Introito
La inteligencia no es virtud ni mérito propio. Es un don que Dios nos da y que deberemos rendir cuentas sobre qué hicimos con ella, tal como se explica en esa maravillosa parábola de los talentos. Como no hemos hecho nada para lograrla, decir que somos inteligentes tampoco es acto de soberbia, simplemente reconocer el don o talento recibido de Dios, en cuyo plan insondable está la pregunta ¿por qué algunos son inteligentes y otros no? Y para los no católicos la generación de inteligencia tampoco es mérito humano.
En tanto lo que sí es virtud o demérito es qué hicimos bien y qué hicimos mal o no hicimos con nuestra inteligencia. Y lo que hicimos o desarrollamos es nuestro conocimiento. Friedrich Nietzsche el filósofo alemán más duro que yo haya leído (“Dios ha muerto, viva el hombre, que lo ha matado”) pronunció unos conceptos increíblemente bellos en “Also sprach Zaratustra”: “Las palabras más quedas son las que desatan las grandes tempestades. Palabras que se posan con suavidad de paloma gobiernan al mundo”. Las palabras son la expresión escrita y oral del conocimiento. La inteligencia desarrolla el conocimiento que gobierna al mundo.
Qué pasa en Argentina
Hay muchos argentinos inteligentes pero hemos desarrollado muy poco conocimiento o lo hemos hecho mal. Utilizamos la “viveza criolla” que tanto nos perjudicó. Logramos algunos éxitos individuales y muchos fracasos colectivos. En el extranjero los argentinos se destacan individualmente. Pero aquí somos un fracaso, porque al no desarrollarnos en conjunto vivimos egoístamente; una de nuestras frases predilectas es “sálvese quien pueda”, un desprecio por el país.
Pruebas de nuestro desconocimiento colectivo
En 1901 se instituyó el Premio Nobel para quienes brindaran los conocimientos más beneficiosos para la humanidad. Argentina tuvo 5 premios Nobel: Bernardo Houssay (1947), Federico Leloir (1970), César Milstein (desde Londres) (1984), Carlos Saavedra Lamas y Adolfo Pérez Esquivel (éste muy cuestionado), los dos últimos premios por la Paz y los tres primeros, científicos. En 120 años Argentina generó solo tres premiados por su conocimiento.
Al mismo tiempo EEUU ¡logró 385 Nobel!, Inglaterra 130, Alemania 108 (con dos guerras destructivas), Francia 69, Suecia 32, Japón 27(con una guerra destructiva 1941/1945), Canadá 26, Suiza 26, Austria 21, Holanda 21, Italia 20, Polonia 14, Dinamarca 13, Sudáfrica 10, España 8, todos inferiores a nosotros hasta 1930 y desde entonces, muy superiores hasta hoy.
En 2000 pudimos haber tenido un nuevo premio Nobel, René Favaloro, que descubrió la técnica quirúrgica del By Pass coronario utilizando la vena safena, admirado por el mundo entero y requerido por EEUU para que continuara su vida y sus trabajos en aquel país. Prefirió volver a nosotros para brindarnos toda su sabiduría. Agobiado por los problemas locales fruto de nuestros desastres, con la incomprensión y olvido del pueblo y empresariado argentinos y del Presidente De la Rúa, se suicidó el 29 de julio de 2000. En realidad Favaloro no se suicidó. Nosotros lo matamos.
Las universidades son las fábricas de conocimiento del mundo. Los gobiernos extranjeros convocan permanentemente a los universitarios y a las universidades para requerirles asesoramiento. EEUU tiene un plantel permanente de cien universitarios que asesoran al Presidente. Todo lo dicho no existe en Argentina. Los gobiernos solo consultan a políticos, cuya preocupación mayor es cómo ganar elecciones y no cómo resolver los problemas del país. En 2021 EEUU registra 4.599 universidades; Argentina 150.
Pero no solo existe este déficit universitario. La enseñanza media no produce egresados formados en nada ni aptos para trabajar. Nadie se preocupa por este deficiente nivel medio. La enseñanza primaria se mantiene fundamentalmente por la entrega material y espiritual de sus docentes, en algunos lugares sin apoyo ninguno del Estado. La triste conclusión es que el nivel de conocimiento general del 70%/80% de la población argentina ¡es el de la escuela primaria!
¿Qué nos sucedió?
Mario Vargas Llosa se preguntó qué le sucedió a nuestro país. Hace 100 años Argentina era el ejemplo de América y el mundo. Sexta entre los países desarrollados, un pueblo alfabetizado y culto, educación de primera línea, abierto a recibir inmigrantes de todas partes, especialmente de Europa, sin dudas, con un presente y futuro espectacular. A partir de 1930 comenzamos a declinar y todo fue coincidente con los gobiernos que elegimos o impuestos militarmente, que intentaron perversamente demostrarnos que necesitábamos un Estado fuerte de gran tamaño, con un desprecio total por la actividad privada, por el éxito, por el capital, por el progreso individual, por la educación. Requirieron el aumento de impuestos para agrandar al Estado y desde él, hacer proselitismo político y defraudar al fisco. Al derrumbarse la producción por los castigos a los productores, disminuyó la exportación, la radicación de industrias y empresas y los ingresos estatales por la saturación empresaria.
Entonces se sustituyó lo que hace crecer y progresar a los pueblos por la emisión monetaria para paliar el enorme déficit fiscal siempre creciente. La inflación no se hizo esperar y hoy estamos destruidos con una población pobre perversamente cautiva del gobierno, para quien el mérito y el éxito personal son malas palabras.
¡Hay que seguir manteniendo el desconocimiento para que el pueblo crea que este desastre es lo mejor para él! ¡Comparar Argentina con el primer mundo es verificar nuestra pobreza y retraso como país!
¡Viva mi Patria de San Martín mancillada por corruptos!