Como en los viejos tiempos de la Edad Media, esta semana dos argentinos difundieron por el mundo sus ideas en lo que bien podría ser una continuación de lo que eran las confrontaciones entre el Emperador y el Papa en sus luchas por el poder político y también ¿por qué no? en su disputa por el control de las almas.
Frente a dirigentes de movimientos sociales, Francisco se puso la sotana de Papa para hablar de las grandes ideas de la doctrina social de la Iglesia sobre la justicia y los pobres, la corrupción y los poderosos. Pero en gran parte de su alocución se cambió la sotana universal de Papa y se puso la local de obispo Bergoglio porque la Argentina fue, de lejos, el tema principal de su charla, aunque no todos los que estuvieron presenciando el evento fueran de esa nacionalidad. Y jamás de los jamases, ni en el rol de Francisco ni en el de Bergoglio, el Papa fue tan claro en su crítica explícita al gobierno de Javier Milei, como nunca lo fue con ningún otro. Quizá pocos Papas hayan hecho un discurso de estas características con un enemigo tan definido, tal vez Juan Pablo II en su ataque a la dictadura comunista de Polonia, su país natal. Pero aquello era precisamente una dictadura y el gobierno argentino es una democracia. Todo muy raro. O por lo menos muy sorprendente y/o disruptivo.
En las Naciones Unidas, el presidente Javier Milei lanzó un discurso donde criticó duramente a la institución supranacional que lo cobijaba y sobre todo a los contenidos del Pacto para el Futuro que fue lanzado hacia el año 2045, los cuales para el libertario expresan, en su inmensa mayoría, el ideario socialista contra el cual sus ideas liberales combaten a matar o morir. Un Pacto que prácticamente firmaron o consensuaron todos los países del mundo, excepto los totalitarios de izquierda a los que Milei combate. Países que no lo firmaron porque no quieren que exista la menor intervención internacional sobre sus soberanías nacionales para que nadie pueda alterar sus actos criminales. Para que Venezuela siga haciendo fraude y Rusia invadiendo países, sin que nadie de afuera pueda hacer nada. Milei, en cambio, es uno de los grandes propulsores de la intervención desde afuera a las dictaduras. Por eso le inició juicio a Maduro. O sea que tuvo de compañeros de ruta a sus principales enemigos. Algo muy paradójico. Porque hasta sus principales aliados, Estados Unidos e Israel, apoyaron el Pacto del Futuro. Aunque en el fondo, lo que expresó Milei fue lo mismo que no pueden expresar ni Trump ni Bolsonaro, por no ser hoy presidentes. Pero los tres piensan igual. Por lo tanto, en la ONU el presidente argentino habló por los tres.
Hay que reconocer sin embargo, que los dos discursos son piezas bien escritas donde tanto Milei como el Papa explican sus razones, sus propuestas y sus ideologías de un modo simple y racional. No hay ningún insulto, y tal vez ni siquiera una ofensa, porque simplemente fue una lucha entre ideologías muy diferentes donde cada cual expone la suya. Eso estuvo muy bien. Vale la pena leerlas integralmente para no caer en opiniones sesgadas. Cuando no ataca a Milei, hay en el documento papal mucho de lo mejor de la doctrina social de la Iglesia, y en Milei hay a veces -cuando no sobreactúa- una buena defensa del liberalismo tradicional.
La crítica a los trepadores que llegan arriba en el poder para generar más y más corrupción está muy bien en el Papa. Solo que tuvo una contradicción: Francisco culpó de la corrupción a la ideología que defiende el gobierno de Milei, pero la realidad es que en los hechos esos delitos se llevaron a la práctica durante los gobiernos kirchneristas. El balance de Milei está por hacerse, pero los veinte años que pasaron son clarísimos en cuanto a la estructura de corrupción que generaron los K, aunque sus ideas fueran las opuestas a Milei y cercanísimas a las que el Papa expuso ante los movimientos sociales.
La crítica de Milei a que la ONU es hoy una organización burocrática y bastante impotente para cumplir las tareas que le corresponden, es bastante cierta. Lo raro es que reivindicó la actuación de la institución luego de la segunda guerra mundial, pero ocurre que fueron esos los años “gloriosos” del capitalismo social, ya que en su lucha por el predominio mundial contra la Unión Soviética, Occidente defendió una cantidad de ideas a las que Milei hoy calificaría de comunistas. La ONU actual comparada con la de los tiempos del Estado Benefactor es infinitamente más liberal que aquélla. Sólo que para Milei son comunistas las políticas ambientales, las de género y la defensa del derecho al aborto. Pero que esas ideas sean comunistas es sólo el pensamiento de la ultraderecha más extrema. Los partidos de derecha que están en los gobiernos no comparten ese extremismo. En eso Milei no adelanta, sino que atrasa. Libra una guerra contra un comunismo ya extinguido. Sin embargo, nobleza obliga, vale la pena rescatar la sincera defensa que hizo de Ucrania frente a la invasión rusa, cosa que no todos los países libres se atreven a hacer y entre ellos muchos latinoamericanos que se la tiran de progres.
Milei criticó a las dictaduras de izquierda que gobiernan en diversos países del mundo pero se cuidó de criticar a China, ya que de haber ocurrido eso, el gigante asiático habría anunciado represalias para la Argentina. Nuestro presidente será bien anticomunista, pero cuando la razón de Estado le obliga a callar ciertas cosas, se las calla. Como lo hizo esta vez con el Papa, al que alguna vez caracterizó como el representante del maligno en la tierra y esta semana debe haber vuelto a pensar lo mismo, si es que alguna vez dejó de pensarlo.
El Papa, en cambio, es esta ocasión fue inmensamente más explícito ya que prácticamente todo su discurso se trató de una crítica directa y durísima al gobierno de Milei. Lo único que le faltó es nombrarlo, pero a casi lo único que se refirió es a él, a su gobierno y a su ideología. Lo acusó de represor, insinuó alguna corrupción ministerial, habló de colonialismo con el litio y levantó por sobre todas las cosas aquello que más ataca el libertario: la Justicia Social a la que identificó como una creación cristiana y la opuso a la meritocracia y al liberalismo y en general a todo lo que defiende Milei. El agua y el aceite fueron ideológicamente los dos discursos. La diferencia es que esta vez el de Milei fue conceptual (salvo el ataque a la ONU que casi todo el mundo comparte) y el del Papa fue un paper de combate personalizado. El poder espiritual se sublevó contra el poder temporal. Fue el que levantó la espada sin hallar respuesta directa de la otra parte, salvo algunas réplicas tímidas de algunos funcionarios argentinos. El Papa le declaró la guerra a Milei. Al menos discursivamente.
Aunque quizá no sólo discursivamente, porque -de modo muy discutible- convocó a la acción y a la movilización a los movimientos sociales. Dijo textualmente: “Si los movimientos populares no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles”. Y los convocó a protestar y a “hacer obras”. Que en idioma bien argentino, protestar significa el retorno a los piquetes y hacer obras, recuperar los emprendimientos como la construcción de viviendas o la intermediación de subsidios que manejaban durante los gobiernos peronistas, y que hoy arrastran una tonelada de juicios por la corrupción que tanto se infiltró en ellos, aunque Juan Grabois sean un santo de estampita. Pero no todos lo fueron, ni mucho menos. Sin embargo, más allá de eso, lo que cuesta entender del Papa es que haya defendido, en nombre de algo así como la reforma agraria o la lucha contra oligarquía, la toma de una propiedad privada que en Entre Ríos realizó Grabois y su gente. Algo ilegal y además productivamente inútil, arcaico. Eso de nombrar solamente y poner frente a frente a dos tipos de economía: la popular versus la criminal (con la cual identifica a la liberal) es un reduccionismo y una antigualla. Como lo es seguir combatiendo a Roca, el creador del Estado Nacional y de la ley 1420 de educación, que por esas justas razones tuviera de defensores y admiradores absolutos a dos historiadores peronistas como Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche. El Papa habló de historia o de memoria completa, pero fue absolutamente parcial al mencionar solo de Roca la campaña del desierto contra los aborígenes.
En fin, con un Milei que se dio el gusto de predicar su evangelio laico en una cumbre mundial tratando de seguir manteniendo, con sus diferenciaciones, el récord megalómano de ser uno de los dos dirigentes más importantes del mundo, y un Papa Francisco que se atrevió a criticarlo como jamás hizo con ningún gobierno ni gobernante anterior, vivimos por estos días un combate ideológico singular que sin duda tendrá defensores y detractores por todos lados en esta Argentina dividida.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar