La historia y la leyenda se entremezclan. El emperador Langdharma reinó en el siglo IX. Como abrazó creencias animistas que formaron el llamado Yung drung bon, se multiplicaron las versiones de que persiguió al budismo para expulsarlo de todos los rincones del Himalaya que, por entonces, abarcaba el imperio tibetano.
Entre las demonizaciones que se hizo de Langdharma, algunas sostienen que tenía la lengua negra. Por eso en el tiempo posterior a su reinado se saludaba sacando la lengua. Así las personas mostraban que no eran una reencarnación del monarca enemigo del budismo.
Esos relatos que navegan el tiempo entre la historia y la leyenda, no sirven como explicación de lo que hizo el Dalai Lama con un niño durante una ceremonia. Aunque pareciera explicar la imagen de Tenzin Gyatso acercando su lengua a la boca de un niño, no lo explica y menos aun lo justifica.
El propio líder espiritual del budismo tibetano sabe que besar en la boca a un menor y luego acercarle su lengua pidiéndole que la succione, es aberrante, aunque no increíble. Lo increíble es que lo haya hecho flanqueado por monjes y ante una feligresía que lo miraba, fotografiaba y filmaba.
¿Qué pasó por la cabeza de quien ostenta un título que se traduce como “océano de sabiduría”? ¿Qué nubló su mente durante ese instante que destruyó una imagen venerada en su religión y respetada en las demás?
Tenzin Gyatso creció en el gigantesco templo de los diez mil santuarios. Cuando no estaba a su lado un monje impartiéndole enseñanzas, correteaba por los infinitos pasillos del Palacio Potala.
Tenía cinco años cuando el Pachem Lama dijo ver en él la señal del Avalokiteshvara, la deidad que contempla a las personas y se compadece de sus derivas y angustias.
Los Lamas se suponen reencarnaciones de ese Buda que navega las desventuras humanas procurando guiarlas hacia la iluminación. Cuando muere un Dalai Lama, un puñado de monjes encabezados por el Pachem Lama sale a buscar en los niños del Tibet la señal de la reencarnación. Y en 1940, a la señal la encontraron en el niño que pasó a llamarse Tenzin Gyatso y creció formándose como líder espiritual y gobernante en la teocracia del Tíbet. Pero en 1950, cuando China ocupó su país, cruzó los montes y valles del Himalaya para llegar a la India, instalándose en Dharamsala.
Desde entonces, sus travesías por el mundo denunciando la ocupación del Tíbet fueron moldeando un personaje fascinante. Desde hace medio siglo, al mundo le resulta familiar el anciano calvo con anteojos de marco dorado y túnicas color bordó.
En Occidente pocos saben sobre el lamaísmo, la única rama del budismo que es religiosa por creer en deidades, y es mayoritaria en Bután, Nepal y Mongolia, además de algunos rincones de la Rusia siberiana, como Buriatia, porque el Tíbet fue parte del imperio que construyó Gengis Khan. Pero aunque desconozcan el lamaísmo, cientos de millones de personas del mundo conocen al Dalai Lama.
Recorriendo el orbe y recibiendo distinciones como el Nobel de la Paz, Tenzin Gyatso se convirtió en una celebridad internacional, respetada sobre todo en las potencias occidentales. Por eso causó tanta perplejidad, además de estupor, la extraña escena en la que abusa de un niño. Pero lo increíble no es que cometa abusos un líder religioso al que sus creyentes consideran en un plano superior por su supuesto vínculo con Dios. Eso ocurre a menudo en las religiones. Lo muestra la pedofilia en la iglesia católica y los muchos casos de pastores evangélicos y de líderes sectarios que intentan adueñarse sexualmente de sus adeptos.
Aunque en occidente prevalecía una mirada romántica sobre el budismo tibetano y se consideraba a sus monjes inmunes a esos vicios despreciables que incubaron otras religiones, el lamaísmo ya había dado señales de su lado oscuro.
En los años 90 hubo denuncias sobre abusos cometidos en templos tántricos. El Dalai Lama guardó silencio al respecto durante dos largas décadas. Pero el escándalo que no pudo esconder ocurrió en el 2018, al conocerse los abusos sexuales cometidos por Sogyal Rimpoché, el autor del célebre “Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”. Aquel personaje falleció un año después de las revelaciones que generaron perplejidad por tratarse de un “sabio” considerado reencarnación de sabios ancestrales, y sus delitos sexuales confirmaron que el budismo tibetano no es inmune a la depravación.
Lo insólito no es que alguien percibido por sus seguidores como una deidad, caiga en prácticas sexuales aberrantes. Lo insólito es que alguien que, como Tenzyn Gyatso, lleva una vida cumpliendo un rol público con excelencia propagandística, de repente abuse públicamente de un niño con la edad que él tenía cuando crecía en el templo de los diez mil santuarios.
* El autor es politólogo y periodista.