Por la libertad de Ucrania

La guerra, ¡para qué repetirlo! Su roja entraña estéril no ha engendrado nunca a través de los siglos nada estable, nada respetable.

Por la libertad de Ucrania
Europa. Pide el cese del conflicto a Rusia (AP).

“Los pueblos son sagrados para los pueblos y los hombres son sagrados para los hombres”. Esto sostuvo, proféticamente para los tiempos, el ex Presidente Hipólito Yrigoyen. Palabras que me inspiran a ser solidario, como un ciudadano del mundo, con el pueblo de Ucrania que es atacado salvajemente por el dictador Vladimir Putin, el nuevo zar de Rusia.

Cuando muchos creíamos que el siglo pasado había sepultado para siempre la guerra entre las naciones y que la diplomacia había triunfado sobre el conflicto armado, de pronto asoma al mundo el rostro sombrío de una tercera guerra mundial. Y un día, de pronto, una gran tragedia hirió esa creencia: Ucrania es atacada arteramente. Vemos como miles de hogares destruidos, cientos de criaturas asesinadas o en la orfandad o en un país limítrofe, cientos de mujeres en la viudez, y seguramente habrá millones de hombres muertos o en el hambre como resultado de ésta canallesca invasión.

La agresión de Rusia contra la república de Ucrania constituye la más flagrante violación de los principios y pactos internacionales que regulan la convivencia entre las naciones.

La humanidad debió sufrir la hemorragia de 2 grandes guerras para llegar al entendimiento que significó la creación de las Naciones Unidas(ONU), cuya Carta, firmada el 26 de junio de 1945 en San Francisco, proclama: “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en el valor y la dignidad de la persona humana, en la igualdad de los derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas; al respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; practicar la tolerancia y convivir en paz como buenos vecinos”.

Todos esos principios han sido pulverizados por el afán expansionista de un dictador con delirios del zar Pedro el Grande, discípulo de Stalin y émulo de Hitler. Ese es el molde de un ególatra que envenena y encarcela a sus opositores y persigue a los homosexuales. Putin pertenece a esa raza de seres apocalípticos que piensan que la historia comienza y termina con ellos, bestias feroces enamoradas de las ruinas que, creyéndose únicos, con cinismo proclaman la paz y paradójicamente quieren apagar el fuego avivando sus llamas. Déspotas enriquecidos. Nada es tan repulsivo como un individuo acaudalado que se repliega en sí y descuida los dolores de los hombres.

Ese es el personaje –merecedor de otras adjetivaciones- que tiene en vilo a la humanidad en este momento. Humanidad que todavía padece una pandemia por lo que su crimen es doblemente repudiable por su saña y cobardía.

Frente a la tragedia la gran mayoría de las naciones del mundo han condenado con firmeza y claridad la violación que Rusia ha consumado al agredir el principio de soberanía y autodeterminación de los pueblos y de los derechos humanos. Todos, menos nuestro país.

En vísperas del conflicto el presidente de la República Alberto Fernández en actitud que no tiene precedentes en la diplomacia argentina, en actitud inoportuna, insensata y carente de jerarquía como jefe de Estado, visita al dictador Vladimir Putin y con expresiones que dan vergüenza, con complejo de inferioridad le ofrece al invasor “abrirle las puertas de Argentina para que Rusia entre a toda América”, mientras su par lo miraba con la frialdad de un reptil. ¡Qué desatino! Señor Presidente: “no tire la honra argentina a los perros”. Se lo digo con respeto pero con la firmeza de un ciudadano y no la de un cortesano de los que está rodeado. Dé un golpe de timón en la política exterior, aléjese del círculo apestoso de las dictaduras de Maduro en Venezuela, Díaz Canel en Cuba, Ortega en Nicaragua y la teocracia de Irán –que esos sí le abrieron la puerta a Putin- y coloque a la Nación de los argentinos en el pedestal de las naciones libres para todos los hombres de buena voluntad. Mire para arriba y lo iluminará el Preámbulo de la Constitución.

Y hace patética la política exterior de la república cuando el Ministerio de Defensa a través de su titular Jorge Taiana- ex jefe montonero- firma un convenio con Rusia para adiestramiento militar, y porqué no decirlo ideológicamente, a nuestras fuerzas armadas. Esto es una afrenta al país al colocarlo abiertamente al lado de los países que reniegan de la democracia. Todo esto pone en duda el concepto de soberanía argentina, soberanía que al decir de Joaquín V. González “consiste en un poder supremo que no depende de todo otro poder”.

En momentos decisivos de la humanidad no puede el gobierno poner las riendas de las relaciones exteriores en manos inexpertas de un muchachón sin formación ni menos tener una representación en la Organización de Estados Americanos (OEA) en un embajador , como es Carlos Raimundi, desertor de las trincheras democráticas, que desmerece el sentido americanista y democrático de nuestro pueblo.

De la vehemencia de la protesta, del reclamo justo, de la pasión noble puede un pueblo conseguir que cese la injusticia y el dolor provocado por la tiranía. No puedo ocultar mi indignación por lo que está ocurriendo en Ucrania, porque, además, y no es menor, tengo nietos de una rama familiar cuyos bisabuelos nacieron el Kiev la capital ucraniana. Ellos vinieron para constituir una grande y progresista colonia que ha contribuido desde hace más de cien años a fortalecer las arterias productoras del país. En nombre de ellos también condeno la invasión rusa a Ucrania.

La guerra ¡Para qué repetirlo! Su roja entraña estéril no ha engendrado nunca a través de los siglos nada estable, nada respetable. Recordemos la segunda guerra mundial y notemos el gran parecido de lo que hoy ocurre en Europa; conquistas, anexiones, rapacidades y vanos laures. Putin es el calco de Hitler. Todas las naciones democráticas deben pronunciarse vigorosamente contra la invasión y la guerra a través de las Naciones Unidas.

Valemos más por la paz que por la guerra, vale más el mundo por la obra de sus pensadores que por la de sus guerreros, vale más Rusia por su Tolstoi que por su Stalin , por su Dostoyevski que por su Putin.

Tengo la modesta visión – más bien- ilusión, de que el día en que las armas homicidas hechas del bronce, el hierro y el acero desaparezcan bajo el fuego para surgir transfiguradas en herramientas de trabajo, ese día también se silenciará el clarín triunfante del vencedor y surgirá la paz entre los hombres. Nunca más la mueca de Caín reapareciendo en las altas horas de la confraternidad humana. Anhelo la paz entre los hombres, la santa y fecunda paz de Dios, la única que será consagrada el día de mañana por el veredicto unánime de las conciencias.

*Raúl Alfredo Galván - Abogado. Ex Senador y Diputado Nacional

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