En Europa no se usa la propiedad pública -caso parques- para instalar negocios estatales, mucho menos privados. Ni siquiera en el Bois de Boulogne, que, por su tamaño, fue absorbido por la ciudad. Mayormente no hay parques de uso libre y gratuito. Los más conocidos fueron (y siguen siendo) de las casas reales o de propietarios privados, nobles o no. En estos casos, como en toda propiedad privada, el acceso no es libre ni gratuito. El turismo es la fuente de recursos habitual para su sostenimiento.
Los pertenecientes al Estado: Versailles, Schoenbrunn, por ejemplo, también cobran entrada. En algunos no: Luxembourg, Holland Park, pero todos están cercados y sin perros; y también los squares. Y se cierran de noche. Lo mismo sucede en el Central Park (NY) como es sabido.
Una vez vino una turista sueca a Mendoza y al conocer el Parque San Martín dijo “Nosotros no tenemos algo como esto”. Hace décadas un arquitecto extranjero se admiró de nuestra ciudad de plazas y calles forestadas y supuso que se trataba de un bosque natural, no implantado.
En Europa y Japón tampoco se invaden los bosques y áreas naturales o cultivadas con urbanizaciones al estilo local. Es delito. De todos modos, la mayoría de los bosques de Europa están caducos por las guerras mundiales y la contaminación industrial. El uso -en absoluto gratuito- de áreas de montaña para los deportes invernales ocasionó sensibles pérdidas en bosques y nieves. El calentamiento global determina el retroceso de los glaciares. El que abastece al río Ródano desapareció casi por completo.
Los países que deslumbran con su crecimiento exponencial y sus parques - Japón, Corea del Sur, los “tigres” asiáticos-, exigen una férrea disciplina en el comportamiento de sus nacionales y ejercen un control mayor aún sobre los extranjeros. Es decir que, si fuésemos rigurosos en el cumplimiento de las leyes y el cuidado de los bienes que nos pertenecen como comunidad, podríamos tener el nivel de vida de esos países, o aún mejor, con una naturaleza preservada.
En esos continentes las personas no son más buenas que en los países sudamericanos, sino que la ley y la policía son más duros. Si vemos películas o series de distinto origen y épocas, de guerra o policiales, esto queda claro. Para entender cómo es el tema, están los más grandes: Kurosawa (japonés), Kubrick (USA), Tarkowski (ruso, es decir, europeo).
En nuestra intensa Argentina electoral estamos asistiendo al enfrentamiento -sobre todo en el mundo juvenil nutrido de fantasías- entre dos grupos de electores de expresión fuertemente clasista. El uno “pretencioso y engrupido”, convencido de su alto valor económico. El otro, un sujeto roussoniano, eterno y despreocupado acreedor de la dádiva paternalista. Ambos ajenos a la geopolítica. Por cierto, estos grupos no se han dado por generación espontánea, sino que vienen del fondo de la historia de América: son los nativos de Jauja y Utopía y su condimento esencial.
Pero el sabor se arruina cuando el guiso lo cocinan los torpes sin sentido del humor ni sensibilidad estética y que, -como hace años dijera Manolito- “nos hacen bailar sin guitarrita”.
* La autora es docente jubilada UNCuyo.