“Vengo personalmente a cumplir con el sagrado mandato encomendado por el pueblo argentino de hacer entrega de las reliquias que, esperamos, sellen para siempre una inquebrantable hermandad entre nuestros pueblos y nuestros países”, señaló Perón el 13 de agosto de 1954 en Paraguay.
En aquella oportunidad, devolvió los trofeos tomados por Argentina en el marco de la Guerra de la Triple Alianza.
Agregó a sus sentidas palabras: “Vengo como un hombre que viene a rendir homenaje al Paraguay en el nombre de su querido Mariscal Francisco Solano López”, es decir a al hombre que inició el conflicto y no dudó en masacrar a argentinos inocentes.
Viajemos a 1864, en noviembre los diarios informaron que Paraguay declaró la guerra a Brasil.
Inmediatamente invadió el Mato Grosso, una zona disputada por ambas naciones.
El mariscal presidente López solicitó ingresar por Corrientes con sus ejércitos para poder acceder a territorio uruguayo a principios de 1865.
Mitre, por entonces presidente, dio una respuesta negativa, no sólo era socio de Brasil, fundamentalmente protegía la soberanía nacional.
En respuesta, Paraguay declaró la guerra también a la Argentina y en abril sus tropas invadieron el territorio correntino.
Para enfrentarlo se conformó la Triple Alianza, el 1 de mayo de aquel año.
El militar y escritor José Ignacio Garmendia inmortalizó la partida de nuestros soldados hacia la contienda, cuyas madres —cuenta— “en tropel desolado acompañan a los Batallones que vi partir al principio de esta guerra por la calle Florida. Aquella pena suprema saboreando la angustiada faz, aquél llanto amargo y silencioso coloreando los doloridos ojos, mezclado al polvo del camino; aquellos pañuelos que se llevaban a la boca para ahogar un gemido, aquél apresuramiento en zozobra pisándose unas a otras para no perder de vista un instante al que partía tal vez para no volver más; aquél adiós eterno y tremendo”.
Poco después de que la guerra comenzara, Corrientes fue saqueada por las tropas paraguayas que violaron, asesinaron y robaron a su paso.
Simultáneamente en Paraguay cientos de argentinos sufrían un maltrato cotidiano.
Algunos ancianos que habían desarrollado sus vidas allí terminaron presos y torturados por el solo hecho de ser compatriotas de Mitre.
Por su parte López se lanzó a la guerra sin preparación, ni recursos o armamentos suficientes.
Basta decir que del grado de sargento para abajo todos estaban descalzos.
El verdadero enemigo del pueblo paraguayo fue López, ensalzarlo es tergiversar la historia y pisotear la memoria de los miles que murieron a causa de sus ínfulas de grandeza, una lamentable tradición que como vemos comenzó con Juan Domingo Perón.