Nuestros muertos en Paraguay

Francisco Solano López, máxima autoridad de Paraguay, ordenó a sus hombres ir al campo de batalla para recoger todo lo de utilidad y degollar a los argentinos heridos.

Nuestros muertos en Paraguay
Guerra contra Paraguay en el siglo XIX.

Esta semana se cumplió un nuevo aniversario de la Batalla de Curupayty, un sangriento enfrentamiento en el marco de la Guerra del Paraguay. Decidimos dar lugar a las palabras del militar José Ignacio Garmendia, cuya belleza épica nos hace vivenciar aquél combate.

Así, haciendo uso de su maravillosa prosa, decidimos conmemorar a los soldados argentinos fallecidos entonces y postergados hoy por los vetusto cultores del “relato”.

“Vi a Sarmiento muerto —narra el general Garmendia en sus recuerdos sobre la guerra, refiriendo al hijo del prócer—, conducido en una manta por cuatro soldados heridos: aquella faz lívida, lleno de lodo, tenía el aspecto brutal de la muerte. No brillaba ya esplendorosa la noble inteligencia que en vida bañó su frente tan noble; apreté su mano helada, y siguió su marcha ese convoy fúnebre que tenía por séquito el dolor y la agonía (…).

Arredondo, con su poncho blanco, con aquella cara angulosa de acero que había intimado al peligro, imperturbable, frío, sin emociones, se retiraba paso tranquilo de su caballo, que hambriento se detenía alguna vez a roer la yerba de la orilla del camino.

Vi a la distancia que Roca salía solitario con una bandera despedazada; en torno de aquella gloriosa enseña reinaba el vacío de la tumba. Cuando se aproximó y soslayó su mohíno caballo, pude distinguir que alguno venía sobre la grupa: era Solier bañado de sangre. El amigo había salvado al amigo. Rivas, tan valeroso en aquella jornada de General en el campo de batalla, le vi gimiendo por su herida. Anomalía de los bravos: muchas veces su propia sangre los atribula lejos del ardor de la matanza.

Ayala, Calvete, Victorica, Mansilla (…) y qué sé yo cuántos más, todos heridos, chorreando sangre se retiraban en silencio (…).

Era interminable aquella procesión de harapos sangrientos, entre los que iba Darragueira sin cabeza; de moribundos, de héroes inquebrantables, de armones destrozados, de piezas sin artilleros, de caballos sin atajes (…).

Entonces fue que apareció a mis ojos, fatigados de tanto horror, el Comandante en Jefe [Mitre] con su Estado Mayor (…) montaba un caballo oscuro; venía sereno, con la actitud solemne de la desgracia. Cuando yo lo miré aquella faz tan noble y aquella hermosa frente hundida por un proyectil lejano, ese hombre de granito hubiera deseado que todas las balas le entrasen en el pecho, que se sobreponía a tanto infortunio y que más tarde sentiría todo el peso de la inmensa y despiadada responsabilidad que tal vez no tenía; entonces recién sufrí emocionado el silencio tétrico del alma, esa soledad de fantasmas de la derrota, y comprendí por primera vez en mi vida lo que era un gran desastre nacional”.

Al día siguiente Francisco Solano López, máxima autoridad de Paraguay, ordenó a sus hombres ir al campo de batalla para recoger todo lo de utilidad y degollar a los argentinos heridos. A esos y tantos otros, va nuestro homenaje.

*La autora es historiadora

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