Pepperland es la tierra imaginaria donde los Beatles viajan para acabar con la tristeza y devolverle la alegría que la invasión de un grupo de malvados llamados los Blue Meanies produjeron. Eso ocurrió porque esa comunidad es un paraíso musical bajo el mar y los Blue Meanies odian la música. Los malos encierran en una burbuja a la principal banda musical de Pepperland, la Sgt. Pepper´s Lonely Heart Club Band, y paralizan al resto de los ciudadanos. Desesperado, el anciano alcalde envía por ayuda a su colaborador, el joven Fred, en un achacado submarino amarillo. El muchacho llega a Liverpool, Inglaterra y allí reclutará a Ringo, quien a la vez convocará a sus amigos John, George y Paul, quienes harán su propia Odisea cruzando una serie de peligrosos mares hasta llegar a la tierra santa de la música. Allí logran que el país se alce en rebelión, acabe con el dominio de los Blue Meanies y el color y la música vuelvan a reinar en Pepperland.
Algo comparable (en apariencia) se le ocurrió en 2015 al político checo Vít Jedlička quien luego de varios intentos fallidos, proclamó la república de Liberland en un pequeño espacio de 7 kilómetros entre Serbia y Croacia que ninguno de ambos países reclamaba para sí. En esa tierra de nadie, Jedlička arma un comité formado por su novia y un par de amigos quienes lo proclaman como presidente de Liberland. Si bien ni los serbios ni los croatas lo dejan entrar, él igual hizo suyo en teoría el pantanoso territorio. Durante los años que transcurrieron a posteriori, logró la adhesión de medio millón de ciudadanos on line, embajadores por todo el mundo y hasta tiene su propio gabinete, algunos de los cuales ya tuvo que echar por intentos de corrupción aunque aún no haya ocupado formalmente Liberland. El programa político de Jedlička no es el de formar un paraíso musical como los Beatles en Pepperland, sino un paraíso anarcolibertario como el que se está construyendo en Argentina de la mano de Javier Milei, cuyas tres propuestas iniciales son las de que no existan impuestos obligatorios, que no haya control de armas y que la moneda oficial sean los bitcoins. Uno de los ciudadanos de Liberland es Javier Milei, por lo que podría decirse que tiene doble nacionalidad.
Según cuenta el historiador y escritor Pablo Stefanoni, , en 2019, cuando aún Milei no incursionaba en política “se presentó en un festival de otakus, en Buenos Aires, lookeado por la cosplayer y hoy diputada Lilia Lemoine. Disfrazado de general Ancap (anarcocapitalista), con antifaz y un tridente, anunció: ‘Soy el general AnCap. Vengo de Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre (…) Mi misión es cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta’”.
El pequeño y excéntrico país que no reconoce nadie y que no tiene habitantes y que nadie reclama, solo sería una pequeña anécdota más en este mundo de locos, salvo por la potenciación que le dio Milei quien incluso acaba de reunirse en su reciente viaje a la república Checa con un grupo de “ciudadanos” de ese país virtual.
Otra vez más la realidad imitando a la ficción, sólo que la ficción representada por Pepperland es en sus contenidos y existencia infinitamente más real que Liberland, un delirio ideologista que en vez de proclamar el amor por la música y la alegría, apoya fervientemente la libre portación de armas. Dos tipos distintos de paraísos.
Pero Milei es así. Además de presidente argentino, se considera una especie de embajador plenipotenciario mundial de la nación que preside. Pero embajador por un mundo paralelo, porque salvo con los escasos presidentes de países que defienden principios parecidos a los suyos, hace viajes extraños porque en vez de asistir a una reunión de presidentes del Mercosur viaja a encontrarse con un grupo de excéntricos millonarios que más parecen sacados de la serie televisiva la Isla de la Fantasía que de otra cosa. O viaja a España dos veces en un mes puenteando al presidente Sanchez para reunirse con otro surrealista personaje, el economista y empresario Jesús Huerta de Soto que adhiere también al anarcolibertarismo y le acaba de regalar a Milei un cuadro gigantesco donde aparece él dibujado, en la más clara línea del estilo del realismo socialista al que estos señores dicen repudiar. Feista por donde se lo mire.
Si solo se tratara de lo que dijimos en una columna anterior, de una confusión entre lo público y lo privado, no sería algo en exceso importante aunque discutible de toda discusión. Lo más preocupante es que Milei piensa que ese es el mundo verdadero. Al otro, el de los “rojos” y “comunistas” que han invadido Occidente, allí la manda a la canciller Diana Mondino para que cumpla protocolarmente las formalidades de cada caso. Pero su mundo de verdad -el de Liberland o el de Vox- él se ocupa de ir liderándolo con la autoridad que le da ser una de sus principales espadas, al menos mientras no recuperen el poder Trump y Bolsonaro.
Cómo no creer, frente a lo que estamos analizando, que Pepperland es un sitio mucho más verdadero que Liberland. Y bastante más coherente, porque en Pepperland se reúnen todos los que aman la música y la libertad en serio, mientras que Liberland es admirada no sólo por gente que es de extrema derecha (al fin y al cabo una ideología más entre tantas) sino en su mayoría por nacionalistas, rusófilos, antiglobalistas, racistas y una serie de personajes que poco y nada tienen que ver con el liberalismo clásico que a veces reivindica Milei. Es como que haya elevado a un grado tal la esquizofrenia divisionista entre sus amigos privados versus sus tareas públicas que el presidente del pacto de Mayo en Julio es una persona y el capitán Ancap es absolutamente otra distinta. Esperemos que una sea de verdad y la otra no más que un dibujito animado, o las secuelas de un pasado que debe inevitablemente dejar atrás. Al fin y al cabo Milei no proviene de la política argentina (que no tiene mucho que envidiarle en cuanto a locuras de práctica y de origen) sino que es un heredero del grupo de los “mediáticos”, un conjunto de lunáticos provenientes del panelismo televisivo que en la crisis de 2001/2, ante el vacío creado por la política, ocuparon los espacios de los medios visuales, y liderados por los hermanos Süller (Guido y Silvia) se imaginaron construir un partido político, fracasando catastróficamente en la coyuntura por su más que absoluta ineptitud, pero dejando la semillita para que en la segunda revolución del que se vayan todos, 20 años después, un hombre surgido de las entrañas de los mediáticos, y con su misma lógica, se convirtiera esta vez sí en presidente de la Nación, y con todas las formalidades del caso. La historia siempre se toma revancha, lo malo es que la historieta también.
Para quien esto escribe, estas escapadas internacionales de Milei para encontrarse con sus amigos personales, que en general le ocasionan problemas con las autoridades formales y reales de los países donde éstos se encuentran, no sólo no ayuda en nada al prestigio internacional del país, sino que más bien lo perjudican, salvo entre los pocos convencidos de estas minoritarias y extrañas creencias. Pero, quizá sean la misma secuela que lo lleva a Milei a explicar que cuando él insulta no ofende a nadie (sic) sino que más bien imita a Sarmiento cuya bravura ideológica lo llevaba a confrontar ferozmente a sus adversarios sin contemplar en nimiedades como alguna que otra mala palabra. Ojalá entonces sea así, que sus actitudes destempladas contra todo el que no piensa milimétricamente como él, y que sus deseos de consagrarse emperador del mundo de una secta insignificante aprovechando que es el presidente de un país importante, sean meros adjetivos que no conduzcan, en caso de llegar a poseer más poder político, a intentos autoritarios como los que efectivamente han demostrado la mayoría de sus amigos internacionales cuando tuvieron la ocasión de hacerlo.
Valgan estas palabras tras la esperanza de que todo lo escrito hasta este momento en esta nota no sean más que meras humoradas o excentricidades sin demasiada importancia (para mucha gente lo son, para otros absolutamente no, pero lo más preocupante es que para otros está muy bien), y que el Milei que se mostró públicamente en la Argentina en este mes de Julio (muy distinto al capitan Ancap) pueda avanzar en el camino de los pactos y las leyes como después de mucho tiempo lo logró comenzar a hacer. De un modo por demás bienvenido por todos aquellos capaces de transitar el ancho sendero del liberalismo democrático, del cual el mileismo expresa una de sus parcialidades, al menos en una de sus parcialidades de su pensamiento personal, cuando no se desvía hacia el fundamentalismo o el sectarismo.
Si se lo ve desde una perspectiva negativa, que durante su primer semestre Milei no haya podido sacar una sola ley, la cuestión suena preocupante, pero si se observa que cuando obtuvo la primera ésta fue una megaley con cientos de artículos que de alguna manera expresan un programa estructural a corto, mediano y largo plazo, la visión es mucho más positiva. Como si hubiera compensado con creces la improductividad anterior o la falta de acuerdos legislativos debido a sus intolerancias previas. Si a eso se le agrega que salvo media docena de gobernadores, el resto haya firmado un pacto político que excede las meras formalidades y que se comprometen con una propuesta claramente liberal de país, eso le agrega envergadura al caso.
Lo cierto es que pese a la durísima crítica presidencial a la casta política en general (merecida muchas veces), una mayoría dirigencial que hasta excede proporcionalmente a los votantes totales del actual presidente lo sostuvo en ambas misiones, la ley y el pacto (incluso también, indirectamente, en el DNU) dándole una gobernabilidad que con sus insignificantes huestes el libertario carece.
Se trató de un acuerdo político razonable en medio de este clima político enrarecido de insultos por doquier y hasta de intentos desestabilizantes por los conocidos de siempre. Si nadie se vuelve loco, la cuestión podría funcionar a poco que la economía se organice de un modo medianamente previsible, lo cual quizá será, por ahora, lo más difícil: organizar el día el día para superar la debacle que aún navega entre nosotros.
Un programa económico estabilizador, una propuesta legislativa con bases de transformación estructural y una idea de desregulación global del sistema político económico institucional es una buena caja de herramientas para empezar. Sin embargo, a esto le falta la cuarta pata, que es sin duda la más importante: la capacidad de ejecución, para la cual hasta el momento el gobierno ha demostrado una torpeza extraordinaria en casi todas las áreas, no sólo por improvisación, sino también por inexistencia de personal preparado, por peleas internas desmedidas en relación a la pequeñez de la fuerza política gobernante y por pactos sospechosos como el del juez Lijo. Por eso es que este gobierno deberá ejecutar una gran vuelta de tuerca se quiere que las cosas le vayan bien.
Hasta antes de la ley bases y del pacto no tenía nada institucionalmente hablando. Hoy no lo tiene todo, pero sí lo suficiente. Sin embargo, a la vez carece de una correlación positiva entre los votantes que representa (quienes, además, lo siguen defendiendo como al inicio a pesar del ajuste) y las fuerzas políticas que sin ser oficialistas tampoco son de una oposición acérrima. Por eso este es el momento de acabar con el sectarismo y acercar para que colabore en la gestión todo aquel que no sea enemigo del programa claramente expuesto. Ni siquiera digamos en sus rarezas políticas y especialmente ideológicas, sino cuando menos en sus grandes lineamientos económicos. No se trata de esperar a ganar o no una elección dentro de casi un año y medio. Eso en la Argentina es cuando menos la eternidad, y no podemos esperar tanto.
Si es imposible impedir que Milei deje de seguir actuando como mediático y que se siga creyendo Moisés habiendo hecho aprobar la tabla de las leyes y si también es imposible evitar que continúe recorriendo el mundo convocado por sectas fundamentalistas, que cuando menos se siga comportando como lo hizo esta semana actuando más como presidente que como transgresor o argentino fanfarrón.
Y si se trata de liberar el mundo, que vaya a reconquistar Pepperland ayudando a los émulos de los Beatles para devolverle la alegría a los argentinos, en vez de querer ser ciudadano de Liberland, una tierra de nadie para nadie que no le sirve a nadie.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar