Recuerdo el día que me recibí y me dieron el título. Por aquellas épocas, ser médico era, casi, una certificación de familiaridad cercana a Dios. En poco tiempo descubrí que Dios no sabía de mi existencia. Que no me consideraba más que a cualquier otro humano, sea la función que sea la que cumpliera en la sociedad. Desandé el camino desde la soberbia hacia la humildad, con tropezones.
El último, esta pandemia.
Alguien “inventó” que los que destinan sus esfuerzos a mantener la salud de sus semejantes, son “héroes”. ¡No lo somos! ¡No es así! Somos seres comunes, con los defectos y virtudes de cualquiera. Nada nos diferencia del obrero que camina por una viga, o del bombero que juega su vida para rescatar a desconocidos, o del electricista que sube a las alturas, o del policía que arriesga vida y familia para darnos seguridad, o del chico que lleva pedidos domiciliarios enfrentando, a diario, al Covid19.
Podría seguir indefinidamente, porque todos valemos 1. Los aplausos de las 9 de la noche y la calificación de “héroes” sólo han servido para que algunos los malinterpreten y retrocedamos a la falsa concepción de primos-hermanos de Dios.
Sabemos que el sistema está sobrecargado, que hay mucho trabajo y poco descanso. Pero, tal vez por eso, se percibe una cierta falta de humanismo en las instituciones médicas. Los pacientes, en algunos casos, son tratados como simples objetos del trabajo. Y ni qué hablar de sus parientes. Éstos son simples obstáculos que dificultan el trabajo.
Ni pacientes, ni parientes han “optado” por estar vinculados a una Terapia Intensiva, en lugar de dar un paseo o ir a un teatro. Ellos son víctimas, no culpables de lo que nos pasa. Están allí, porque no tienen alternativa. Están sufriendo, por sí mismos, o por sus parientes queridos.
Alguien debiera explicarles a algunos médicos y enfermeros que descender del pedestal, ser amables, respetuosos y destinar 2 minutos a contener con afecto a los sufrientes, es una parte importante de la terapéutica. Un buen trato es gran coadyuvante de un acertado tratamiento. No son píldoras e inyecciones lo único que el médico debe dar. A vece una sonrisa ayuda y tranquiliza.
Ésto debería comenzar en las universidades, que prodigan excelentes conocimientos, pero a los que se deben reforzar con una mejor formación ética.
Recomiendo a mis colegas -especialmente, a aquellos que, como yo hace 50 años, están con su título “fresquito”-, ver un breve video en internet sobre la “broncemia”, del Dr. en Medicina y Cirugía, Francisco Occhiuzzi.
Resumiendo, debemos seguir el camino que nos enseñó René Favaloro, incansable luchador contra la arrogancia, la altivez y la soberbia.
Muchos colegas no coincidirán. Tal vez, tengan sus razones… No todos somos iguales. El sayo esta tirado. Al que le venga, que se lo ponga…
Éstas son mis ideas, y nacen de la experiencia.