Pocas certezas políticas, para una economía sin precios

A punto de cumplir cuatro décadas desde su restauración en 1983, el sistema democrático argentino enfrenta una de las elecciones más inciertas y decisivas de su historia, tras una campaña donde la economía fue el eje dominante. No podría ser de otra manera, porque el colapso de la gestión actual se aceleró al punto de llegar a la hora de las urnas con una economía sin precios.

Pocas certezas políticas, para una economía sin precios
Relaciones. En una economía inflacionaria, los valores fluctúan. (AP)

Desde las elecciones primarias se sucedieron: una nueva devaluación oficial del peso, decidida por el Gobierno; un festival de emisión monetaria para subsidiar nuevos excesos del gasto público, y en los últimos diez días una paralización inducida del mercado cambiario. Para evitar que la disparada del dólar confirme la presunción de un proceso hiperinflacionario inminente.

La aparatosa intervención oficial sobre las operaciones de compra y venta del dólar paralelo consiguió empatar un récord histórico: como señaló el economista Guido Sandleris, la brecha cambiaria actual es similar a la que hubo en los momentos previos al “Rodrigazo”. El valor del dólar libre aumentó un 50% entre el viernes anterior a las Paso y el viernes previo a la primera vuelta. El anuncio de asistencia financiera del gobierno chino mediante un swap de monedas no incidió en nada porque ese mismo anuncio se realizó tres veces: el 2 de junio, el 31 de julio y el 18 de octubre de este año.

Como es lógico, el sistema económico demanda del sistema político algunas certezas mínimas para detener la caída. A lo largo del año electoral, la política no proveyó certezas suficientes y el triple empate de las primarias acrecentó las dudas. El riesgo de una hiperinflación es inminente porque todavía persisten, en condiciones competitivas, dos alternativas políticas que proponen acelerar el vértigo inflacionario. Una de ellas es continuar con la emisión descontrolada para financiar más gasto público, rompiendo con el FMI. La otra es dolarizar la economía sin contar con los dólares necesarios para hacerlo.

El contexto real donde esas ofertas compiten es el de un aumento del déficit fiscal que ya casi duplica la meta acordada con el Fondo Monetario y un incremento incesante de la deuda pública en dólares. Durante el segundo mandato presidencial de Cristina Kirchner fue de 68.388 millones de dólares; durante la gestión de Mauricio Macri fue de 48.970 millones de dólares y en la presidencia de Alberto Fernández, de 122.437 millones de dólares, hasta agosto pasado.

Mientras la propuesta electoral del gobierno siga siendo competitiva, el riesgo de profundización de esa tendencia es el mayor proveedor de incertidumbre desde la vereda oficialista. Desde la oposición, la propuesta que sugiere la dolarización de la economía llega a la primera vuelta con dos variantes posibles.

El Plan Ocampo (por Emilio Ocampo, posible titular del Banco Central, si se impone la fuerza que más votos obtuvo en las Paso) postula que es posible dolarizar los 40 billones de pesos que hay en plaza mediante préstamos internacionales con garantía de bonos del Tesoro, activos del Central y del Anses. El cálculo de los economistas más serios le asigna a esa chance la posibilidad –entre nula y azarosa- de conseguir apenas 10 mil millones de dólares. En ese caso, el dólar de conversión pasaría a costar 4.000 pesos.

El Plan Rodríguez (por Carlos Rodríguez, exfuncionario menemista que asesora al mismo partido) prefiere hablar de una despesificación: “La única propuesta factible para despesificar rápidamente es una hiperinflación o un plan Bonex”. Es decir que la propuesta para evitar la formidable licuación de activos e ingresos que implicaría una hiperinflación, curiosamente no sería otra que desatar una hiperinflación y confiscar depósitos.

Insumos

Mientras ese contexto real de la economía demanda certezas con urgencia al sistema político: ¿qué insumos puede proveer la elección de hoy? No son muchos.

Un primer dato cierto será si el Gobierno actual se mantiene en condición electoral competitiva o no. Si queda afuera en primera vuelta, o no entra a la segunda, hay una variable que se despeja: comenzaría para el oficialismo una transición de salida.

Un segundo hecho constatable será la configuración que tomará el sistema de partidos y coaliciones. Las primarias abrieron una incógnita sobre la continuidad del formato vigente. El empate de tres decantará esta noche. Recién entonces se conocerá el cauce por el que puede ordenarse (o profundizarse) la crisis de representación política. Como la economía, la política también llega a las elecciones sin conocer sus precios: el capital de legitimidad emergente de cada partido o coalición.

Una tercera certeza que puede asomar es el perfil del nuevo eje ideológico dominante. Hasta las últimas elecciones generales, la polarización entre populistas y republicanos articulaba la escena. En las primarias de agosto se abrió un debate incipiente. Algunos -como Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Mauricio Macri, se apresuraron a definir la nueva polarización emergente como una oposición entre populistas (progresistas, para el kirchnerismo) y liberales. A poco de andar, Macri tuvo que corregir la brújula para admitir que, si ese es el eje dominante, hubo dos tercios de populistas (a izquierda y derecha) que compitieron hasta hoy en alianza táctica, con el objetivo de dejar afuera a la propuesta liberal.

Pero todos estos datos que pueden emerger de los resultados de hoy son todavía mezquinos como oferta de certidumbres para un sistema económico que las espera con expectativa voraz. Más allá de cualquier calificación ideológica, la competencia todavía persistente en la base social, entre dos propuestas que conducen (por caminos distintos, pero concurrentes) a un ajuste todavía más feroz que el actual, por la vía de una inflación desenfrenada, hará que el lunes posterior a la elección las dudas se multipliquen.

Emisión monetaria sin límites, contra dolarización sin dólares. Los votos que junte cada una de esas consignas serán un nuevo capital de incertidumbre. Al revés de lo que sería esperable de un sistema político racionalmente ordenado y responsable.

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