Cuestionar ciertas actitudes y pronunciamientos de Javier Milei no revela una posición ideológica. Criticar que insulte a otros presidentes, que salte como un astro de heavy metal en escenarios extremistas, que haga alusiones obscenas ante alumnos secundarios y le grite “viva la libertad carajo” a niños de ocho años en una escuela, así como faltar a una cumbre del Mercosur pero ir a Brasil, donde recibió una medalla de grosera vulgaridad misógina y homofóbica, no es una cuestión de ideologías sino de sentido común.
Hasta por aversión al mal gusto se puede cuestionar al presidente sin que entre en consideración su política económica y su forma de gobernar, aunque también tienen mucho de cuestionable.
Quienes deberían explicar por qué actúan como actúan son los dirigentes opositores que se callan ante una cantidad de gestos y pronunciamientos bochornosos; el mudo entorno presidencial que aplaude hasta las referencias escatológicas y también la legión de yihadistas que linchan con saña en las redes a quienes se pronuncian desde el sentido común y la vergüenza ajena.
De Camboriú habían llegado imágenes de Milei vociferando ante una audiencia ultraderechista y también recibiendo de Jair Bolsonaro una medalla de méritos heterosexuales y rechazo a la homosexualidad. En eso estaba el presidente mientras en Asunción se realizaba la cumbre del Mercosur.
Probablemente, cree que por desdeñar ese espacio de integración económica tiene derecho a faltar a sus cumbres. Sería una negligencia imperdonable, como lo señalaron Luis Lacalle Pou y Lula da Silva. Sin embargo, es probable que Milei no haya estado donde debía estar porque al líder brasileño lo insulta de lejos pero evita las circunstancias en las que se lo encontraría personalmente.
Las escenas que protagonizó en Camboriú contrastaron con la solemnidad de las de Tucumán, que plantearon una pregunta clave.
¿Es el Pacto de Mayo un equivalente argentino al Pacto de la Moncloa? Si lo fuera, consolidaría, como ocurrió en España, un despegue de la economía afianzando además la democracia liberal.
Pero hay diferencias esenciales: el acuerdo fundacional de la democracia y el desarrollo en España implicó un diálogo profundo, con debates y negociaciones para consensuar cada punto.
Al concluir con la firma del acuerdo, un periodista le preguntó a un dirigente que había participado en aquellos cónclaves, si creía que lo acordado funcionaría. El político español pensó unos segundos y respondió “sí, funcionará”. ¿Por qué? repreguntó el periodista, y la respuesta fue: “porque en las negociaciones cada uno de nosotros concedió más de lo que obtuvo”.
¿Algo parecido ocurrió en la Argentina de estos meses? En absoluto. Los diez puntos del Pacto de Mayo no fueron discutidos ni consensuados. Los impuso el presidente y lo firmaron gobernadores que, acordando o no con todos o cada uno de ellos, se sienten apretados por la acuciante situación financiera de sus provincias.
Los diez puntos están cerca de ser lo necesario para que una economía despegue, pero no es un dato menor que falten cláusulas referidas al fortalecimiento del sistema institucional, con garantías para el pluralismo y las diversidades que respetan las democracias modernas. Tampoco se avanza hacia la modernidad si se deja de lado la lucha contra el cambio climático y se favorece la explotación irresponsable de los recursos naturales.
Más allá de la solemnidad de la postal, en cuyo marco el presidente lució más presentable que vociferando en una tribuna ultraconservadora y recibiendo de Bolsonaro una condecoración obscena, la escena tucumana puede fortalecer la economía o puede ser un kitsch: escenificación bizarra y ampulosa de lo que no existe, o tiene una existencia insignificante.
Que el Pacto de Mayo haya sido firmado en julio le da un aire a película de los Monty Python, mientras que las escenas de Camboriú tienen un toque de sketch de Capusotto.
Esto no quiere decir que todo esté mal encaminado. El acierto de Milei es haber re-direccionado la Argentina hacia una economía con más mercado y menos regulaciones. Avanzar hacia un Estado de dimensiones razonables y atraer inversiones, es avanzar en un sentido necesario y deseado por una mayoría significativa.
Pero esa mayoría no cree en la desregulación total ni en medidas que asfixien las Pymes y las clases medias y bajas.
El acierto de haber direccionado la proa puede terminar beneficiando la economía, pero si la oposición liberal centrista no modera la marcha y calibra el rumbo, o sea si Milei alcanza los objetivos que plantean sus dogmas ideológicos, el desarrollo que se logre derribará la clase media, generando un océano de pobres a los pies de un poder en manos de unas pocas megaempresas monopólicas.
Si Milei impone sus convicciones dogmáticas y mesiánicas, lo que viene en el largo plazo es el paso de la “esperanza”, aún predominante, a una nueva y desoladora decepción.
*El autor es politólogo y periodista