Milei no puede ser Moisés (como quisiera) pero puede aprender de él

Los que quisieran cambiar el modelo corporativo de las décadas anteriores deberían proponerse reemplazarlo por otro -en líneas generales, liberal- que sea el referente principal de las próximas décadas. Con el espíritu republicano y liberal de 1853 combinado con el espíritu democrático de 1983. Que a su modo fueron dos pactos fundantes, aunque lo hayan sido implícitos. Hoy se requiere un pacto similar.

Milei no puede ser Moisés (como quisiera) pero puede aprender de él

En Argentina, los diciembres de 2001 y de 2023 se parecen mucho en cuanto a sus efectos sociales. Fueron dos implosiones -aunque por muy distintas razones- que aumentaron a límites extremos la pobreza popular al menos durante el primer año posterior, gobernara Eduardo Duhalde o Javier Milei. A principios de 2003, cuando se midieron los índices de pobreza de los meses anteriores, se llegó a un récord de más del 52%, que en esa desmesurada magnitud sólo se repetiría ahora, con la medición de la pobreza del último semestre. Sin embargo, en ese 2003, Duhalde con la ayuda de Remes Lenicov que hizo el trabajo sucio del ajuste y luego con la de Lavagna que empezó la reconstrucción, le pudo entregar a Néstor Kirchner un país que estaba recuperando el crecimiento. Lo peor había pasado. Y lo había logrado Duhalde, aunque él no disfrutaría los frutos de su éxito.

Es de esperar que ese tiempo histórico sea análogo al actual y que éste sea el peor momento de Milei y que en los próximos meses comiencen a mejorar las cosas. Le va y nos va la vida en ello.

No obstante, una diferencia importante es que en aquel entonces gobernaba un peronista y le pasó la banda y el bastón a otro peronista (que luego traicionaría al que lo llevó a la presidencia, una de las prácticas habituales de la “lealtad” peronista) y además enfrente no había nadie. Hasta que llegara Macri y la alianza Cambiemos para ganarles, pasaron antes tres presidencias kirchneristas.

Hoy no ocurre lo mismo. Aunque a Milei le pasara lo de Duhalde y luego del ajuste le comenzar a ir bien económicamente, enfrente tiene al peronismo. Y a diferencia del radicalismo que después de un mal gobierno sacó el 2% de los votos (2003 con Moreau) y hasta hoy no se recuperó (siempre tuvo que ir de segundón de otros), el peronismo después de un gobierno aún peor que el de De la Rúa, sigue teniendo muchos votos aunque hoy no le alcancen para ganar. Que quede claro entonces, en 2003 y por muchos años, el peronismo no tuvo a nadie enfrente, mientras que hoy Milei tiene enfrente al peronismo. La diferencia es por demás esencial.

Hoy no tienen posibilidades electorales porque está cerquita en el tiempo el desastre que nos dejaron, pero también falta mucho para las presidenciales. Por lo tanto, ahora se están ocupando de la guerra por la sucesión, o sea por la reproducción, que se ha iniciado en familia, porque Kicillof es el hijo político de Cristina y Máximo el natural.

Los que quisieran cambiar el modelo populista de las décadas anteriores deberían proponerse reemplazarlo por otro -en líneas generales, liberal- que sea el referente principal de las próximas décadas. No anarcolibertarismo (eso puede ser el prólogo bizarro porque así lo dispuso la historia pero poco más) sino liberalismo en serio e integral. Nada sectario. Con el espíritu republicano y liberal de 1853 combinado con el espíritu democrático de 1983. Que a su modo fueron dos pactos fundantes, aunque lo hayan sido implícitos. Tanto en 1853 como en 1983 había entre los protagonistas grandes diferencias políticas, pero todos estaban de acuerdo con la esencia estratégica de lo que iban a construir y en dejar atrás el pasado. Hoy debería haber otro pacto fundante que reemplace de modo estructural y permanente lo que estalló en 2019. Objetivo bastante difícil porque aún una buena parte de la clase política no kirchnerista, está dividida en su mente entre populismo y liberalismo (quizá hasta el propio Milei). No existe todavía un espíritu compartido de época. Y difícilmente existirá mientras el kirchnerismo (que es el peronismo en su versión siglo XXI, no hay otro, salvo exponentes individuales o ínfimas minorías) siga siendo alternativa de poder.

Milei, quien hoy tiene la responsabilidad principal en el intento de reemplazar al kirchnerismo, al populismo y al corporativismo en cuanto a su carácter hegemónico en la Argentina, es un personaje que se cree Moisés, o su sucesor, o cuando menos siente estar liderando una misión histórica similar a la de la liberación de los judíos. (antes de las elecciones decía literalmente que Karina, su hermana, era Moisés y él era apenas Aarón, pero siendo presidente, en su viaje a Israel se sintió como el que recibió las tablas de la ley). Es el que propone ponerse al frente del pueblo para “emprender el largo camino por el desierto hacia la tierra prometida”. Es el que en Israel adoptó para sí la siguiente frase bíblica: “Se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví”. Es, también, el que acusó de traidores a los opositores colaboradores, que querían cambiar algunas partes de su ley bases, porque para él la ley bases original era el equivalente actual de las tablas de la ley.

Sin embargo, más allá de esa megalomanía inserta en su carácter y que la llevará consigo de por vida, y aún no pudiendo ni por asomo compararse con Moisés, sí podría aprender cosas de él que -salvando todas las distancias- en este momento histórico y en este espacio geográfico, lo ayuden a crear la Argentina liberal, republicana y democrática del siglo XXI. Para eso, como Moisés debería convocar a todos los que rechazan el régimen anterior y marchar juntos logrando que se abran las aguas del mar rojo y puedan cruzarlo solo ellos. Aunque, tal vez, más importante que se abran las aguas es que se cierren cuando los egipcios también quieran pasar. Porque si pasan, ganan seguro de nuevo.

Cristina, que es la más lúcida aún en su decadencia, es quien mejor intuye la gestación de un nuevo clima. Y ya se está preparando a su modo proponiendo eliminar déficits, burocracias sindicales, subsidios innecesarios y derechos sin obligaciones. Se está preparando, como emperadora egipcia para perseguir a los judíos si estos logran cruzar el mar rojo. Y seguir siendo emperadora para los unos y para los otros.

La pelea entre ella y Kicillof no es ideológica. La cuestión es simple: Si no saca un as sorpresivo de la galera (¡que no sea otro Alberto Fernández, u otro Aníbal Fernández, u otro Amado Boudou, u otro Martín Lousteau, por favor!) y Kicillof queda -a falta de otro- como candidato presidencial, Cristina quiere ser ella la que lo ponga (como hizo con Alberto) y Kicillof (a diferencia de Alberto) se quiere poner él solo. Es una lucha por ver quien impone a quien, aunque sea al mismo candidato. Porque hoy la lid no es por la presidencia de la Nación sino por determinar quién manda en el peronismo. Un peronismo que está lejano de poder volver, por eso no se está preparando aún para jugar el mundial de fútbol, simplemente se está entrenando. Siempre se entrena.

Cristina quiere agregarle algo del actual clima liberal al peronismo, pero está muy desgastada. Kicillof, paradójicamente, quiere presentarse como lo nuevo y superador. Y tiene una linda consigna: en vez del eslogan de Cristina y Alberto en 2019 (”Volvimos para ser mejores”), el gobernador bonaerense dice que “hay que ser mejores para volver”, que está muy bien porque golpea implícitamente a ese trío responsable del gobierno anterior: Cristina como creadora de la monstruosidad, Alberto como el monstruo, y Massa como el que mandó a la quiebra a lo que quedaba del país solo para asegurarse una sucesión que al final no logró. Los tres por igual fueron culpables de la catástrofe. Kicillof tiene razón, el problema es que no parece él quien debería decirlo. Fue un atroz ministro de Economía que nos está haciendo pagar por YPF varias veces lo que vale y hoy, su “renovación” pasa por sacarse fotos abrazado con Insaurralde, el del yate, y Espinosa, el de la Matanza. O proponer como presidente del Partido Justicialista al peor gobernador según todas las encuestas, un impresentable, un loco de atar, el riojano Ricardo Quintela.

O sea que estamos viviendo claramente la decadencia de nuestro imperio egipcio, pero esto de los imperios es problemático. Roma sobrevivió varios siglos más después de haber entrado en decadencia. Y el peronismo piensa hacer lo mismo. Cambiando lo que puede por dentro en sentido camaleónico, aunque sea poco lo que puede cambiar porque después de 20 años están todos gastados, los corrompidos son multitud y se siguen sintiendo los dueños del país en alianza con las corporaciones. Es el statu quo contra un liberalismo incipiente que no ha elegido al mejor de sus candidatos posibles, pero quizá al único factible para un cambio tan abrupto.

Si Milei logra, junto a la mayor cantidad posible de dirigentes que están contra nuestro imperio egipcio (aún a los que le ponen límites, le hacen críticas y desconfían de él), abrir las aguas del mar rojo.... y si además logra que cuando vengan los egipcios a perseguirlos, esas aguas se cierren, quizá entonces pueda empezar una nueva era en la Argentina. Sin egipcios que respondan a la idea imperial de Egipto pero sí con todos los hombres de buena voluntad (no solo judíos) que quieran sumarse a la patriada. Las tablas de la ley Dios se la entregó a Moisés para ser compartida con la humanidad entera. Porque su contenido no es sectario ni particularista, sino universal.

Para eso Milei debe conseguir tres cosas básicas, sin las cuales estará en problemas: Primero, hacer lo de Duhalde, o sea que más o menos al año de iniciado su gobierno, el ajuste vaya amainando y la gente empiece a ver algunos frutos. Segundo, impedir que los egipcios imperiales crucen el mar rojo, construyendo políticas estructurales tan sólidas contra el populismo y el corporativismo, que no se pueda volver atrás. Y tercero, gestar una alianza política que le permita hacer ese programa y que impida los conatos de desestabilización que intentarán si le va mal a Milei porque le va mal, pero mucho más si le comienza a ir bien. Si logra esa tres cosas, entonces quizá pueda ser el iniciador de una nueva era. Si no las logra, hasta dos decadentes como Cristina y Kicillof cruzarán el mar y lograrán que los judíos fracasen y se vean obligados a retornar a Egipto, que aún en declinación no ha sucumbido ni mucho menos. Porque se alimenta de los errores de sus adversarios.

No subestimemos al peronismo, que le ganó a Macri con un patán de décima categoría sólo porque la reina egipcia estaba detrás. O sea el Imperio. El peronismo es un imperio en decadencia pero con la fuerza suficiente aún para ganarle a los que quieren abrir un nuevo rumbo sin la suficiente fortaleza ni convicción para ello. No es que no se pueda hablar con los egipcios, lo que no se puede es transar o negociar con los reyes del imperio porque siempre te traicionarán, siempre. Hay que ganarles e impedirles que entren como Imperio a la tierra prometida. Milei en esta odisea es una anécdota, pero aunque sus ambiciones son desmesuradas en relación a su persona, el creerse Moisés y uno de los hombres más importantes del mundo, puede paradójicamente ayudarlo a triunfar siempre que sume a la gente más sensata (a todos las que pueda, que nunca son suficientes frente al Imperio) para juntos construir ese nuevo liberalismo democrático que supere el país corporativo. Eso será si logra (o la historia logra por él) que sus delirios místicos y de grandeza en vez de hacerlo más megalómano de lo que es, lo lleve a querer pasar a la historia. Su desmesura y hasta su locura fueron determinantes para ganar las elecciones con casi nada y con casi nadie. Quizá ese temperamento sea necesario también para producir un nuevo milagro. Estos no son tiempos de burócratas sino de profetas, de locuras y no de corduras, de audaces más que de prudentes y Milei a su manera expresa eso. Que es lo que la gente hoy pide. Por eso puede iniciar el camino aunque después lo que construyó lo supere porque no lo pueda contener. Él no es la grandeza ni mucho menos, pero puede ser el pionero de un destino de grandeza si impide que los egipcios vuelvan a esclavizar a los judíos. Pero para eso necesita a los judíos, a los no judíos y a todos los que quieran ayudar a dejar definitivamente atrás el dominio imperial.

* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar

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