El último tramo del siglo XX y lo que va del presente, muestra que las industrias no solo deben ser rentables y eficientes. Existe una variable transversal, indispensables y poco conocida por la sociedad: la seguridad de las operaciones y el trabajo. Esta no es una referencia a las acciones relacionadas con la seguridad e higiene, sino a la función y potencias consecuencias que conlleva el trabajo de cada una de ellas.
Damos ejemplos: el escape de radiación en la central nuclear de Tree Mile Island (Pensilvania, EEUU.) que ocurrió en 1979; el mega escape de gases tóxicos (1984) en la planta química de Bhopal de la India, junto con la tragedia de Chernóbil (1986) y la del transbordador espacial Challenger de la NASA (1986). Estos casos trágicos, junto con otros, mostraron que las consecuencias en términos de vidas y daños materiales requieren un abordaje holístico e interdisciplinario que pueda contener los riesgos emergentes de cada rama de la industria.
Los primeros intentos de prevención se llevaron a cabo a través de estrategias basadas en el comportamiento de los trabajadores, junto con una serie de herramientas ligadas al estudio de los factores humanos. Los estudios demostraron que sin bien hubo una mejora en los estándares, esas acciones no fueron lo suficientemente robustas como para contener todas las variables de las industrias de alto riesgo. La evolución lógica fue abordar los problemas de las organizaciones, aquellos factores, variables y condiciones que se encuentran lejos de los trabajadores y que pueden condicionar su desempeño.
Sin lugar a duda, en la actualidad, esta estrategia de gestión de seguridad se perfeccionó y logró importantes mejoras en los estándares de todas las industrias. En particular, la aviación, es una de las que mayor cantidad de herramientas, regulaciones –que devienen de tratados internacionales – y procedimientos posee para abordar la problemática de la seguridad. Esta estructura la ubica dentro del lote de las industrias ultra seguras. Esto no quiere decir que se erradicaron los accidentes, pero sí, que potencialmente ocurren con menor frecuencia y menor impacto; por lo tanto, las pérdidas humanas y materiales son menores. Los resonantes casos que se dieron en Brasil en los últimos días reafirman esta idea: los accidentes, lamentablemente, seguirán ocurriendo, pero cada vez en menor medida. Así lo demuestran las estadísticas de la OACI a nivel mundial. Al respecto, en otra nota debería abordarse la pregunta, ¿el hielo puede derribar un avión?
En ese gran conjunto de concepciones conceptuales, métodos y políticas para mantener los estándares de seguridad en niveles tolerables para el sistema; se puede observar que los criterios que adopta la visión guardan una estrecha similitud con las demás industrias ultra seguras “colegas”. Este andamiaje que sostiene actividades humanas esenciales tiene un fuerte componente para su desarrollo y sustentabilidad: el recurso humano. La Argentina, fuente inagotable de excelencia de ese recurso, sigue haciendo honores y alimentando la industria local y mundial con profesionales altamente calificados en esta disciplina poco conocida y muy específica.
Uno de los desafíos planteados recientemente es trasladar las experiencias y lecciones aprendidas en esta actividad al campo de la salud. Con esa idea, la Universidad Argentina Isalud desarrolló el primer tramo formativo para profesionales de la salud, en el que se imparten estrategias y herramientas de uso transversal y mejora específica. Cabe resaltar que no se trata de la ya conocida “seguridad del paciente”, sino de cuestiones que inherentemente apuntan a los niveles de conducción, toma de decisiones y diseño estratégico.
El profesor emérito de la Universidad de Copenhague, Erik Hollnagel, especialista en seguridad y psicología de las organizaciones, fue el primero en presentar una formación universitaria basada en ese conjunto de ideas en salud, junto con su publicación “From Safety I to Safety II” de 2015. Tanto los textos como la capacitación apuntan a establecer cultura segura y cultura justa como motor de las buenas prácticas y estrategias. Estas instancias también tuvieron el aporte de los métodos desarrollados por la ingeniera Levenson, investigadora principal del accidente del Challenger.
Hoy, la Argentina, se reposiciona nuevamente en la vanguardia conceptual para la mejora y sostenibilidad de la seguridad aplicada al campo de salud. Formar no es criticar lo hecho, sino aportar nuevas ideas y herramientas. Las lecciones aprendidas en las industrias ultra seguras servirán de motor para que el personal de salud pueda repensar sus problemas desde una perspectiva complementaria.
No pueden repararse las consecuencias que hayan causado distintas deficiencias de los sistemas, pero sí es un deber moral y profesional que sea motivo de estudio, aprendizaje y mejora hacia el futuro, tanto próximo, como lejano. El compromiso es investigar para mejorar, la justicia sobre los hechos pasados tiene una institución de la democracia para ser impartida.
* El autor es investigador de aviación y seguridad operacional.