Después de fines de 2001 donde casi nada quedó en pie en el país, implosionó el Estado y las partes más frágiles de la sociedad se hundieron en la miseria arrastrando a otras que formaban parte de la supuestamente perenne clase media.
A fines de 2023 todos los intentos que se hicieron para remontar aquel estrepitoso caos anárquico del 2001, terminaron cayendo en saco roto y nos condujeron al mismo lugar del que nos quisieron sacar, o incluso peor, bastante peor por el mayor deterioro social y por la mayor decadencia dirigencial.
Producto de esa demolición política integral la Argentina hoy es tierra arrasada, como en el fin de una guerra donde hay que reconstruir todo y a la vez refundarlo todo, porque las nuevas edificaciones no pueden adolecer de los mismos defectos que nos condujeron al 2001 pero a la vez no se pueden reconstruir de la nada.
Acá no hubo un enemigo externo que nos ganó, sino que nos derrotamos a nosotros mismos. Y además se consolidó un poder para administrar la decadencia, que vive de esa decadencia y crece con ella en contra del resto de la sociedad, que cada vez está peor.
Ese es el Estado y la sociedad corporativas que se deben desmontar. No sabemos si las propuestas desregulatorias de Milei son las correctas o no, pero son las que votó el pueblo mayoritariamente para sacarse de encima a esta casta. Por lo tanto por ahora no tenemos otras. Y lo peor sería permitir que no se las deje funcionar, que es lo que han intentado en estos primeros seis meses las obstrucciones de los interesados en que nada cambie y las improvisaciones e ineficiencias del gobierno que asumió el cambio con escasa preparación para ello.
Sin embargo, luego de muchos esfuerzos, los primeros meses de gestión culminaron la semana que pasó con algunas buenas nuevas luego de anteriores semanas horribles. “Todo taller de forja parece un mundo que se derrumba” solía decir don Hipólito Yrigoyen. Pues, luego de graves días de nuevos derrumbes (como las secuelas posteriores de viejos terremotos aún latentes en el subsuelo) con la aprobación de hecho de la ley bases y con la menor inflación mensual en dos años, algo de forja pareció empezar a notarse. Frente a una oposición obstructiva que esta semana mostró como nunca su impotencia.
Para eso analicemos, solo como ejemplo, esa puesta en escena que fue el nuevo sitio al Congreso con motivo del tratamiento de la ley bases, un déjà vu, una repetición farsesca del otro sitio ocurrido en diciembre de 2017 con motivo de la reforma jubilatoria de Macri y protagonizado por exactamente los mismos actores de hoy, cuyos afanes destituyentes son -cuando menos discursivamente- brutales pero a la vez se repiten cansinamente, con un espíritu rutinario, burocrático, repetitivo, como que estuvieran cumpliendo un rito que no pueden dejar de cumplir. Como obedeciendo a un manual: Avanzan sobre el Congreso, tiran muchas piedras que arrancan de la plaza y una que otra molotov, incendian cobardemente uno o dos autos, se acercan a la policía y le mojan la oreja con el deseo explícito de que los repriman aunque sea con un aerosol, para luego, si les tocan un dedo quejarse de que son agredidos furiosamente. Y entonces algún legislador desde dentro del Congreso pide que se suspenda la sesión porque se está reprimiendo al pueblo en las calles. Una eterna cantinela de frases y acciones que ya se han transformado en una rutina de la insurrección trucha, esa que solo Milei cree que es verdadera, o dice creerlo. Menos mal que esta vez prácticamente nadie les llevó el apunte y la sesión siguió como si nada. Todo fue mera teatralización reiterada de unas “fuerzas populares” en obsolescencia que odian tanto a Milei, como a Macri, como a todo gobierno que no voten ellos, pero que ya no tienen nada que ofrecer hacia el futuro, solo cosas peores de lo mismo.
Por lo tanto, desbancados al menos temporalmente por la historia los mariscales de la derrota, ahora la pelota está del lado del gobierno que debe comenzar a elevar sus miras, a pensar en grandes horizontes, a instalar la novedad en este presente que sigue siendo, salvo en las expectativas, mero pasado. Una alta tarea de construcción política que necesita muchos arquitectos y ningún terminator, aunque venga del futuro. Nada nuevo llegará solamente peleando contra la viejo, habrá que crear lo nuevo, gestarlo. De la mera destrucción no surgirá ninguna creación. Estos no son los tiempos en que bastaba con hacer la revolución y tomar el poder para cambiar la historia. Creencia por otra parte absolutamente errada porque desde hace varios siglos (particularmente en el siglo XX, el siglo de las revoluciones de masas) se la viene intentando y siempre fracasando. No basta con que muera la viejo para que nazca lo viejo. Como algunas tendencias extremas de la mente de Milei parecen creer. Claro que hay que acabar con el estatismo, la partidocracia, la casta, la ineficiencia y las corporaciones. pero no para ingenuamente creer que demolidas esas falencias, el libre mercado desplegará sus bondades por sí solo. Es mentira, nada podrá hacer el mercado, ni siquiera habrá posibilidades de libre competencia si antes no se reconstruye el Estado, la política, los políticos, el gobierno y la sociedad. Una tarea ciclópea que mucho más que de desmantelamiento es de reconstrucción y refundación, vale decir recuperar la viejo valioso y reemplazar lo caduco por lo nuevo. La más alta de las tareas políticas. Como hicieron los de la generación del 80 y que hoy deberíamos continuar: necesitamos crear una Nación para el nuevo desierto argentino y poner un nuevo Estado al servicio de la Nación, nunca más de sí mismo. Más liberal imposible.
Milei no debería creer, como está creyendo desde la derecha, lo mismo que creían los jóvenes de izquierda de los años 70. Grafiquemos lo que queremos decir con una anécdota, que fue famosa en ese entonces, de Napoleón Bonaparte: Cuenta la historia que luego de tomar el poder y ser designado emperador, Napoleón paseaba con su caballo y sus custodias por las cercanías de París cuando encontró a un viejo noble que al verlo lo inquirió: Emperador, me han expropiado todas mis tierras y me he quedado sin nada. Pero no me quejo de ello, es posible que las mismas fueran obtenidas por privilegios reales de los que el pueblo carecía y acepto mi destino. Pero lo que no entiendo es que veo a los suyos ejercer el poder sin ninguna diferencia con lo que hacíamos nosotros, inclusive con más vulgaridad e ignorancia y con similar corrupción. Entonces le pregunto emperador: ¿Valió la pena cortarle la cabeza al rey y acabar con toda la aristocracia dirigente para que otras personas, en nombre de otras ideas, apenas llegaron al poder asumieran los mismos viejos vicios de nosotros y hasta coronaron a un nuevo monarca con el nombre de emperador?
Napoleón le contestó: hay una diferencia esencial que posiblemente usted jamás podrá entender, “ustedes son los que se van y nosotros somos los que venimos”. Y en ese entonces toda la muchachada setentista aplaudía a rabiar porque se sentía la representante de lo nuevo contra todo lo viejo. Igual que Milei hoy.
Napoleón creía, en una época historicista y progresista, que la revolución era lo que diferenciaba a los que se iban de los que venían. De qué lado del mostrador se estaba. Si vós entrabas al futuro, eras bendecido por el solo hecho de entrar y dejabas atrás al pasado. Por el solo hecho de ser nuevo -o creerse nuevo- se era definitivamente mejor. Por definición lo nuevo era bueno y lo viejo era malo. No importa qué contuviera, que ayer santificara al Estado revolucionario y hoy al Mercado anarcocapitalista. Lo mismo da.
No obstante, hay que reconocer que Napoleón no era tan esquemático ni simplista. En eso le llevaba mucha ventaja a Milei. El emperador era excéntrico pero no quería inculcar en el mundo las ideas de alguna secta que él profesara, sino las liberales que circulaban cada vez más por todos lados. Hablaba en nombre de una nueva clase social, la burguesía y de un nuevo ideal político: la República, que lo habían precedido. Y él venía a gobernar en nombre de ambas y destruir al antiguo régimen estatal y a las corporaciones sociales para construir una nueva sociedad que ya contaba con sus actores y sus ideas. Incluso se ocupó, con su ejército imperial, de ir llevando las nuevas ideas republicanas y burguesas por todo el resto de Europa, hasta que se topó con la pared rusa del despotismo oriental.
En la Argentina actual, en cambio, por ahora tenemos aún sobreviviendo al antiguo régimen estatal y a las viejas corporaciones sociales. Tenemos incluso una cara nueva que viene de afuera de la política tradicional para reemplazarlas por algo nuevo. Pero no tenemos ese reemplazo. No tenemos una nueva clase social, ni una nueva elite. Tenemos a la vieja casta y a grupúsculos oficialistas (similares a los militantes napoleónicos) que poco a poco van adaptando las mismas viejas prácticas de las elites, e incluso más vulgarmente.
Por otro lado, Milei más que proponer ser lo nuevo que viene en lo que más parece estar interesado es en atacar a los que se van, que se vayan todos es su consigna. Milei es la encarnación de una idea, la transformación de un concepto de protesta en un ser humano de protesta. Él es la expresión de esa bronca a la vieja casta, no la representación de una nueva clase y una nueva elite de la que Argentina carece absolutamente salvo que los extraiga de lo mejor de la vieja casta como a la postre terminó haciendo Napoleón. Al menos al principio. Cuando el emperador vio que muchos de los suyos promovían el desorden y la anarquía, y que además ni siquiera sabían educar en las nuevas ideas a los chicos y muchachos porque esos profesores liberales eran bastante ignorantes, no dudó, pese a estar peleado con la Iglesia, en convocar en su auxilio a los viejos curas maestros y les devolvió el papel de educadores, porque el emperador prefería que los jóvenes aprendieran primero el orden y la autoridad, que habiendo sido formados en ese carácter, los nuevas ideas luego serían mucho más fáciles de incorporar. Puso el antiguo régimen al servicio de la revolución republicana. Cosa que Milei de a poco está obligado a hacer, pero se resiste a aceptar para no disuadir a los suyos ni a sí mismo, que por ahora piensa igual que los suyos.
En síntesis, como en un país preconstituyente (que a eso nos condujeron los dirigentes de estas dos últimas décadas), hoy somos de nuevo culturalmente un desierto, pero la casta ha sobrevivido a un país en ruinas y lo sigue conduciendo desde las sombras, los lobbies y las claudicaciones del nuevo gobierno. Napoleón, en cambio, era el representante de una nueva fuerza social contra las corporaciones y contra la monarquía, aunque él a su manera fuera un nuevo monarca, pero de la república. Milei no representa a nada de todo eso porque aún no hay nada nuevo. Por eso es tan importante un programa desregulador, que de un modo u otro despeje de malezas al futuro y el país corporativo puede dejar paso a otro. Después discutimos cual de esos países será. Pero empecemos por lo que votó el pueblo.
Así como en el 83 había varios millones de votantes de la nueva democracia que venían desde afuera de la política y de donde fueron surgiendo las nuevas elites, ahora no hay nadie. Los que vienen no vienen de afuera, sino de los márgenes políticos. No hay formas de reclutamiento político externo. La casta se reproduce solo desde dentro de ella misma. Es absolutamente endogámica. Saltan de un partido a otro, pero no hay adentro ni afuera. Los que están adentro se quedan adentro por siempre y los de afuera afuera por siempre salvo limitadísimas excepciones que solo sirven para justificar la regla. Es puro nepotismo, los padres dejan el lugar a sus hijos, y los demás a sus hermanos, primos, tíos, esposas, amantes, socios o testaferros. Es un círculo cerrado.
Y los que votaron a Milei más ardientemente, no se preocupan aún por que surja una nueva democracia, sino expresar su furia. Dijimos que es tanta la que tienen que hasta transformaron una idea (que se vayan todos) en una persona (Milei). Y ese hombre tampoco es un hombre de Estado, al revés la gente le pedía que atacara a los políticos, pero él además odia a la política y además odia al Estado que es la nación jurídicamente organizada. Y no representa a nadie porque no hay nada que representar salvo reivindicaciones individuales, solo expresa sentimientos y los lleva al seno del poder. Claro que Milei necesitaba expresar exactamente eso para llegar al poder. Pero requiere exactamente lo contrario para gobernar.
Lo primero que le sale bien en seis meses es que esta semana -con apoyo de mucha gente, incluso muchos de la casta- se vislumbró una idea de Estado y de sociedad, que es lo que se necesita. Otro Estado, no ningún Estado. Otra sociedad, otra clase social. Y por ende otra elite política, que sin nueva sociedad no surgirá de ningún lado.
Hoy Milei tiene que armar un gobierno para reconstruir el Estado y desregularlo para que las libres iniciativas (individuales y colectivas) generen una sociedad diferente y una nueva elite dirigente, que no saldrá de la nada, porque acá la vieja elite no ha desaparecido, sino que sigue existiendo toda. El desierto que queda después de una guerra o terremoto suele acabar fisicamente también con gran parte de las elites. Acá las elites, no la guerra ni un terremoto, devolvieron el país al desierto, pero ellas sobrevivieron y son las únicas que saben medrar con esa realidad decadente. Por eso son conservadores de la decadencia, porque objetivamente les conviene.
Por ende, de lo que se trata también es de desmonopolizar la política. Así como hay que poner libre competencia en la sociedad, hay que poner libre competencia en la política, que compitan nuevas camadas con las que están.
No se trata de acabar con la casta, sino acabar con el monopolio de la casta, vale decir desregular la actividad política e incorporarle a la misma elite la ley de la oferta y la demanda. Pero para ello se necesitan que vengan de afuera de la política actual nuevos políticos y les ganen a los que están. Sin embargo, para que estos existan deben representar a clases sociales libres en vez de corporaciones dependientes. En vez de acabar con la política como quisiera Milei en sus delirantes sueños anarcolibertarios, proponemos algo mucho más liberal: desregular la política para instalar dentro de ella la libre competencia contra el monopolio corporativo actual. Y para eso hay que crear un nuevo Estado pero para crear un nuevo Estado debe crearse una nueva sociedad a partir de las desregulaciones que le pongan fin al empresario capitalista prebendario y lo reemplace por el empresario de la libre competencia. Y no solo eso debe ocurrir con los empresarios, sino también con los sindicatos, con todas las instituciones, con las oportunidades que se le ofrecen a todas las personas para que pueda desarrollarse en libertad sin trabas burocráticas. Más liberal imposible, pero por ahora poco que ver con lo que propone Milei que no parece pensar en estos términos. Él sigue contento con formar parte de los que vienen y estar en contra de los que se van. Pero si no se construye un nuevo Estado y una nueva sociedad, no se irá nadie ni vendrá nadie. Y lo nuevo hay que construirlo también desde las entrañas de lo viejo, mejor dicho de lo permanente. Solo así lo nuevo tendrá un sentido. Esa es la tarea estratégica que la historia le está ofreciendo a Milei si la sabe aprovechar. Si en cambio sigue adelante sin cambiar de actitud poniéndose en contra a los que incluso quieren apoyarlo, en el mejor de los casos será un despojador de malezas, lo que no está mal, pero serán otros los que construyan sobre los despojos. Y el viento entonces también lo llevara a él. Todavía está a tiempo. Debería reflexionar sobre estas cosas en la mejor semana de lo que va de su gobierno, algo que seguramente no durará mucho conociendo cómo funciona la Argentina.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar