La dependencia en el desarrollo científico y tecnológico, descansa en la dependencia económica, cultural, intelectual y organizativa, que atraviesan estas cuatro dimensiones.
La soberanía es la autoridad más elevada en la cual reside el poder político y público de un pueblo, una nación o un Estado sobre su territorio. Es la independencia que tiene un Estado para crear sus leyes y controlar sus recursos sin coerción de otros Estados u actores externos.
La soberanía se construye como categoría política desde una concepción de derechos. Así se contrapone a los intentos de subordinación en términos de generación de conocimiento de los países centrales que mercantilizan nuestra vida, salud, ambiente, educación, y buscan volverlas un negocio muy rentable.
El concepto de soberanía en ciencia y tecnología (CyT) es la capacidad de una nación de llevar adelante acciones, dispositivos, políticas públicas y estrategias necesarias para garantizar el acceso a los derechos de todas las personas que la habitan, sin condicionamientos (Texeira, 2017). Esta perspectiva destaca el papel protagónico del Estado como único actor con capacidad de conducir y orientar los diversos actores sociales y económicos vinculados al sistema de CyT argentino. Para ello se requiere de un pensamiento nacional situado, capaz de elaborar desde los problemas y las virtudes de nuestro país soluciones propias sin importar recetas extranjeras (Alzugaray, 2009). Hoy permea en la sociedad la “privatización/desfinanciación” de la CyT. Ante esta situación se deben defender las políticas de Estado porque no hay posibilidad de soberanía sin CyT.
El Conicet, universidades y muchos otros organismos que trabajan en CyT son promotores fundamentales del desarrollo nacional. Algunos se preguntan “¿Qué ha hecho el Conicet?”. Conicet ha sido un actor fundamental ante la pandemia que sufrimos, testeando medicamentos, generando barbijos, tests para detección, optimización del uso de respiradores, y actualmente desarrollando una vacuna nacional.
Argentina tiene el sistema de ciencia más potente de Latinoamérica. Así ha podido construir reactores nucleares, satélites y hacer valiosos desarrollos en biotecnología, salud, ambiente.
Tenemos tres investigadores cada mil habitantes de población activa, el mejor número de Latinoamérica. Se necesita una mejor interacción entre este sistema y el productivo, que permita capturar el conocimiento transformándolo en bienes que tengan impactos socioeconómicos. Esto involucra a todo el sistema de ciencia. No se limita a las ciencias “duras”, porque cada proyecto tecnológico que hay en marcha, como el caso del litio, requiere también una mirada socio-ambiental. Ningún proyecto tecnológico avanza si no tiene garantías de sostenibilidad y para eso es preciso un enfoque transdisciplinario integrando las ciencias ambientales, sociales, económicas, con las disciplinas exactas e ingenieriles. Sin las ciencias sociales y ambientales que lo validen, ningún proyecto tecnológico del siglo XXI va a conseguir la licencia social.
Estamos en una muy buena posición en Latinoamérica, aunque aún hay mucho por hacer para fortalecer nuestro sistema de CyT. La Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que logramos aprobar es una excelente herramienta.
Hay desafíos por delante. Sabemos que la ciencia básica y sus aplicaciones son claves para el desarrollo y soberanía del país. Un aspecto central para pensar la soberanía de una nación es la investigación científica que realiza y la matriz de desarrollo productivo que la sostiene. Surgen algunas preguntas: ¿qué políticas de CyT tiene Argentina? ¿Cuánta inversión en Investigación y Desarrollo realiza? ¿En qué áreas específicas y para resolver qué tipo de problemas? Argentina realiza 50% de sus inversiones de investigación y desarrollo en investigación aplicada, 34% en investigación básica y sólo 16% en desarrollo experimental (Cepal, 2018). Según la Unesco, el desarrollo experimental se orienta a la producción nueva o mejorada de materiales, productos, dispositivos, procesos o sistemas. La investigación básica es aquella vinculada al trabajo sistemático teórico o experimental, para generar conocimiento original sobre un fenómeno o hecho, y la investigación aplicada, aquella cuyo objetivo es resolver una necesidad específica o un problema práctico. Esto configura una matriz periférica o dependiente de inversión en CyT, si se la compara con países centrales que destinan inversiones en proporción opuesta a nuestro país (China orienta sólo 5% en investigación básica, 10% en aplicada y 85% en desarrollo experimental). Para complementar este dato y comprender nuestra matriz dependiente y periférica, es preciso conocer el proceso de transferencia ciega de tecnología que Codner y Perrota (2018) describen claramente: 80% de las investigaciones financiadas en Argentina corresponden a agroindustria, ciencias biológicas y ciencias médicas, en ese orden. De esas investigaciones, la médica es la que mayor cantidad de patentamientos genera, todas en el exterior y la mitad de las mismas en organismos privados extranjeros.
Casi la totalidad de la investigación básica y aplicada biomédica de nuestro país (que ha aportado tres de nuestros cinco premios Nobel) es usufructuada por capitales extranjeros que casi no invierten en investigación básica, sino que utilizan la generada en países periféricos para realizar desarrollo experimental.
Es imprescindible fortalecer la tradición en CyT del país, buscando, sin copiar ni pegar, soluciones a nuestros problemas: una política nacional y soberana de CyT que investigue e impulse el desarrollo nacional, en un círculo virtuoso de producción pública y privada, pero con fuerte control y orientación estatal.
* La autora pertenece al Iadiza-CCT Conicet Mendoza.