¡Cuántas veces hemos oído la expresión coloquial “¡Mucho ruido y pocas nueces!” y la hemos tenido que explicar a quienes no sabían interpretarla más allá de su significado literal. En efecto, se aplica a una situación alrededor de la cual se han generado muchas expectativas, pero que no rinde los frutos esperados pues no era tan importante, sino que ha resultado intrascendente. Pero, ¿qué valores puede tener el vocablo “ruido”?
En primer lugar, debemos ir a su etimología en el latín tardío: allí se encontraba el sustantivo “rugitus”, que significaba “rugido”, pero también “estruendo”. Eso acarrea como consecuencia que, en el castellano actual, a partir de aquel viejo vocablo, tengamos dos derivados: “rugido” y “ruido”. El primero designa la voz del león, pero en sentido figurado designa también el grito o dicho de la persona colérica o furiosa. Por su lado, “ruido” tiene un valor más amplio porque es cualquier sonido inarticulado, por lo general desagradable: “La noche se fue poblando de ruidos extraños”.
También, se designa como “ruido” un litigio, un pleito, la discordia: “¡Qué ruido ha surgido con esto del problema de la carne!”; en relación con esta acepción, hablamos de “ruido” ante la repercusión pública de un hecho: “Ese tratado ha generado gran ruido entre los ciudadanos”.
Puede ser, además, que se llame “ruido” a la apariencia grande en las cosas que no tienen importancia; eso se aplica a la expresión que da título de esta nota, “mucho ruido y pocas nueces”, y a una similar, “ser más el ruido que las nueces”. Esta última, considerada como locución verbal coloquial, se explica en el diccionario académico como “tener poca sustancia o ser insignificante algo que tiene la apariencia de ser importante”.
En la esfera semiológica, hay “ruido” cuando se producen interferencias que afectan un proceso de comunicación; es una señal no deseada que se mezcla con la señal útil que se desea transmitir: “El mensaje no quedó claro por el ruido que distorsionaba la calidad”.
Hay una serie de locuciones acuñadas en torno a esta palabra, como “ruido de fondo”, que nombra ese sonido de baja intensidad, generalmente uniforme y continuo, que resulta perturbador porque subyace en un cierto entorno.
Se habla de “ruido de sables” cuando se produce malestar entre los miembros de las fuerzas armadas, como aviso de inminente rebelión.Y afirmamos que alguien o algo “hace” o “mete ruido”, coloquialmente hablando, para indicar que causa admiración, novedad o extrañeza: “Su nombramiento hizo mucho ruido en ese ambiente”.También, si se dice que “alguien quiere ruido” se señala que es amigo de contiendas o disputas: “No le haga caso a Emilio porque solamente quiere ruido”.Si una persona tiene carácter pacifista y deja de intervenir en asuntos que provocan disensiones o disgustos, se dice de ella que desea “quitarse de ruidos”.
Al considerar las connotaciones que nos evoca el término “ruido”, advertimos que son predominantemente negativas; así también ocurre con el adjetivo “ruidoso”, definido como “que causa mucho ruido”; sin embargo, existe para este adjetivo una connotación positiva porque también, dicho de una acción o de un lance, significa “notable y de que se habla mucho”: “Tuvo una ruidosa actuación”.
Cuando consideramos el valor de un término, advertimos que existen otros, cercanos en significado, pero que presentan distinto grado de intensidad. Hablamos, entonces, de gradación semántica y es aquí donde encontramos que, junto a “ruido”, la lengua nos da “susurro” y “murmullo”. Del primero, su definición nos dice que es un ruido, pero que su característica es que posee carácter suave y remiso, tanto si se refiere al hablar quedo, como al modo de hacer algunas cosas: “Casi no la escuchaba porque hablaba en un susurro” y “Era bello, en el silencio nocturno, el susurro de las hojas del eucalipto”. El verbo que le corresponde es “susurrar”, que lleva como sinónimo “musitar”, con el sustantivo correspondiente, “musitación”.
Y en cuanto a “murmullo”, también es un ruido que se hace hablando, especialmente cuando no se percibe lo que se dice: “En el gran salón, no se individualizaba ninguna voz porque un tenue murmullo confundía todo”. Y, entonces, en relación con este término se nos dan los verbos “murmullar” y “murmurar”, con idénticos valores: en primer lugar, dicho de la corriente de las aguas, del viento, del movimiento de las hojas, se usa esta acción para indicar un ruido blando y apacible: “En la noche otoñal, nos deleitábamos con el murmurar de las aguas del arroyo mezclado con el de la brisa entre las hojas”.
Además, “murmurar” puede indicar un hablar entre dientes, manifestando queja o disgusto por algún motivo: “Expulsado del sitio, el hombre se retiró murmurando”. Coloquialmente, “murmurar” significa, además, “conversar en perjuicio de alguien ausente, para criticar sus acciones”: “Que hable de frente, en vez de murmurar por detrás”.
El silencio de todo ruido para generar intriga se designa con dos sustantivos cuyo parecido sorprende y motiva dudas: se trata de “suspense” y “suspenso”. Recurrimos, como tantas veces, al Panhispánico y encontramos la respuesta a nuestra inquietud: en cuanto a “suspense”, es una voz tomada del inglés, aunque también está presente en francés. Se debe pronunciar tal como se escribe y su significado es “expectación por el desarrollo de una acción o suceso, especialmente en una película, obra teatral o relato”: “En la puesta en escena, alternó el suspense y la intriga”. En España, es muy utilizado el término, pero en América se prefiere “suspenso” con el mismo valor que el término proveniente del inglés: “Mantuvo el suspenso hasta el final de la novela”.