“Nada es para siempre, de héroes a villanos, de villanos a héroes, el paso es corto. A no ser que caves tu propia tumba destrozándote en familia. Pelearse es inevitable dadas las circunstancias. Pero les ruego que no derrumben puentes que pronto tendrán que levantar de vuelta. Nadie ha traicionado a nadie”. Loris Zanatta en su artículo: “Confiar en la resistencia de las instituciones republicanas”.
Hay que reconocerlo, el peronismo toca fibras muy profundas de la argentinidad, mejores y peores. Aunque a juzgar por el resultado de sus últimos gobiernos (lo anterior lo dejamos a la historia donde las opiniones están ultra divididas) esas fibras hoy no son las más positivas, sino las más defectuosas, no solo por la pésima gestión, sino por el importante apoyo popular que tiene el candidato de un gobierno tan fallido que hasta los peronistas mismos lo admiten y ni siquiera atinan no digamos a defenderlo, sino a siquiera justificarlo.
Pero a la vez, basándonos en esa realidad fáctica, muchos piensan que el peronismo entero es la suma de todos nuestros males espirituales, como cree el antiperonismo (el cual en mi opinión no es más que la contracara de una misma moneda, no una moneda diferente). Sin embargo, afirmando eso corremos el riesgo de reiterar los males creyendo que estamos haciendo lo contrario solo por criticar al peronismo en toda su extensión aduciendo que él es la causa principal de nuestras enfermedades sociales, políticas y culturales.
Se trata de dos errores simétricos.
Hace mucho que la Argentina necesita -sin poder lograrlo hasta ahora- una mirada omnicomprensiva donde todos los argentinos se sientan parte de una misma historia y de una misma comunidad (algo que nada tiene que ver con la cooptación massista de la unidad nacional que busca lo contrario de la unidad que predica y anhela la hegemonía hasta llegar a su última estación, el partido único) para que podamos comprender los graves defectos que nos han llevado a este fracaso histórico que sigue siendo la Argentina. Pero, y eso es lo difícil, aceptando nuestra responsabilidad en este fracaso, en los defectos que compartimos todos. Y por el otro lado, buscar, en todos los demás argentinos -reitero, en todos- las virtudes hoy un tanto ocultas que sin dudas tenemos y que algún día nos podrán hacer encontrar el camino virtuoso que Dios -a la larga- no le ha negado a ningún país ni a ningún ser humano, salvo que a algunos les hace más dificultoso que a otro encontrarlo, vaya a saber por qué pecados cometidos en reencarnaciones anteriores o algo por el estilo.
Y para eso, el primer pecado contra el que debemos combatir es el más difundido de todos entre nosotros : el de que la culpa siempre la tiene el otro. Y a juzgar, como enseguida veremos, por la pésima forma en que los “republicanos” actuales (supuestamente los herederos de la única Argentina que parece haber zafado al karma de la decadencia: la de Alberdi y Sarmiento) han encarado entre ellos mismos la opción entre votar a Milei o votar en blanco, están demostrando que son tan creadores de grietas como los K. Y que también son portadores de un peronismo parecido, no precisamente como el de Schiaretti, sino al que esas almas bellas del republicanismo ven como la suma de todos los males. Y sin darse cuenta quizá lo estén copiando para resolver sus propias cuitas. Por no atreverse a aceptar (¡horror!) que el peronismo también tiene virtudes, como las tenemos el resto de los argentinos. Que no nos separa ninguna diferencia esencial como tendemos a creer, como si fuéramos ángeles caídos del cielo que no nos merecemos estar sucumbiendo en este infierno ajeno a nuestras culpas.
Aunque eso no obsta para reconocer que casi siempre que el peronismo ofrece una opción de gobernabilidad (aunque sea de puro marketing) a la gente le interesa más que otras opciones. A sus opositores no populistas, institucionalistas (dentro de los cuales se puede sumar perfectamente a un tipo de peronismo: el renovador, el republicano que incluso por algún tiempo a inicios de la democracia supo ser efímera mayoría en el propia partido de Perón y hoy lo es en Córdoba) la mayoría de la sociedad los valora para institucionalizar solo cuando el peronismo desinstitucionaliza demasiado, pero no comprendiendo la institucionalización de acuerdo al modelo mendocino (donde ella es algo filosóficamente mucho más profundo y acendrado en su cultura política) sino como barrer la alfombra de la fiesta peronista, para emprolijar un poco la República, no mucho más.
Alfonsín tenía enfrente como opción electoral al peronismo que gobernó durante la masacre impulsada en democracia por la triple A y la guerrilla y que quería pactar con la dictadura. Demasiado desprolijo. Entonces votaron al radical. Pero lo cierto es que en términos históricos, la república de los renovadores alfonsinistas y justicialistas apenas resultó un prólogo del menemismo que en forma populista re-introdujo el liberalismo en el país. Y cuando a Menem se le fue la mano con el populismo, echando a Cavallo por verlo como rival y arruinando la convertibilidad gestando un déficit fiscal gigantesco (como hoy hace Massa) para lograr su re-reelección, la sociedad eligió a otro emprolijador, a la alianza entre radicales y progresistas del Frepaso. Sin embargo, a los nuevos republicanos, que se hicieron cargo de una convertibilidad en ese momento ya imposible, les estalló en la cara el desastre menemista de su segundo gobierno, pero lo pagaron solamente ellos, tanto que los reemplazó de nuevo el peronismo, que otra vez se ofreció como salvador y dador de gobernabilidad frente al caos causado por él mismo. A partir de allí el peronismo se hizo cargo del siglo XXI y lo hizo, hasta ahora. prácticamente suyo. Cuando estaba algo desgastado, por un segundo gobierno bastante malo y por demás delirante de Cristina Kirchner, ganó por casi nada Macri para otra vez emprolijar un poco la República. No obstante, por errores propios y vicios ajenos (el peronismo lo volvió loco a pedradas y desestabilizaciones que sólo él puede hacer) a los cuatro años volvió de nuevo el peronismo.
Pero analicemos la historia un poco: a juzgar por lo inmensamente generoso que hoy es una parte importante del electorado con el desastre co-generado por Massa votándolo mucho más allá de sus merecimientos, la sociedad en 2019 podría haberle dado a Cambiemos la posibilidad de auto-enmendar sus errores (muchos menos graves que los actuales) como hoy se la da a Massa, pero se la negó rotundamente volviendo a darle otra oportunidad a una Cristina que con un títere intentó disfrazarse (y fue creída) de hada republicana. Y aún así, la deforme criatura inventada por Cristina (con la complicidad absoluta de la titiritera) resultó más que pésimo para gobernar. Sin embargo, a pesar de todo la sociedad rechazó aún más que antes a la opción republicana, cambiándola por la de Milei, una opción de signo ideológicamente contraria pero, al menos hasta ahora, metodológicamente tan populista como la peronista que nos gobierna.
A juzgar por los resultados de la primera vuelta, hay mucha gente que se cansó del fracaso de los emprolijadores y ahora quiere darle una oportunidad al peronismo de que salve al país del caos producido por él mismo. Que Massa nos libere de Cristina desde dentro del peronismo. Una perestroika, o perontroika.
O sino a otra versión populista, la de Javier Milei. que de algún modo quiere expresar. más que a Alberdi, al peronismo no kirchnerista de Barrionuevo, Menem y Cavallo. Lo importante es que los candidatos sean predicadores religiosos, no excépticos laicos.
O sea, ahora el peronismo se propone emprolijar al peronismo, o en todo caso que lo haga Milei, pero no la oposición republicana que con dificultades fue reconstruyendo el bipartidismo luego de 2001. A una importante parte de la sociedad no le importa demasiado, ni el institucionalismo, ni la corrupción, nunca le importó demasiado, ni siquiera en 2015. Sí los quiere (al menos los quería hasta ahora) a los republicanos para que le pongan algunos límites al peronismo cuando se excede. Pero no para gobernar. Para eso, los peronchos.
Por eso el peronismo, con 80 años detrás, está más vigente que nunca, gane o pierda. Si gana se quedará con casi todo el país, a los que no lo votaron los cooptará o los hará intrascendentes de toda intrascendencia. Y como un Papa nuevo, Massa, en el mejor de los casos, hará lo que hizo Francisco con Juan Pablo II pero al revés. Francisco cambió el anticomunismo de Juan Pablo II por el progresismo pero, para igual que su antecesor ideológicamente opuesto, ponerlo al servicio de la permanencia eterna de la Iglesia Católica, de sus obispos y de sus fieles. Massa si puede ganar y liberarse de Cristina como no lo pudo hacer Alberto, hará lo mismo pero al revés: cambiar el progresismo K, por el neomenemismo liberalote pero, para igual que su antecesora, ponerlo al servicio de la Iglesia peronista, en primer lugar de sus obispos, y en segundo lugar (si es que queda algo, lo cual es muy dudoso), de los fieles peronistas.
Si pierde Massa, muy pronto, con él o con otro como líder, a la menor torpeza del ganador no peronista, el peronismo resurgirá como el ave fénix para ofrecerse otra vez como el salvador del país que el mismo destruyó y se reunificará en un santiamén.
La oposición, en cambio, ganando Massa se dividirá aún más de lo que está hoy con el riesgo de diluirse en la historia de tan fraccionada que quedará y con un peronismo con vocación hegemónica aún habiendo perdido.
Y si gana Milei, no le irá necesariamente mejor, porque, y eso es lamentable, la oposición republicana luego de su gran derrota, sigue mirándose al ombligo como lo hizo en las PASO en vez de mirar a la sociedad y a su propio futuro. En las PASO los adversarios internos solo se miraron a sí mismos. olvidando que existía, además de la interna, el resto del país (se acusa a los radicales del defecto del internismo, pues el PRO no le fue en saga). Y ahora les resultará difícil curar las heridas de la grieta que internamente les abrió Milei a los institucionalistas, quiénes (salvo honrosas y muy pocas excepciones) en vez de respetar las legítimas dudas de unos y de otros por votar o no a Milei, algo absolutamente lógico (al fin y al cabo la base filosófica esencial del liberalismo auténtico es la duda y la tolerancia ante el que piensa distinto), se la pasaron desde la primera vuelta peleándose absurda y burdamente entre dos posturas, las dos ridículas si se considera al que adopta la otra como un extraviado y hasta un traidor. Que así se consideraron entre sí la mayoría de los institucionalistas: si votás en blanco vós vas a ser el principal responsable de que gane Massa y si en serio gana te lo voy a recordar hasta que te mueras, traidorzuelo massista. No importa que hayas peleado desde el principio contra el kirchnerismo, ahora te volviste más kirchnerista que ellos mismos. Y del otro lado dirán: si votás a Milei vas a ser cómplice de procesistas criminales que defienden a Videla y vás a dejar de lado las convicciones de toda tu vida, te volverás un facho de mierda.
Ese es el tono por demás mayoritario del debate de los institucionalistas cuando se quedaron sin opción propia, demostrando que le faltan aún algunas nociones básicas de liberalismo. Por eso, volviendo a la cita del principio de esta nota, recomendamos leer la extraordinaria opinión de Loris Zanatta, que es una de las pocas opiniones liberales en serio en este debate nada serio. Un intelectual que no es argentino y con el cual yo muchas veces suelo disentir, pero que nos conoce tanto que no sólo es uno de los principales críticos de los defectos de los peronistas, sino (sutilmente) de los de todos los argentinos, incluso de los que se dicen liberales republicanos y en esta oportunidad han demostrado lo mucho que les falta para serlos del todo.
* El autor es sociólogo y periodista. clarosa@losandes.com.ar