“Una decisión tomada por un puñado de generales, posiblemente borrachos, y sin consultar a nadie”. La definición que dio Borges sobre lo ocurrido el 2 de abril de 1982 es dramáticamente cierta. Ni la apuesta de una dictadura que empezaba a hacer aguas ni la triste Plaza de Mayo colmada con el general Leopoldo Galtieri en el balcón, son orgullos argentinos.
Sólo los combatientes que murieron y los que sobrevivieron a los campos de batalla, esos soldados y oficiales que estuvieron en las heladas trincheras, así como los pilotos que mostraron destreza y osadía en sus intrépidos Mirages, redimen al país de aquella deriva. Pero son una mancha en la historia los generales atrincherados en sus escritorios y el dictador obtuso que tomó la decisión trágica y oscura de lanzar miles de jóvenes a la guerra, intentando salvar un régimen criminal que naufragaba.
El 2 de abril no es la fecha adecuada para reivindicar a las Fuerzas Armadas, como hizo Javier Milei. Tampoco necesitan estas FF.AA. ser reivindicadas, porque no son las que criminalizó aquella dictadura atroz. En rigor, lo que parecen querer reivindicar el presidente y la vice, Victoria Villarruel, es la guerra sucia que convirtió al ejército en una maquinaria de exterminio.
Una cosa es cuestionar el indulto a las organizaciones armadas que cometieron asesinatos, atentados y secuestros, que por cierto es absolutamente cuestionable, y otra es reivindicar la criminalización de las FF.AA. por una dictadura que en un desenfreno de crueldad asesinó, secuestró, torturó e hizo desaparecer a miles de sus víctimas. Una cosa es la necesaria recordación de las olvidadas víctimas del accionar criminal de las organizaciones armadas, y otra cosa es utilizar esas víctimas para la reivindicación de genocidas.
También en éste punto el gobierno de Milei se muestra lejos de lo centrado y razonable.
El constitucionalista Antonio María Hernández señaló la amputación que sufre la dialéctica hegeliana en la política argentina, al oscilar entre tesis y antítesis sin convertirse nunca en síntesis.
A través de abruptos meridianos y sin estabilizarse en el ecuador, el país pasa de un polo a otro, que aunque situados en las antípodas tienen el mismo clima emocional y la misma lógica de construcción de poder. En ambos polos germina ese oxímoron inquisidor llamado “periodismo militante” y hay legiones de fanáticos quemando herejes en las redes.
El kirchnerismo cometió la aberración de reivindicar las organizaciones armadas que en la década de 1970 cometieron asesinatos, atentados y secuestros. Reconocer a las víctimas de aquellas ideologizadas facciones criminales es justo, pero reivindicar el terrorismo de Estado que las aniquiló implica un retroceso oscuro.
También es un retroceso atacar el reconocimiento a la diversidad sexual, reabrir el debate sobre el aborto legal y desfinanciar la investigación científica y la creación artística, en lugar de eliminar los bolsones de corrupción, politización y malas administraciones que las afectan.
El sectarismo y los desvaríos ideológicos anteriores no le dan la razón al sectarismo y los desvaríos ideológicos actuales.
Aún cuando el crecimiento económico y la capacidad de consumo volaban por la estratósfera, la minoritaria Argentina con pensamiento crítico y vocación democrática señalaba el ideologismo agresivo con que Cristina Kirchner construía poder desde la confrontación.
El populismo es, esencialmente, la construcción de poder personalista y hegemónico confrontando y demonizando a las voces críticas. De izquierda o de derecha, está dentro de la cultura autoritaria, en la cual los eventuales buenos resultados económicos y el estado de guerra permanente contra deleznables enemigos producen el respaldo eufórico y acrítico al líder.
Pero el único enemigo real del líder populista es el pensamiento crítico. Lo fue del kirchnerismo y su aparato de propaganda y linchamiento de la imagen pública de sus cuestionadores. Y lo es del gobierno ultraconservador actual, que también financia artillería mediática, “periodismo militante” y un ejército de altísima agresividad que ataca en redes para imponer sumisión o silencio.
A las voces críticas, el kirchnerismo las rotulaba “derecha neoliberal” mientras que el actual oficialismo las descalifica como “casta”, “zurdos” y “los que no la ven”. Como si los logros económicos, que el kirchnerismo tuvo en la primera etapa y Milei posiblemente tenga a partir del segundo semestre, justificaran que el gobernante maneje el gobierno como le plazca y agreda con violencia verbal y gestual a sus opositores y críticos.
Más allá de las dudas que causan la velocidad y los instrumentos elegidos por el presidente para superar el estatismo paralizante, existe un consenso sobre la necesidad de implementar desregulaciones, el recorte del déficit y la libertad de mercado. Pero marchar en el rumbo adecuado no implica estar haciéndolo de la mejor manera ni de la única posible, y muchos menos implica justificar retrocesos en áreas donde, en las últimas décadas, se habían producido importantes avances.
* El autor es politólogo y periodista.