No siempre el “ladran Sancho” es “señal de que cabalgamos”. Que lo hayan criticado autócratas impresentables como Nicolás Maduro o dirigentes anti-sistema como el español Pablo Iglesias, no implica que, siguiendo la regla cervantina, el discurso de Javier Milei en Davos haya sido acertado.
Parece difícil que esa exposición tenga alguna utilidad para la Argentina. Posiblemente atraiga a algunos inversores la apología que hizo de los empresarios, pero algunos otros la habrán sentido desmesurada, como muchas otras afirmaciones que hizo con rango de certeza absoluta.
Muchos estadistas del mundo desarrollado posiblemente recordaron los discursos que daba Cristina Kirchner en escenarios internacionales, que parecían cátedras sobreactuadas en las que la entonces presidenta le enseñaba al mundo como debería funcionar, mientras que, a las potencias que crearon Estados de Bienestar que generaron envidiables niveles de equilibrio social, les enseñaba como crecer con inclusión y equidad.
Ahora Milei fue a explicarle a los capitalismos más prósperos del mundo como se hace el capitalismo próspero. El actual mandatario argentino se paró como un profesor ante sus alumnos y les dictó una cátedra de teoría económica basada en las corrientes radicales en las que abreva. Su discurso se mantuvo en la dimensión teórica, en la que fue minucioso explicando ecuaciones ideológicas que en el mundo desarrollado, aunque defendida por ultraderechas populistas, son vistas como lo que son: extremas.
En un foro en el que la teoría se usa en los discursos sólo para apuntalar los posicionamientos frente a temas puntuales de la agenda económica mundial, en la disertación de Milei fue la totalidad de lo expuesto.
Escucharlo decir lo que tantas veces dijo en programas de televisión (“la justicia social es injusta y es violencia”, “Argentina fue la primera potencia mundial de fines del siglo XIX”, más allá del anarco-capitalismo todos son “colectivistas, socialistas y comunistas” etcétera) sonaba raro. Algo está fuera de lugar si lo mismo que sirve para dar raiting a un programa argentino con panelistas, se repite en un foro como el de Davos.
El razonamiento expuesto por Milei conduce de manera inexorable a la conclusión de que las potencias europeas son países “socialistas” contaminados por las ideas “colectivistas y comunistas” que echaron a perder el mundo. Esa mirada surge de un monóculo ideológico, algo que en las democracias desarrolladas genera cualquier cosa menos admiración y respeto.
Sostener tales afirmaciones en un continente que alcanzó un desarrollo económico y social formidable con democracias gobernadas alternadamente por centroderechas y centroizquierdas, dejó expuesta una sobredosis de ideologismo, además de un problema de ubicuidad y conocimiento.
También debe haber descolocado a muchos europeos su prédica contra la protección del medio ambiente desde la perspectiva del negacionismo del cambio climático.
Buena parte del mundo, pero en particular Europa con Emmanuel Macron a la cabeza, chocaron con Jair Bolsonaro para que detuviera la destrucción de bosques amazónicos permitiendo la tala y los incendios forestales para expandir las áreas cultivables y la explotación minera. El choque de aquel presidente negacionista de Brasil con las potencias en el terreno del calentamiento global, fue muy fuerte. No puede desconocerlo el mandatario argentino.
En los diarios y el resto de los medios europeos, así como también los de buena parte del mundo, volvió a repetirse la calificación de “ultraderechista” para referirse al jefe de Estado.
En esa línea interpretaron también muchos analistas y medios electrónicos el ataque de Javier Milei al progreso que, a escala mundial, se está dando en materia de derechos de la mujer.
Milei tampoco se privó de repetir la afirmación inverosímil de que Argentina fue, en las últimas décadas del siglo 19, la primera potencia del mundo. Si lo escuchó el ministro británico de Relaciones Exteriores David Cameron, con quien tuvo un encuentro personal, habrá pensado que el presidente argentino desconoce que a la Inglaterra victoriana la llamaban “el imperio donde nunca se pone el sol”.
Argentina había alcanzado un nivel económico importante, superior al de actuales potencias como Canadá, pero en modo alguno fue la potencia más rica y poderosa del orbe. Por encima estaban el Imperio Austro-húngaro, la Alemania de Bismark y la Francia de la III República, entre otros.
La perplejidad, en algunos casos alcanzando niveles de estupefacción, habrá sido la sensación más extendida entre quienes escucharon el discurso de Milei, en un foro en el que las teorías ideológicas ocupan espacios mínimos y marginales porque las disertaciones se concentran en los temas puntuales más urgentes de la agenda económica mundial.
* El autor es politólogo y periodista.