En estos días de aislamiento, cuando la monotonía de las horas iguales nos van sumiendo, más de una vez, en el desaliento y la desesperanza, la evocación de momentos felices trae a nuestras mentes palabras cuyo contenido se nos ha ido desdibujando. Y entonces es cuando valoramos las realidades que ellas encierran. Me detendré a reflexionar acerca de algunos de esos términos:
ENCUENTRO: La acepción más hermosa de este sustantivo, proveniente del verbo ‘encontrar’, es la que nos dice “coincidencia de dos o más personas en un lugar, de manera programada o por casualidad”. Lo que más nos agrada y que posiblemente más extrañamos es, precisamente, la ‘coincidencia’; no se nos permite, por el peligro físico que entraña, esa confluencia con nuestros seres amados, sean familiares o amigos. Se ignora que una parte importante de nuestro funcionamiento como seres sociales se deriva de la ‘concordia’, esto es, de esa “armonía de corazones, de sentires, de pensamientos”.
ABRAZO: No preciso decir qué es un ‘abrazo’ porque constituye una de las acciones que más extrañamos en este período de desolación; ¿por qué? Porque, más allá de significar el “acto de rodear con los brazos a una persona”, es la muestra de afecto que este acto conlleva y exterioriza y que, muchas veces, vale más que una serie de palabras. Se intenta sustituirlo con un toque de codo, pero se ignora que se desvirtúa de ese modo la esencia de la palabra y de la acción: un golpe de codo no señala afecto, es nada más que una burda manera de intentar señalar acercamiento.
ESTRECHAR: Este verbo se relaciona íntimamente con el sentido de ‘abrazo’ y de ‘abrazar’ ya que significa “rodear a alguien con los brazos, en señal de afecto, saludo o amistad”. Se estrecha a una persona cuando se considera que la relación con ella es muy cercana o se basa en fuertes vínculos. Los intercambios con seres queridos ya no son estrechos: se reducen a la limitación de las videoconferencias, con el aspecto positivo de verse las caras, pero con el defecto de mirarse falsamente a los ojos y de consolarse con la sonrisa estereotipada similar a la de la pose en una foto, sin la naturalidad o la espontaneidad del “cara a cara”.
PROYECTAR: La etimología de ‘proyectar’ es muy bella: descomponemos el término en el prefijo ‘pro-’, que significa “hacia delante”, y en el derivado del verbo latino ‘jactare’, que significaba “lanzar”. ‘Proyectar’ se vincula, entonces, con el futuro que se imagina, con los sueños e ilusiones que se acarician, con las utopías que pueden llegar a concretarse. Es triste no poder elaborar proyectos porque no hay un horizonte que se perfile como posible; todo se desdibuja detrás de una curva que no se aplana nunca. Los niños y jóvenes han sustituido sus clases y sus juegos por horas de tarea ante una computadora, con un docente al que no pueden acceder como antes; ya no disfrutan del recreo compartido, ni siquiera de la travesura pensada con sus pares… No hay proyectos, no se “lanza hacia delante”.
PROGRAMAR, PLANIFICAR Y ORGANIZAR: En relación con lo que significa ‘proyectar’, se dan también tres acciones conectadas. En efecto, ‘programar’ se relaciona con ‘programa’, voz de origen griego que significaba “escrito con anterioridad”, en tanto que ‘planificar’ es una palabra de origen latino, con el valor de “hacer un plan”, esto es, trazar una línea de acción en relación con actividades que se deben realizar. Otro tanto ocurre con ‘organizar’, de raíz griega, que no solo va a significar “poner en orden”, sino también “hacer, producir” y, lo más importante: “Establecer algo para lograr un fin, coordinando a las personas y medios adecuados”. Resulta monótono vivir sin nuevos proyectos o sin organizar y planificar nuestras vidas desde el confinamiento.
BRINDAR: Todos sabemos en la vida diaria qué es un brindis. El diccionario trae una definición etimológica, pues nos dice que el vocablo viene del alemán “bring dir’s”, que se traduce como “yo te lo ofrezco”. Las definiciones en la red nos dicen que un brindis es el momento en una celebración, en que los invitados levantan y entrechocan las copas para manifestar buenos deseos. Por eso, la acción de brindar puede servir para el festejo o la satisfacción por algo hecho, pero también como augurio para el porvenir. Añoramos, pues, los brindis entre amigos por el hecho de tener algo para celebrar.
CELEBRAR: Este verbo, tan ligado a nuestros afectos, puede señalar el acto festivo que se realiza por algo que así lo merece; sin embargo, la prohibición es dura: no hay encuentros, no existe posibilidad de abrazos ni estrechamientos, no hay motivos para celebrar. No es ajena la etimología de este verbo al significado que nosotros añoramos: en origen, ‘celebrar’ era concurrir en gran número, frecuentar en tropel y, de allí, evoluciona hasta el significado de “festejar”.
VIAJAR: Los hijos lejos, los nietos, también; un placer de las familias fue la visita periódica, sin otra limitación que la impuesta por la decisión personal. Desde la cuarentena, el confinamiento implicó el cierre de toda frontera, nacional e internacional. No hay posibilidad de viajes, limitación que se suma a la falta de abrazos, celebraciones, encuentros, brindis y proyectos.
En apretada síntesis, las acciones nombradas son aquellas que se extrañan por ausencia y que se aspira a recuperar prontamente en un verdadero ‘convivio’, esto es, en una reunión de personas que puedan no solo compartir comidas, sino experiencias vitales como las denota.
*El autora es Profesora Consulta de la UNCuyo.