. El ministro candidato, muy talentoso pero quizá mareado por estar tan alto y tan solo (con una Cristina borrada), no entendió que los insultos, enojos y broncas que Milei trasmitía en medios y redes para hacer su campaña, coincidían con un sentimiento muy profundo que anidaba en una sociedad al borde del agotamiento. Pero, ni lerdo ni perezoso, Massa igual se propuso cumplir la segunda parte de su plan para anular los efectos de la primera parte: una vez instalado el personaje embroncado, ahora había que meterle miedo a la gente contra él. Primero apoyarlo para que destruyera al enemigo, ahora atacarlo para que se destruyera a sí mismo. Y Milei, imprudente -quizá también mareado por unas alturas a donde nunca antes había llegado- en vez de darse cuenta de la trampa y moderarse, cumplió al pie de la letra la estrategia de Massa. Entonces decidió multiplicar sus delirios para la primera vuelta, multiplicando sus gritos y diatribas al cuadrado. Y, bien instruido en su inconsciente por Massa, atacó mucho más a JxC que al ministro candidato o al kirchnerismo. Contra la rata de Larreta, contra el miserable de Alfonsín, contra Patricia, la asesina de niños, contra los radicales comunistas, etc., etc. La locura fue total. Así llegó al acto final antes de la primera vuelta en el Movistar Arena que fue la suma de todos los despropósitos, absolutamente lo contrario a lo que debe hacer un candidato presidencial con posibilidades reales de ganar. La introducción al acto la hizo un carcamán glorificado por Milei, Alberto Benegas Lynch (h), que le reclamó públicamente al libertario que al ganar rompiera relaciones con el Papa Francisco. La mitad de la asistencia al acto se lo aportó Barrionuevo con gente traída en micros como en cualquier acto peronista. Y Milei hizo su discurso más delirante, gritando, cantando y aullando como el bizarro protagonista de una película barata de terror. Parecía que en serio se había convertido en el monstruo que el doctor Massa-Frankenstein quiso que fuera. Todo era surrealista. Y, por ende, resultó catastrófico.

La consecuencia electoral no se hizo esperar. Milei no consiguió ni un sufragio más que en las PASO con lo que demostró que sólo al 30% que lo votó le interesaba ese personaje estrambótico y a nadie más. Saliendo segundo. JxC salió tercero y Massa primero con la mitad de los votos de Larreta y los de la mayor parte de los votantes nuevos que se agregaron. Tantos fueron que de milagro Massa no ganó en primera vuelta: le faltaron apenas tres puntos. El peronismo se sintió revivir y ya sus ideólogos teorizaban que era la expresión definitiva, permanente y eterna del ser nacional. Invencible por ser como somos. Y estaba claro: si el peor ministro del peor gobierno de la historia democrática ganaba la presidencia, ¿qué otra cosa quedaba por pensar? Ahora solo faltaba un empujoncito más: Milei ya había hecho asustar al voto moderado (que era la friolera de la tercera parte del voto total) con sus tonterías. De aquí en adelante la única campaña del peronismo sería la del miedo, la de hacer una campaña agresiva (que hasta llegó a ser pornográfica) para que los que no votaron ni a uno ni a otro creyeran que Milei hasta se comía crudo a los chicos.

Luego del acto delirante y de la paliza electoral, Milei cayó en depresión. La criatura del doctor Massa-Frankenstein, el personaje primitivo y troglodita con el que se creyó ganador, entró en crisis total. Y no entendía porqué. Todavía estaba llorando su impotencia cuando, apenas a horas de las elecciones recibió el llamado providencial de Mauricio Macri que lo invitó a cenar en su casa. Y ese día cambió la historia. Al decir de Patricia Bullrich, se recreó el abrazo Perón-Balbín, esta vez entre ella y el libertario. Quizá quedará en la historia como el pacto de Acassuso, donde Macri devino en otro personaje literario: el de Pigmalión, aquel profesor aristocrático de buenos modales que encontró a una joven aldeana, pobre y sin educación a la que con sus enseñanzas la convirtió en una hermosa princesa que supo conquistar el mundo de la nobleza. Eso, exactamente eso, hizo Macri con Milei durante un mes. Al mismo tiempo que, para seguir con las metáforas literarias que tan esenciales son en esta narración casi fabulosa, decidía convertirse también en el doctor Van Helsing para luchar contra el vampiro de Massa-Drácula que le había clavado sus colmillos en la garganta al pobre Milei. De manera impensada, Macri devino pedagogo y exterminador, en lo que quizá sea la mayor obra de arte política de toda su carrera. Con la estaca exterminó a Sergio Massa y con el espíritu de Pigmalión educó a Milei en los buenos modales.

Macri olvidó todos los agravios hacia JxC, de un modo incluso desprolijo y hasta hiriente para muchos de JxC a los que Milei se cansó estúpidamente de insultar, como a los radicales o a Larreta. Y le dijo a Milei, te voy a desdemonizar y transformarte en el hombre de la otra mejilla. Sacale los miedos a ese tercio que si te vota más a vós que a Massa, ganás, pero si se dividen en partes iguales te gana Massa, un Massa que antes del balotaje te va a intentar matar y para eso necesita que vós te calentés.

Desde ese día del ya legendario pacto de Acassuso, Milei apareció -en enorme medida gracias a Macri- como la víctima. La víctima del debate, David contra Goliath. Lo mismo en el Colón cuando le gritaron Milei basura, vós sós la dictadura. Lo mismo cuando hacían propagandas mostrando niños contra él. Lo mismo en el cierre partidario de Massa en el Pellegrini, cuando creyendo representar la educación pública contra los “vouchers” privatizadores de Milei, el candidato peronista la bastardeó adoctrinando pibes. Hasta que llegó la frutilla del postre: el cierre de Milei en Córdoba que ocurrió un mes después del acto del Movistar Arena. El monstruo bizarro aliado con Barrionuevo, gracias a la educación de Macri-Pigmalión y a la intervención extraordinaria de la mejor Patricia Bullrich (esa que no se supo mostrar en la campaña) hizo un acto multitudinario, ordenado y entusiasta que parecía un acto de los 80 de Alfonsín o los mejores de JxC. Le habló a los moderados. Y los moderados, aún desconfiados, lo escucharon. Y lo votaron. El que hizo todas las cosas mal en la primera vuelta, pudo hacerlas todas bien en el balotaje.

Vale decir, el milagro ocurrió no solo por obra de Macri que fue el perfecto Pigmalión, sino porque la sociedad moderada, la republicana, la institucionalista, la parte que no estaba ni con uno ni con otro decidió estar con uno, sin división de clases, territorios ni nada. Y allí se decidió la elección, contra una casta pletórica de recursos y con el apoyo de toda la inteligentzia progre-populista (esa que a la vez defiende el matrimonio igualitario en Occidente y a Hamás en Medio Oriente) pero con una pornografía en la utilización de recursos que así como en la primera vuelta se le fue la mano a Milei con la agresividad, en el balotaje la mostración obscena de poder hizo que los moderados vieran a la casta más casta que nunca (una casta que ni siquiera se preocupó de ocultar la corrupción porque en la primera vuelta no la afectó) y entonces votaran por el anticasta aunque les produjera desconfianza.

Massa es la casta en estado puro, su creación plena, su criatura más acabada, sólo que le falta ser estadista porque la casta no quiere estadistas sino testaferros. Es una suma perfecta de marketing, operador de aparatos, emparchador, demagogo subsidiador, y testaferro de los empresarios amigos. Una summa de picardía, cinismo y amoralidad. Todo eso lo mostró en el debate. Quiso destruirlo a Milei con su mayor conocimiento técnico y su mayor talento político, pero no pudo evitar mostrarse soberbio, pedante, creído. Y eso lo detectaron millones de televidentes. Fue un gran prestidigitador, estuvo a punto de ganar por tres puntos en primera vuelta. Le ganó a Milei solito pero no le ganó a Milei educado por Macri. Aunque ¡ojo!, que conste bien: MIlei no es un títere de Macri como Alberto lo fue de Cristina. Sólo que solo no podía, y por eso se dejó instrumentar primero por uno y luego por otro. En eso fue muy vivo. Ahora deberá demostrar que tiene personalidad propia aparte de su personaje televisivo y su carácter agresivo.

El voto moderado, el voto republicano, el gran despreciado por la mayoría de los ciudadanos, fue el que al final decidió la elección entre dos populismos. Esta fue una elección entre extremos que decidieron los moderados, y esa es la gran oportunidad de Milei si la sabe aprovechar. No fue un voto moderado que se dividió en dos, fue casi todo para un solo lado, en contra del oficialismo. No fue el voto del que se vayan todos, sino por la república y contra la corrupción, aquello que no valoró demasiado la mayoría de los votantes de la primera vuelta. No conviene que Milei se olvide de ellos, que no crea que todo se lo debe nada más que a Macri.

El peronismo, por su lado, se debe una gran renovación, quizá la más grande de toda su historia porque hoy no expresa más que a la casta en estado puro. Sus principales dirigentes son los tres mosqueteros mariscales de la derrota, por soberbia, por inutilidad, por cinismo, por saturante ideologismo adoctrinador. Por todo lo peor

Desaparecieron con esta elección, al menos en lo inmediato, los dos escenarios futuros desfavorables: un escenario tipo PRI de partido único si ganaba Massa o un escenario de fragmentación total si ganaba Milei solo. Hoy, en cambio, aunque aún la opción sea frágil, está nuevamente la posibilidad de reconstruir dos coaliciones fuertes que mantengan el sistema político firme. Y que abran las puertas al desarrollo sin el cual la democracia morirá no porque la destruyan desde afuera, sino porque terminará exhausta desde adentro. Hay ciertos niveles de pobreza, a los que la Argentina está llegando con los cuales la democracia no es sustentable

Si somos capaces de pensar en el país más que en nuestras míseras facciones corporativas, de lo que se trata no es de pasarse del lado de Milei sino de ser dadores de gobernabilidad en un país en crisis total, al borde de la anarquía o el caos. Y de ese modo que cada uno puede lograr su objetivo. Macri construir el gran partido liberal de centro derecha al estilo Partido Popular español que viene imaginando desde que se dio cuenta que con los radicales como estructura aliada no había afinidad. Y el peronismo reconstruyendo un justicialismo republicano en serio para lo cual hoy necesita renovarse más aún que en la década del 80 a fin de seguir siendo una opción popular. Crear cientos o miles de Schiarettis. En vez de devenir destituyentes como lo hicieron con De la Rúa cuando ganaron las elecciones legislativas, o con las miles de piedras con que apedrearon el Congreso cuando Macri. Volver a los 80 pero no para hacerle infinidad de huelgas como le hizo Ubaldini a Alfonsín, sino continuar en otro tiempo al peronismo renovador democrático que se alió con Alfonsín para salvar el sistema. Y lo salvaron, aunque no hayan acertado con la cuestión económica. Cayó el gobierno unos meses antes de terminar su mandato, pero el sistema sobrevivió y terminó derrotando para siempre al pacto militar sindical que lo que quería era que cayera el sistema. Si en vez de eso, el peronismo se prepara para la estrategia del peor mejor y se dedica a boicotear al nuevo gobierno democrático, sus horas estarán contadas.

La República, esa palabra que Milei comenzó a pronunciar solo desde cuando se unió con Macri, es la clave para salvar el sistema. Aunque si esta vez la economía no mejora, no habrá nada que salvar porque estamos tocando fondo.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA