Lanzar agresivas descalificaciones contra gobernantes de países democráticos fue típico de líderes autoritarios. El sanguinario dictador ugandés Idi Amín Dada acribillaba de insultos a los mandatarios europeos. Lo mismo hacía Fidel Castro, quien al uruguayo Jorge Batlle lo llamó “abyecto Judas” y a Fernando De la Rúa “lamebotas de los yanquis”. También recurría a las descalificaciones de grueso calibre Hugo Chávez y hay muchos ejemplos más.
Los gobernantes democráticos son, en general, más respetuosos con los asuntos internos de otros países porque entienden que, cuando hablan públicamente, no se expresan a sí mismo si no a la sociedad que le confirió su mandato.
Eso comenzó a alterarse con la llegada al poder de liderazgos del populismo de izquierdas y derechas. En las últimas décadas se hizo común en ese tipo de gobernantes apoyar a candidatos en elecciones de países vecinos. Trump y Bolsonaro fueron ejemplos de esa tendencia alarmante. Un estropicio que debiera corregirse, sin embargo se agrava.
El colombiano Gustavo Petro cometió un error grave al comparar con Hitler al candidato presidencial argentino que había calificado a los socialistas de “basura” y “excremento humano”. Por cierto, el autor de semejante desmesura fue Javier Milei.
Poco después, ya como presidente, Milei llamó “comunista asesino” a su par de Colombia. Una descalificación de altísima agresividad pronunciada a propósito de nada, porque no lo dijo en respuesta a medidas políticas o económicas colombianas que resulten perjudiciales para Argentina, ni en el marco de un debate en un foro internacional donde la discusión fue subiendo de tono. Milei insultó a Petro sólo porque una periodista extranjera le preguntó qué pensaba sobre ese jefe de Estado.
Lo mismo que le había preguntando Patricia Janiot, de la cadena mexicana Univisión, para que su reportaje llegara a los titulares de los diarios y fuera comentado en todos los medios, ahora se lo preguntó el periodista de CNN Andrés Oppenheimer. Y el resultado fue el mismo, incluso con una agresión de yapa: Milei definió al presidente colombiano como un “asesino terrorista y comunista”.
La otra diferencia es que, esta vez, Bogotá tomó represalias. La primera vez se limitó a llamar a consultas a su embajador en Buenos Aires, mientras que ahora expulsó a los diplomáticos argentinos.
Colombia es un país demasiado importante como para generar crisis sin sentido ni justificación. El vínculo comercial entre ambos países debe ser protegido y fortalecido, mientras que las crisis diplomáticas lo que hacen es perturbarlo.
Hay mucho para cuestionar a Petro. Pero se trata del presidente de una democracia, que arribó a ese cargo con el voto de la sociedad. Insultar gratuitamente al presidente de una democracia es ofender a la sociedad que confirió su mandato presidencial en elecciones libres y plurales.
Una cosa es cuestionar y denunciar los atropellos de una dictadura como la que preside Maduro en Venezuela, Díaz Canel en Cuba, o el matrimonio Ortega-Murillo en Nicaragua, y otra muy distinta es referirse en términos agraviantes al jefe de estado de la democracia colombiana, sin que haya mediado una acción negativa contra la Argentina de parte del mandatario agraviado.
Eso muestra un doble desconocimiento: Milei parece desconocer que como presidente, su función es favorecer los intereses de la sociedad argentina, no decir lo que él piensa de tal o cual gobernante. No importa si lo que dice es cierto o no. Actuar así es irresponsable y de naturaleza autoritaria. Es actuar como un soberano con el poder de representarse a sí mismo, y no como un mandatario que debe representar al soberano mandante, que es la sociedad.
Otro posible error es considerar a Petro “terrorista, comunista y asesino” por haber pasado por las filas del M-19. En rigor, no consta que haya perpetrado actos terroristas ni asesinatos. Por otra parte, el M-19 fue la única guerrilla latinoamericana del siglo 20 que no tenía un programa marxista-leninista, si no socialdemócrata. Y fue pionera en negociar la paz con los gobiernos democráticos.
Comenzó a negociar con Belisario Betancur en 1984 y firmó la paz con Virgilio Barco en 1990. Además, de ese grupo que nació por el fraude que habría dado el triunfo al conservador Pastrana Borrero sobre el centroizquierdista Rojas Pinilla en la elección de 1970, salieron dirigentes que hicieron grandes aportes a la democracia colombiana. Por caso, el ex comandante Antonio Navarro Wolff fue uno de los constituyentes protagónicos en Constitución de 1991, aún vigente. También fue ministro del gobierno centrista de César Gaviria y gobernador del Estado de Nariño.
El M-19 no fue las FARC ni el ELN, guerrillas marxistas que industrializaron el secuestro, crearon Gulags en la selva y terminaron convertidas en ejércitos narcos.
Seguramente, los próximos periodistas extranjeros que entrevisten a Milei buscarán el exabrupto irresponsable que le dé repercusión a la entrevista. Ya saben cuál es el anzuelo que siempre muerde.
* El autor es politólogo y periodista.