El patrimonio cultural de Mendoza ha dejado de ser un tema de interés sólo de expertos o de los nostálgicos, sino que viene integrando con desiguales ritmos la agenda de diferentes organismos gubernamentales con el propósito de poner en valor los atractivos de su historia y sus paisajes en la oferta turística provincial.
Allí figuran proyectos monumentales felizmente recuperados, restaurados y convertidos en espacios culturales de relieve: la Mansión Stoppel sede del Museo Carlos Alonso, cuyo proyecto de intervención estructural resultó eficaz para conservar los atributos técnicos y estéticos de la casona construida en 1912 y optimizar sus prestaciones funcionales con todos los requisitos indispensables para abrir sus puertas a exposiciones y muestras de artistas locales o nacionales. Su importancia no es menor en tanto ha sido distinguida por honrar el estilo Art Nouveau y Art Déco del patrimonio edilicio y las artes decorativas de la Mendoza del Centenario y reconocida como Edificio Emblemático de la Ruta Argentina del Art Nouveau en 2024 . En esa línea virtuosa, también se destaca la reconstrucción y refuncionalización de las principales naves de la Bodega Arizu, uno de los emporios vitivinícolas forjados por inmigrantes españoles al calor de la transformación económica, social y urbana que experimentó Mendoza entre fines del siglo XIX y la etapa de entreguerras, que fue declarada patrimonio de los mendocinos en 1999.
De igual modo sobresalen deudas patrimoniales importantes: en particular, el recordado Zoológico emplazado al pie del monumento dedicado a San Martín y el Ejército de los Andes, ideado por el genial Ramos Correas, cuya reforma sujeta a nuevos criterios eco ambientales, está a la espera de ser concluida para ser disfrutado no sólo por visitantes ocasionales sino también por los locales. En el medio, se destaca la nutrida red de emprendimientos que articulan los circuitos del enoturismo enlazados por establecimientos icónicos del pasado mendocino y la nueva arquitectura de bodegas que cobró vigor con los viñedos de altura y los cambios operados en los oasis de riego de antaño ante la erradicación o reemplazo de varietales. Una transformación, sin duda, vigorosa en tanto la vitivinicultura constituye el principal motor de las exportaciones provinciales y distingue a los vinos mendocinos en certámenes mundiales. Un fenómeno, como se sabe, que está vinculado con el modelo vitivinícola que emergió en los últimos cuarenta años, a raíz de cambios cruciales en las formas de producción y consumo de los frutos de Baco, políticas sectoriales, innovaciones tecnológicas y estrategias empresariales que abrieron paso a la asociación virtuosa con el arte, la música, la hotelería y la gastronomía como experiencia emocional distintiva de visitantes frecuentes o eventuales. A ese catálogo se suman otros atractivos igualmente importantes que incluyen las desafiantes y deslumbrantes rutas de montaña, el paisaje del desierto tan rico en tradiciones culturales, y el de las magníficas áreas naturales.
Se trata de una geografía provincial dispar en inversiones y planes de gestión en los que participan el gobierno provincial, municipios, especialistas y diferentes actores del sector privado, inquietos todos por impulsar y sostener políticas públicas eficaces para sobrellevar los vaivenes de la macroeconomía que interfiere el flujo regular o aumento de turistas.
En rigor, no es la primera vez que paisaje e historia integran la agenda de los gobiernos mendocinos. Así lo demuestra Pablo Bianchi en un libro reciente en el que reconstruye con precisión sus etapas en el siglo XX. Todo empezó con los balnearios termales como enclaves turísticos ligados a la salud, o el ocio de las familias pudientes, que seguían la huella trazada por los impulsores del termalismo europeo. Luego sobrevino el estímulo de los gobiernos demócratas que impulsaron la construcción de hoteles en localidades de montaña y de rutas camineras sin descuidar la oportunidad de aprovechar sitios o parajes históricos con el propósito de ponerlos en valor mediante el montaje de monumentos, la colocación de placas u homenajes del cruce de los Andes, y la creación o fortalecimiento de museos de ciencias, artes e historia convertidos en refugio de colecciones arqueológicas, paleontológicas, artísticas y reliquias históricas de Mendoza.
Dicho impulso se pronunció en las décadas siguientes cuando los planes quinquenales del primer peronismo hicieron del turismo social un indicador y experiencia de democratización del bienestar de la que se vieron beneficiadas no sólo las familias de las clases trabajadoras, sino también las de las clases medias simpatizantes o detractoras de la política obrera de Perón y sus fieles gobernadores locales. En ese contexto estimulado por el pleno empleo y el pico más alto del salario real en la historia del país (aunque las mujeres percibían salarios menores a los varones por desempeñar el mismo oficio), la ciudad de Mendoza y su área de influencia vieron incrementar el número y categorías de sus hoteles y de los restoranes ubicados en sus principales avenidas y calles arboladas por legendarios canales y acequias, próximas a las plazas planificadas después del terremoto de 1861, y conectadas con la estación del ferrocarril y la terminal de ómnibus. Algunas localidades de montaña también vieron lucir hoteles destinados a nuevos públicos; en particular, se construyó el Gran Hotel de Uspallata en 1947, en respuesta al recoleto hospedaje de las elites tradicionales emplazado en Villavicencio (1942) y Potrerillos (1940). En aquel tiempo, la oferta de los atractivos de la provincia quedó impresa en las postales que servían para registrar el recuerdo o dar a conocer estampas del viaje emprendido: los Portones del Parque, los Caballitos de Marly y la fuente de las Américas; el Monumento del Cerro de la Gloria, Puente de Inca, El Cristo Redentor, las Ruinas de San Francisco, sus principales avenidas que evocan a los héroes de la patria, San Martin y Las Heras, y el alicaído complejo arquitectónico del Desaguadero que da la bienvenida a la tierra del sol y del buen vino a quienes ingresan o salen en auto o colectivo.
La expansión del turismo social (o de masas) abroqueló la montaña, la epopeya sanmartiniana y la vendimia como ejes organizadores de la oferta turística mendocina. Tres vectores que anudan tradiciones e invenciones culturales que se cristalizan año tras año en los guiones de la fiesta central y se replican con muy pocas variantes en los departamentos y distritos. Con el correr de los años, las celebraciones vendimiales afianzaron su presencia en el calendario festivo, penetraron en todos sus rincones, radicó su sede en las distinguidas calles de la capital, y en el Teatro griego, integraron retazos de fiestas populares y devociones religiosas nativas y europeas, combinaron ritmos y danzas folklóricas del paisaje social y étnico argentino con los procedentes del aluvión inmigratorio europeo, y crearon un nuevo lenguaje estético y espectacular poniendo de relieve el zócalo narrativo de los orígenes e identidad provincial.
Esa mitología que supo articular paisaje, historia y cultura con la inversión pública y privada, que resultó eficaz para acuñar la marca Mendoza como polo de atracción del turismo nacional e internacional, incita a proyectar estrategias complementarias atentas de igual modo a las preferencias de nuevos públicos como a la forma de comunicar y poner en circulación contenidos culturales. Allí afloran desafíos interesantes de las políticas públicas ligadas al patrimonio cultural tangible e intangible de Mendoza. En particular, el que atañe a los museos, monumentos y sitios históricos que cruzan el territorio provincial, y que en más de un caso están a la espera de intervenciones, restauraciones e innovaciones creativas en materia de gestión y exposición de sus magnificas composiciones o preciosos objetos para captar el interés de viejos o nuevos públicos, integrarlos de manera eficiente y virtuosa a los circuitos turísticos, y lo que no es menor, para fortalecer su rol como espacios de aprendizajes, comunicación, interacción y sociabilidad cultural.
* La autora es historiadora del INCIHUSA-CONICET y la UNCuyo.