Después del triunfo, apareció en “modo Valium”. Javier Milei pasó sin escalas del personaje volcánico y estridente, al hombre que, con serenidad búdica, recorre sets de televisión repitiendo lo que dice siempre, pero sin vociferar ni mirar al interlocutor con ojos desorbitados.
¿Cuánto durará esta versión monje Zen? Otro interrogante es si le sirve hablar con calma y tratando con respeto a quienes lo interrogan. Al fin de cuentas, el proceso electoral que ha tenido muchas elecciones provinciales antes de llegar al domingo 13, parece demostrar que el aluvión de votos no es para las ideas que representa el partido La Libertad Avanza, sino para la incandescente personalidad de Milei.
Todos los candidatos de su partido en las elecciones provinciales anteriores al domingo 13 sufrieron derrotas bochornosas. ¿Por qué ganó Milei con gran cantidad de votos, si sus candidatos en las provincias habían obtenido resultados calamitosos? Porque el voto no fue a las ideas ultra-liberales, sino a la repulsión por la clase política que irradia la violencia verbal y gestual de Milei.
El éxito no radica tanto en sus ideas, sino en la conjunción entre la decadencia de la clase política y su fracaso económico, con la agresividad con que Milei le expresa aborrecimiento.
El modelo de liderazgo que está irrumpiendo de manera estridente en Argentina se encuadra en un fenómeno de escala global: el crecimiento del anti-sistema.
El triunfo de Milei no se explica sólo en el fracaso estrepitoso del gobierno nacional y la pérdida de credibilidad de la coalición opositora. Se trata también de un modelo de liderazgo que avanza en el mundo.
El liderazgo anti-sistema es la agudización del fenómeno político que irrumpió en la década del ‘90: el outsider.
A finales del siglo 20 avanzaba la sensación de que los gobiernos y partidos existentes no respondían a las incertidumbres, temores y angustias de las sociedades. Esas desesperaciones tienen que ver con factores (como el avance de la tecnología destruyendo el trabajo) frente a los cuales naufragan los gobiernos. Y el fracaso de las clases políticas ante esos desafíos, fue haciendo que los votantes busquen fuera de la política tradicional.
De ese modo apareció, en la década del ‘90, el fenómeno político del “outsider”.
Carlos Menem era un político tradicional, pero sus rasgos extravagantes lo diferenciaban del resto y, como entendió que la gente ya no creía en los políticos, para elecciones de gobernadores y de legisladores empezó a “fabricar” outsiders. Así llegaron a la política Daniel Scioli, Carlos Reutemann y Palito Ortega, entre otros.
En esos años, en Perú aparecía Fujimori, un agrónomo que saltó del ámbito académico al político, venciendo al célebre Mario Vargas Llosa.
Paralelamente, Berlusconi se convertía en el principal exponente del fenómeno en Europa. Pero como los outsiders tampoco pudieron responder a las incertidumbres, ansiedades y temores que genera un tiempo de vertiginosas transformaciones y desconocidas asechanzas, el fenómeno de búsqueda por fuera de la clase política pasó a otra dimensión. Una dimensión oscura, marcada por el extremismo y el odio político.
Las propuestas extremas, presentadas con violencia retórica y agresividad gestual, son el rasgo de la etapa superior del outsider: el “anti-sistema”.
En las primeras décadas del siglo 21 empezaron a multiplicarse los líderes anti-sistema. En Venezuela apareció Hugo Chávez, pateando el tablero del tradicional bipartidismo y sacando del escenario a la clase política que habitaba el poder a través de los partidos Acción Democrática y COPEI.
Los mayores ejemplares derechistas del anti-sistema cargado de violencia retórica que siempre termina convertida en violencia política, son el filipino Rodrigo Duterte, el norteamericano Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro.
La violencia gestual y retórica de Duterte se convirtió en violaciones a los DDD.HH. en la guerra que lanzó contra el narcotráfico, incluyendo también como blanco a los adictos.
El coqueteo de Trump con organizaciones racistas como el Ku Klux Klan y los Proud Boys explica las crispaciones que generó su gobierno y también el final violento, con el asalto al Capitolio que dejó cinco muertos y una mancha en la historia institucional de Estados Unidos. Y de manera similar concluyó el paso de Bolsonaro por la presidencia de Brasil.
Milei es otro ejemplar incubado en la fase superior del outsider. El anti-sistema local aún podría optar por la moderación. Esto no necesariamente implicaría dejar de combatir eso que acertadamente denomina “la casta”, que es el término con que el movimiento anti-sistema de la izquierda española, Podemos, llamó al establishment político.
No está claro lo que haría Milei como presidente. Lo seguro es que se encuadra en la fase superior del outsider, o sea el anti-sistema, cuyo combustible es la intolerancia y la repulsión a los que piensan diferente, y crece en el mundo con la promesa de patear tableros.
* El autor es politólogo y periodista.