Nuestra vida en la sociedad actual

El hombre no puede vivir sin amor. Si así fuese, él permanecería para sí mismo como un ser incomprensible, su vida estaría privada de sentido si no se le revelara el amor, si no se encontrara con el amor, si no lo experimentara haciéndolo propio, si no participara en él profundamente

Nuestra vida en la sociedad actual
Mendocinos por las calle del centro. Foto: Mariana Villa / Los Andes

Las preguntas que siempre nos hacemos, de modo especial en relación a la vida, la convivencia, el trabajo, el dinero y la muerte están presentes, casi, desde la aparición del ser humano en nuestro planeta. ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? ¿Para qué pasamos por esta vida? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para algo nos necesita esta tierra? Se trata de nuestra vida afectiva y de nuestra vida laboral: dos aspectos de la vida que más nos producen alegrías y penas, sentido de compañía o de soledad. Es aquí donde se producen con mayor fuerza los encuentros y los desencuentros entre las personas y en nuestro propio corazón.

El amor humano

El hombre y la mujer comparten una igualdad esencial en virtud de su humanidad común y, solamente uno en referencia al otro, son capaces de superar la soledad originaria en la que se encuentra toda persona. El hombre y la mujer son el ápice de  lo creado en el mundo visible y la persona corona y da sentido a toda la obra de nuestra Tierra.

Desde nuestra llegada a este mundo, y en la medida que vamos tomando conciencia, nuestra experiencia nos indica que hemos sido llamados no sólo a existir “uno al lado del otro” o simplemente “juntos”, sino a existir recíprocamente “el uno para el otro”. Somos seres sociales, formados y formadores de vínculos y sociedades.

El hombre no puede vivir sin amor. Si así fuese, él permanecería para sí mismo como un ser incomprensible, su vida estaría privada de sentido si no se le revelara el amor, si no se encontrara con el amor, si no lo experimentara haciéndolo propio, si no participara en él profundamente. Esta es una tarea que nos puede tomar toda la vida, porque “ser persona” significa tender a la realización, a la propia plenitud, y ésta, justamente en virtud de nuestra “común unión”, no podemos alcanzarla sino en la entrega (‘amorosa de verdad’) a los demás. Amar y ser amados.

El amor es la palabra más bella y, a la vez, la más manipulada. ¿Qué entendemos por amor? ¿A qué se nos invita? El amor auténtico es desinteresado. Busca el bien del otro/a por el otro/a y no en cuanto me reporta beneficio a mí. Trata a la persona como un fin en sí misma y no como un medio para alcanzar lo que desea.  La persona que ama, modela y encausa su instinto no en función de su deseo, sino  en función del bien del otro/a.

Pero, hoy por hoy, la sociedad que necesitamos, nos está educando para satisfacer nuestros deseos y no para amar en serio. Ortega y Gasset dice que “el deseo tiene un carácter pasivo y, en rigor, lo que deseo al desear es que el objeto venga a mí. Soy centro de gravitación donde espero que las cosas vengan a caer.

En el amor, por el contrario, todo es actividad. Y, en lugar de consistir en que el amor venga a mí, soy yo quien va al objeto y está en él. En el acto amoroso, la persona sale fuera de sí; es tal vez el máximo ensayo que la naturaleza hace para que cada cual salga de sí mismo hacia otra realidad. No ella hacia mí, sino yo gravito hacia ella”.

En definitiva, el amor es un modo de conocer lo más profundo del otro/a. Está claro que con una mirada utilitarista del otro/a, y de la misma realidad, jamás la llegaremos a “conocer” en profundidad. Esto vale para las personas, pero también para otras realidades, como la familia, los amigos, las instituciones con las cuales estamos involucrados. La desconfianza mutua y la indiferencia, que en estos tiempos se extienden aceleradamente, son unos de los defectos más devastadores de nuestra época.

El trabajo humano

El trabajo es un elemento clave en la resolución de los grandes problemas sociales que aquejan al mundo de hoy. El trabajo es, cada vez más, el principal recurso que tiene el hombre. En efecto, si en otro tiempo fue la tierra o el capital y los medios de producción, hoy lo es el mismo hombre,  sus conocimientos, su técnica y su saber.

El trabajo del hombre constituye una dimensión fundamental de nuestra existencia terrena. Los grandes avances en los campos de la ciencia, la tecnología, las humanidades, entre otros, que ha logrado el hombre, es fruto de su trabajo.

El trabajo tiene dos dimensiones. La primera es una dimensión transitiva, en cuanto que el trabajo del hombre “sale de sí mismo y se instala en la creación”. El trabajo se deposita en la realidad visible y se materializa en una transformación. Además, tiene una dimensión intransitiva, que queda en quien lo ejecuta, y que lo humaniza en contacto con lo real, al sentirse capaz de transformar su entorno y sentir que su esfuerzo tiene resultados y es recompensado.

Desde este punto de vista, “el trabajo no es una mercancía” que se transa en el mercado según las leyes de la oferta y la demanda. Tampoco es una fuerza, como lo puede ser una máquina. El “capital” es el resultado del trabajo y a su vez tiene como fin ser fuente de más trabajo”. De hecho, tanto el trabajo como el capital adquieren valor en cuanto parten del hombre  y se orientan hacia él. Es de desear que, desde una sincera reflexión acerca de lo que proyectamos para nuestras vidas, se puedan responder las pregunta sobre qué debemos hacer y para qué hacemos lo que hacemos. Sería muy doloroso constatar que corremos mucho, nos afanamos mucho, pero no amamos y no nos aman. Y nuestro trabajo, en vez de ser una bendición, es una carga pesada de llevar.

Desde este punto de vista, “el trabajo no es una mercancía” que se transa en el mercado según las leyes de la oferta y la demanda. Tampoco es una fuerza, como lo puede ser una máquina. El “capital” es el resultado del trabajo y a su vez tiene como fin ser fuente de más trabajo”. De hecho, tanto el trabajo como el capital adquieren valor en cuanto parten del hombre y se orientan hacia él.

*El autor es sacerdote católico

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