Más de la mitad de los argentinos son pobres. Más de la mitad de los mendocinos también, porque Mendoza está exactamente en el promedio.
Vendrán ahora las lecturas de la política, o mejor dicho, sus coartadas, porque la dirigencia siempre actúa a la defensiva en estos casos. Como el acusado de un crimen que intenta convencer al tribunal de que la culpa ha sido de otro.
¿Pero puede ser que también estemos viviendo un punto de inflexión? Esto a propósito de que, a la par del crudo 52.9% de pobres que relevó el Indec, acaba de ver la luz la reglamentación de la reforma laboral.
Dicha reforma supo ser muy resistida, pero hasta Cristina Kirchner acaba de reconocer su necesidad, en una carta en la que sostuvo que “el peronismo no advirtió la modificación de las relaciones laborales”.
A pesar de que no vayan de la mano, que haya más trabajo debería ser la principal solución para empezar a tener menos pobreza. Los datos de la realidad, en este sentido, también son alarmantes y sorprendentes. No se crean puestos de trabajo y muchos de los que sí trabajan, militan formas novedosas de “relación laboral”.
Aunque sorprenda, para los repartidores de las aplicaciones, por ejemplo, ya no es importante ni siquiera cobrar aguinaldo o asegurarse una jubilación. Hay quienes piensan que estos beneficios clásicos, por sí solos, apenas les garantizan más de lo mismo: ser pobres toda la vida.
La dirigencia puede actuar en consecuencia o ignorar lo que pasa. Dicho de otra forma: plantarse para aplicar una fórmula efectiva que baje la pobreza o ser, otra vez, el acusado que no quiere hacerse cargo.
