Parece mentira, pero la realización de un campeonato de fútbol tuvo entre una de sus importantes consecuencias no deseadas, la apertura de un abismo conceptual dentro del gobierno argentino que estaba en ciernes pero nadie imaginaba su profundidad. Las relaciones conflictivas entre el presidente Javier Milei y la vicepresidente Victoria Villarruel parecían más choques de poder que debates de ideas, como casi siempre suele ocurrir entre las dos principales autoridades institucionales del país. Menem-Duhalde. De la Rúa-Chacho-Alvarez. Cristina Fernández-Julio Cobos. Y ni que hablar de Alberto Fernández-Cristina Fernández. Pero ahora está ocurriendo otra cosa.
Hasta dos pensadores que estaban escribiendo juntos un libro sobre la tragedia que el peronismo representaba culturalmente para la Argentina desde sus inicios, ahora en las ideas se han diferenciado drásticamente: nos referimos al profesor italiano Loris Zanatta y al diputado nacional Fernando Iglesias. En estos momentos Zanatta cree que Milei ha mutado en la nueva expresión del peronismo y que ya todo está perdido con él. Mientras que Iglesias se ha convertido en una de las principales espadas políticas e intelectuales de Milei convencido de que esta llevando a cabo una batalla para hacer desaparecer culturalmente al peronismo de la faz de la Argentina. De coincidir en casi todo, Zanatta e Iglesias se han puesto en las antípodas y ambos tienen argumentos conceptuales sólidos, no es mero oportunismo político.
Hace varios meses, el diputado nacional José Luis Espert, ya entonces voz autorizada de Milei en el Congreso, había insinuado no muy solapadamente que la vicepresidenta, al demorar o frenar las instrucciones del presidente en el Senado, podía tener algunas intenciones de golpismo institucional, vale decir de intento de reemplazarlo o al menos de deteriorarlo para ella acumular más poder. Luego eso quedó en la nada, pero al final de la Copa América con las desafortunadas canzonettas del jugador Enzo Fernández contra la selección de Francia, Villarruel se las jugó el todo por el todo en lo que ahora sí podría calificarse como un golpe al corazón del mileismo, o por lo menos, el intento de querer empujar al gobierno hacia una de las dos tendencias contradictorias en la que el mismo viene latiendo sin que hasta ahora se hubiera definido muy expresamente para un lado o para el otro: la concepción liberal globalista contra la concepción conservadora nacionalista (algo muy bien explicado en profundidad mediante un buen artículo de Hernán Iglesias Illa en la revista virtual llamada Seúl).
Mientras el gobierno reaccionaba a la sorpresa de las declaraciones de un funcionario, Julio Garro, quien en su papel de secretario de deportes sugería sensatamente disculpas no meramente personales, sino también institucionales (la AFA, la Selección) por la gaffe de Enzo, Villarruel emitió un comunicado muy de corte galtierista casi declarándole la guerra a Francia con una imprudencia que hasta ahora jamás había concretado con sus modales en general racionales aún cuando dice opiniones muy cuestionables. Lo más extraño es que mientras Enzo se disculpaba, ella lo reivindicaba casi como un héroe por aquello en lo que el jugador se había disculpado. Algo pocas veces visto. Una clara provocación, no puede entenderse de otra forma. Reivindica lo malo en tanto actitud, como bueno para la patria.
Primero Milei se confundió por esa manía que tiene con las redes, y en su afán de quedar bien con Messi y la selección hasta se identificó con el contenido de un tweet agresivo contra Francia, lo que hizo que todo el gobierno se volviera antifrancés y “anticolonialista” porque en los escenarios autoritarios todos hacen lo que quiere el jefe. Pero esta vez el líder no sabía bien lo que le convenía y por eso, a poco de reflexionar, se dio cuenta que se había metido en un lío. Por eso en una actitud inteligente envió a su hermana a pedir disculpas a la embajada de Francia. Pero a pedir disculpas no por el insulto de Enzo, sino por las palabras de Villarruel, que no es exactamente lo mismo. Porque no es igual una asunción de responsabilidad que una lavada de manos. Pero bueno, ese es el estilo en un gobierno que saca y pone funcionarios con una arbitrariedad que linda en lo absoluto, o en la voluntad absoluta del jefe. Al menos salvó las papas con Francia.
De cualquier forma, lo suyo políticamente estuvo bien porque lo que quiso hacer Villarruel (cada vez se nota más claramente con su inexistente retractación por las provocaciones que dijo) fue empujar el gobierno hacia una posición ultranacionalista, conservadora, tradicionalista, belicosa, claramente separatista y antiglobalista. Vale decir, una posición similar a la de casi todos los amigos internacionales de Milei: Trump, Bolsonaro, Santiago Abascal de Vox, Orbán y tantos otros. Villarruel hizo más mileismo que Milei, y a Milei no le gustó nada. Porque él tiene sus amigos pero no piensa exactamente igual que ellos. Y menos desde que se dio cuenta lo que pretendía la vicepresidenta al exponerlo en sus contradicciones: acumular poder para ella y sacárselo a él o cuando menos fijar una posición ideológica propia que hegemonice el gobierno que se parezca más a la de ella que a la de él.
Milei es económicamente liberal, aunque personalmente muy autoritario y políticamente tiene una enorme carga de vicios populistas. Como dice el médico psicoanalista Luis Hornstein hay en el presidente rasgos de mentalidad paranoica en el sentido que en su interior no entra la duda y todas sus convicciones son certezas absolutas. Algo que coincide profundamente con una sociedad asolada, dominada por una única idea: la de que los políticos son los culpables de todo. No puede haber dudas ni en el líder ni en los seguidores. Pero eso tiene patas cortas cuando empieza el choque inevitable con la realidad, como ya está pasando. Donde todos comienzan a dudar porque las cosas no salen como se esperaba. Por eso esta vez Milei parece haber dudado. Y en vez de pelearse con Macron como quería Villarruel y la línea ideológica que la sigue, más bien profundizó una buena relación como se vio en la apertura de los juegos olímpicos donde el presidente francés le dedicó una atención especial a él y a su hermana.
Milei no es un hombre que hable mucho de democracia ni de república, pero sí de capitalismo y de liberalismo. No es un proteccionista como sus amigos de derecha y de ultranacionalista parece no tener nada. Defiende ideas impresentables en lo cultural como las de Murray Rothbard, pero por ahora se inclina más, al menos de palabra, por las de Alberdi que son en general muy buenas consejeras, en particular luego de un período ultraestatista y de hecho preconstitucional como el que vivimos con el kirchnerismo. Quien en ese sentido bien puede compararse -salvando las inmensas diferencias del caso- con el rosismo en el siglo XIX. O sea que si Milei realmente se toma en serio adoptar el liberalismo general de la generación de 1853 que gestó la constitución y el de 1880 que creó un Estado para la Nación Argentina y puso en marcha un proceso productivo gigantesco, puede evitar caer en la trampa de los nacionalismos reaccionarios de derecha que en nombre de luchar contra las ideas de izquierda, quieren igual que el país vuelva para atrás. Ya no en nombre de los montoneros, pero sí en nombre de los militares. Sobre todo en un momento mundial como éste donde el temor al avance de la globalización hace que mucha gente, sobre todo los que están más lejos de donde se viene produciendo el progreso tecnológico, quieran volver al seno materno. Como aquellos a los que convoca Trump, los perdedores de la globalización del centro del país. Sin embargo, Milei está más que entusiasmado con los gurúes norteamericanos de la IA que desde las costas del gran país del norte están protagonizando la más grande revolución tecnológica de la historia de la humanidad. Está además con Ucrania contra Rusia (exactamente al revés que todos sus amigos internacionales) o sea, en esta ocasión, del lado de la libertad contra el despotismo. Hay en él, entonces, tendencias profundamente contradictorias que en unos aspectos lo llevan a la reacción ultraconservadora y en otras al cambio liberal. Y muchas veces a las dos cosas a la vez. Algo por lo que alguna vez tendrá que optar.
Lo de Macron debería hacerlo con los demás presidentes que necesita. No puede enojarse porque Lula o Sánchez no lo hayan apoyado electoralmente. Macri cuando era presidente apoyó a Hilllary Clinton contra Donald Trump, pero éste, cuando ganó lo transformó en su aliado continental olvidando todo rencor. La Argentina no puede avanzar hacia el mundo sin Brasil o España, por eso es necesario reconstruir la relación, aunque eso no lo obligue a Milei a besarse en la boca con Lula o con Sánchez. Es pura realpolitik, algo que debería aprender este extraño personaje que nos gobierna, con más temperamento que experiencia.
Es cierto que la globalización tiene muchos defectos. Muchísimos. Pero es imparable. También es cierto que los organismos que dicen representarla en realidad no son tal. Desde el FMI hasta el Banco Mundial y tantos otros, son instituciones inter-nacionales, no globales. Estás superpuestas con las nacionales y en general son burocracias o elites soberbias muy alejadas de la realidad de la gente común. Globalización real quizá sea la creación del euro o la unificación de Alemania o la gran capacidad que tuvo Europa Occidental en incorporar los restos europeos del comunismo. Pero todo ello ocurrió luego de la caída de la URSS. Los otros organismos son anteriores. La globalización es inevitable y vino para quedarse. Es básicamente capitalista y sus tendencias programáticas son más liberales que proteccionistas porque se trata de más y más apertura del mundo a más y más personas. Los amigos de Milei, en cambio, son furiosos enemigos de estas aperturas. Ellos quieren recluirse en sus aldeas, o crear países belicosos para dirimir en su combate la hegemonía por la dirección del mundo. Para peor, algunos como Trump buscan unirse totalitariamente con imperios en decadencia como Rusia para confrontar con la Unión Europea que hoy por hoy expresa culturalmente al mundo más libre, más equilibrado, donde el capitalismo se concilia con un uso más racional del Estado.
Allí anda entonces confusamente Milei, con su mezcolanza de ideas, queriendo hacer desaparecer el Estado hasta en sus últimas presencias pero defendiendo proteccionistas de la peor calaña. Proponiendo liberalismo alberdiano pero culturalmente queriendo volver a las épocas anteriores a la ilustración. Y en el medio, entonces, lo que era casi inevitable, se le coló la pelea con la vicepresidenta que carece de sus dudas porque ella de liberal tiene poco y de nacionalista regresiva tiene mucho. Y a diferencia de Milei que salvo la revalorización de las generaciones posrosistas del siglo XIX y la condena en general a los últimos cien años más bien estatistas del país, no parece querer meterse en las internas concretas como lo hicieron los kirchneristas y como ahora en revancha quieren hacerlo por el lado contrario los villarruelistas, los que nos llevaría de nuevo a seguir reiterando la confrontación sobre la peor década del siglo XX, la de los años 70. Guerrilleros versus militares. Así nos fue con eso por el lado progresista, así nos seguirá yendo por el lado derechista. Ese es un debate que debe saldar la historia y la justicia, pero otra vez quieren meter a la acción de gobierno dentro de él. Por eso la visita a los genocidas de diputados de la Libertad Avanza. Buscando empujar el gobierno en una dirección.
Esperemos que Milei entienda que tiene un mundo por delante que lo ayudará si se deja ayudar y un futuro nacional al que si en vez de querer arrasar el Estado con dinamita lo desregula con inteligencia, podrá volver a recuperar la iniciativa civil e individual que se necesita para hacer un gran país.
En fin que Milei es un modelo que se tiene que desarmar. Vino todo junto, la biblia y el calefón. Y ahora parece estar dándose cuenta que si no se define claramente para un lado o para el otro, habrá quienes lo quieran reemplazar antes de tiempo o le impidan hacer lo que es inevitable hacer. Si quiere seguir con sus amigos bizarros del exterior, que lo haga en sus horas libres. Pero que en su tiempo de trabajo, se ocupe de las políticas de Estado. No es tanto por él, pero una sociedad tan sufrida como la Argentina que elige a un outsider para no elegir a ningún político conocido, puede ser, o bien una gran decepción por la improvisación y la inexperiencia, o bien una expectativa positiva si comienza una renovación profunda desde el principio sin los esquematismos que todos los ideologismos producen. Y sin los vicios populistas que si no nos los sacamos cuanto antes de encima, se transformarán en nuestra propia naturaleza, si es que ya no lo son.
En fin, que entre otras cosas sepamos pedir disculpas cuando corresponde, en vez de declararle la guerra al que agredimos. Son dos tipos de gestos. Con el primero nos puede ir bien, con el otro seguro nos irá mal.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar