La palabra latina “perversión” alude al estado de corrupción de costumbres que la sociedad entiende como sanas y normales y que la perversión las encamina a desviaciones o conductas entendidas como extrañas. Los diccionarios aclaran que pervertir es viciar, con malas doctrinas y ejemplos, las costumbres, la fe, el gusto y que el término “perverso” refiere a quien es sumamente malo, depravado en costumbres y obligaciones de su estado.
Sinonimias de perverso son los términos, avieso, criminal, diabólico, infame, maldito, maligno, malintencionado, malvado, miserable, pérfido, satánico, siniestro.
Analizada la perversión, sobresale la figura del “perverso narcisista”: persona carente de empatía real. Por concepción egocéntrica sólo considera las necesidades del otro en cuanto éstas valgan para su propio beneficio. Los científicos, respecto a esta desviación de conducta, la explican como aquella que “sirve para describir los procesos perversos en las familias y los grupos”. Se basan en cuestiones empíricas, pero la psicopatología designa a estos individuos como determinados por una exacerbada personalidad narcisista y perversa. Satisfacen deseos y necesidades a expensas de los otros. Su maldad se complementa con la incapacidad de considerar a los demás como seres humanos. El perverso se ocupa de seducir al grupo y conseguir que funcione de manera inhabitual. Sólo atempera su acción cuando percibe que puede ser descubierto.
Esta perversión definida abarca muchos ámbitos sociales. El perverso narcisista hace creer a los otros que sin su presencia nadie puede conseguir algo, que sólo obtendrá ese algo a través de su persona. Se autodefine “salvador necesario”. El “desfavorecido, maltratado, ignorante”, sólo alcanza mayor bienestar a través de su papel de “salvador”. Su trastorno narcisista de personalidad y psicopatía proviene de una fría racionalidad desarrollada en función de “un gran yo”. El perverso se autodefine “irremplazable” y hace creer que actúa porque otros se lo piden.
El actuar del perverso: No se culpa -Omite verdades -No cede -Desconoce la alteridad -Tiene maldad voluntaria.
I- El perverso narcisista carece del sentimiento de culpa por una incapacidad patológica. Sólo le preocupa su imagen y cómo influir sobre otros que considerada meros objetos utilizables.
II- Falto de verdadera comunicación, evita las preguntas directas. Únicamente habla para que se conozcan sus presuntas grandezas incomparables. Su orgullo desmedido lo vuelve débil. Quien esté atento advertirá su maldad y ausencia de argumentos válidos. Siempre niega, evita la censura o el juicio ajeno.
III-Tampoco reconoce el conflicto, niega el problema y su responsabilidad. Culpa a otros por las diferencias en pugna.
IV- Genera desentendimiento con situaciones confusas, frases vagas, negaciones obstinadas, insinuaciones y mentiras que le beneficien. Arguye que los otros agreden o agravian.
Nunca reconoce sus perversiones provocadoras de censura o rechazo hacia los demás. Se impone en actos de derecho. Cree que ceder es rendirse, cree librar una guerra, no sabe convivir. Pervierte un fin, un discurso, una relación, desconoce la alteridad y la autonomía de los otros.
V-. La perversidad del narcisista es voluntaria. Según Aristóteles el perverso conoce el mal provocado, lo acepta, promueve, lo festeja con burlas e ironías, planifica su conducta. Actúa convencido de su accionar justificado, fundamentalmente, porque place a sus deseos. Suele tener mucha inteligencia, pero ello no lo excusa. Con mayor inteligencia se comporta de manera más perversa, mejora engaños, disimulos, tejemanejes. “Tener buenas capacidades cognitivas es ser un mejor perverso”.
Obsesión Perversa: Poder - Maldad.
Unir perversión narcisista a obsesión es explosivo. La obsesión produce perturbaciones anímicas, nutridas por una idea fija que invade la mente. La persona potencia pensamientos, ideas, palabras o imágenes permanentes y es dominado por ellas. La obsesión tiene múltiples facetas de expresión.
La mayor obsesión del perverso narcisista, que accede o desea acceder al poder, es mantenerse en ese status. No descansa hasta lograr el mando. Sufre si otro consigue el lugar que pretende para sí mismo, aunque carezca de virtudes y aunque quien detente ese poder lo obtenga legítimamente. El obsesivo perverso narcisista, íntimamente, desea destronar, por fuerza o métodos execrables, a quienes se oponen a sus deseos de poder y mando. Amenaza, miente, inventa calumnias, asesina, destruye, roba, compra complicidades, aniquila honores, atemoriza, y persigue con odio a quienes denomina enemigos. Destruye. Trastorna, arruina. Su placer es abatir.
La Perversión Obsesiva y la Obsesión Perversa son caras de una misma moneda que se moldea en sello idéntico y con el color definitivo de la maldad.
Frente a estas nefastas personalidades, con conductas similares a esos delincuentes psicópatas que niegan feminicidios, culpando a otros infundadamente, deberán potenciarse socialmente diferentes conductas humanas que respeten derechos inalienables: dignidad y libertad.
Los historiadores Arnold Toynbee y Daisaku Ikeda sostienen que el hombre pierde su dignidad si comercia con ella; también si no respeta la dignidad ajena. “Es deshonroso tratar de hacer que un semejante se comporte deshonrosamente, ya sea persiguiéndolo o sobornándolo […] Un ser humano se dignifica en la medida en que es desinteresado, altruista, compasivo, amoroso y devoto con otros seres humanos […]. Y es indigno en la medida en que se entregue a su codicia y agresividad”.
Es necesario ante la perversidad obsesiva, marcar un rumbo esperanzador. De la sociedad depende.