En el prólogo para la edición en francés de La Rebelión de las Masas, José Ortega y Gasset planteó un concepto esclarecedor sobre las visiones ideológicas: hemiplejia moral.
Así describió aquel filósofo español la doble vara con que las posiciones ideológicas juzgan los crímenes del polo opuesto, mientras justifican los del polo propio.
Esa traición a la honestidad intelectual es moneda corriente en la dimensión de las ideologías. Mentes brillantes, como la de Jean-Paul Sartre, actuaron durante años obnubiladas por la “oscurecedora” luz de las convicciones absolutas, mientras algunos pocos, como Albert Camus, se atrevían a señalar esa defección de la inteligencia y la ética política.
En la cumbre de la CELAC lo hizo Luis Lacalle Pou, restando impunidad al discurso dominante en el foro. El presidente uruguayo usó la palabra “hemiplejia”, que alude a la parálisis total de una mitad del cuerpo. La inteligencia y la ética política sufre hemiplejias en las izquierdas y las derechas ideológicas.
Alberto Fernández y Lula da Silva no se equivocaron al señalar que las ultraderechas procuran destruir la democracia. Es absolutamente cierto. Lo prueban el gobierno de Jair Bolsonaro y la asonada golpista que intentó una multitudinaria horda bolsonarista en Brasilia. También lo prueban los partidos derechistas que acordaron con la presidenta de origen izquierdista, Dina Boluarte, la represión criminal contra las masivas y entendibles protestas que sacuden Perú.
El problema de esa verdad señalada por los presidentes de Argentina y Brasil, es que pierde credibilidad si no señala la otra verdad evidente: la ultraizquierda y los populismos izquierdistas también quieren destruir la democracia. De hecho, a la democracia venezolana la destruyó el chavismo a través de un régimen residual cuya naturaleza hegemónica, instinto represivo y calamitosa ineptitud causaron una diáspora de dimensiones bíblicas.
La cultura autoritaria de izquierdas también destruyó la frágil democracia que tenía Nicaragua, incluyendo entre los miles de presos políticos a verdaderos próceres de la revolución sandinista.
¿Por qué no señalaron algo tan evidente la mayoría de los oradores en la cumbre de la CELAC? ¿Justifican los crímenes del chavismo residual y de la satrapía orteguista por considerarlos crímenes para liberar a los pueblos del yugo opresor?
Sergio Massa se refirió a Uruguay como el “hermano menor”, pero su exposición en la CELAC dejó una gran enseñanza a los “hermanos mayores”, siempre entregados a la autocomplacencia política, las poses ideológicas y los discursos para la tribuna propia.
Lacalle Pou no fue el único en señalar lo que los “hermanos mayores” callaban en el cónclave de estados latinoamericanos y caribeños. Lo acompañó el presidente centroderechista paraguayo, Mario Abdo Benítez. También aportaron a la sensatez discursiva y a la honestidad intelectual los presidentes centroizquierdistas de Chile y Colombia.
Gabriel Boric y Gustavo Petro no cayeron en la hemiplejia moral que caracteriza al discurso unidimensional de la camada marcada por Hugo Chávez, entre la última década del siglo 20 y la primera del siglo 21.
No sólo en las izquierdas hay hemiplejia. En la dirigencia del PRO y de las fuerzas conservadoras argentinas todos ven los crímenes en la vereda de enfrente pero aplaudían a Mauricio Macri cuando coqueteaba con Bolsonaro y recibía con entusiasmo en Buenos Aires al sanguinario hombre fuerte saudita, Mohamed Bin Salmán, que llegó al país con las manos ensangrentadas por el asesinato y descuartizamiento del periodista disidente Jamal Khashoggi en Estambul. Como también miraron complacientes los abrazos de Macri con el despótico emir de Qatar (que pagó millonarios sobornos en el Parlamento Europeo para tapar denuncias sobre violaciones a los DD.HH.) no están en condiciones de señalar el discurso sesgado que predominó en la CELAC en materia de autoritarismos en la región.
Por cierto, Alberto Fernández incurre en esas impostaciones sólo para agradar a la vicepresidenta y a su feligresía, que de todos modos lo seguirá despreciando y cuestionando. También es una pose en el caso de Lula, cuyos gobiernos han sido económicamente pragmáticos, políticamente amplios e institucionalmente respetuosos de la democracia liberal.
La defección del presidente brasileño estuvo en los escenarios regionales, donde Chávez corría por izquierda a todos los centroizquierdistas, algunos de los cuales se dejaban arriar.
En esta primera presentación en un escenario regional, Lula siguió con la inercia discursiva que trae de las décadas marcadas por el exuberante líder venezolano.
Por suerte estaban Lacalle Pou, Benítez, Boric y Petro, señalando lo que es tan obvio y elemental como que en todos los países lo que debe haber son elecciones libres y no presos políticos.
Lula debe decidir si quiere que CELAC sea un instrumento para generar entendimientos y proyectos comunes para el desarrollo económico y social de la región, o un club de complicidades ideológicas.
Lo segundo solo sirve para tejer trapisondas políticas, corrupción y encubrimiento de crímenes del autoritarismo.
* El autor es politólogo y periodista.