El difícil año que se va deja para los argentinos, en general, la dureza del coronavirus para quienes lo sufrieron en carne propia o través de un familiar o un conocido.
Y como consecuencia de la pandemia, queda el agravamiento de la difícil situación social y económica que desde hace muchos años atraviesa la Argentina más allá de quien la conduzca políticamente.
Ya se ha indicado que la pobreza seguramente es la mayor cuenta pendiente de la dirigencia política desde el retorno de la democracia.
La consecuencia de una suma de desaciertos en materia económica y de políticas sociales que nos pone a los argentinos en un ranking mundial vergonzante si se tiene en cuenta la fuente de recursos con que cuenta nuestro país.
Se trata de problemas estructurales que nos han sumergido no sólo en una creciente pobreza y marginalidad a la población, sino, además, en alarmantes condiciones de desigualdad en cuanto al acceso al campo laboral genuino, la vivienda y la educación, entre otras tantas carencias notorias.
Lógicamente, la pandemia de este 2020 en retirada agravó las cosas.
El problema no sólo fue nuestro, es verdad: la gran mayoría de los países del mundo sufrió la parálisis de sus economías, pero pocos quedaron en una nebulosa desde el punto de vista productivo y social como la Argentina.
Cabe en este punto de análisis el debate sobre la conveniencia de una cuarentena tan drástica y extensa, principalmente, dispuesta por las autoridades del país.
Hay en los índices de deterioro social y laboral de los argentinos un buen porcentaje atribuido a las decisiones políticas de este anormal año que termina.
Por lo tanto, es tiempo de que la clase política asuma el rol que le corresponde y priorice el abordaje de los temas que incluyen al grueso de la población y que requieren consensos y medidas concretas.
En un reciente documento de fin de años, el Episcopado argentino ofreció un crudo diagnóstico sobre la situación social en el país y apuntó directamente a funcionarios y legisladores por las temáticas que priorizan en el debate político sin reparar, por lo menos explícitamente, en la grave situación que viven día a día millones de ciudadanos.
Tras indicar en el texto de su documento que “la agenda legislativa no trae esperanzas”, la Iglesia precisó que “hay miles de cuestiones sanitarias y sociales a resolver que requieren toda nuestra atención: desde los problemas de la vacunación hasta la cantidad de personas muy enfermas que este año no han recibido adecuada atención médica” por la priorización de atención de los casos de Covid-19. Y reclaman los obispos que “la pandemia no nos impida imaginar y soñar un país más humano y fraterno”.
En conclusión: gran parte de la agenda de discusión política se centró este año en temas de índole judicial que tocasen intereses del poder de turno, internas y posicionamientos partidarios basados en liderazgos muchas veces infames o en posicionamientos muy apresurados pensando ya en la próxima cita electoral.
Y también en reflotar iniciativas que sólo agitan la discordia entre sectores de la sociedad y que actúan como una suerte de cortina de humo para que se no perciba fácilmente lo que verdaderamente inquieta a la gente.
Ojalá en el año que pronto se inicia nos ocupemos más de los problemas de la gente y menos de los de la dirigencia.