“Hacer gestión integral de riesgos a desastres significa desarrollar herramientas dirigidas a intervenir en las amenazas y la vulnerabilidad para disminuir y/o mitigar los riesgos existentes; pero especialmente prever hacia el futuro, la construcción de asentamientos más seguros, con una población responsable” (Gray de Cerdán et al., 2014).
Cada 5 de agosto se festeja el Día del Montañista, coincidiendo con la conmemoración de Nuestra Señora de las Nieves, patrona de las actividades de montaña y del agua.
La historia del hombre y la montaña se remonta desde los principios de los tiempos. Sin embargo, el montañismo como actividad es bastante más reciente. No hay un criterio único acerca de su origen, pero hay bastante consenso en considerar como punto de partida la primera ascensión al Mont Blanc realizada por Michel-Gabriel Paccard y Jacques Balmat en 1786. Este sería el puntapié para que el hombre se esforzara en descubrir las desafiantes cimas del mundo, logrando en 1953, de la mano de Edmund Hillary, hacer cumbre en la más alta de todas: el Everest.
En Argentina, los inicios del montañismo fueron escritos por andinistas europeos. Las cimas de las montañas de Mendoza y la Patagonia fueron las más buscadas. En enero de 1897, el suizo Matthias Zürbriggen lograba la cumbre del Cerro Aconcagua; mientras que, recién en 1934, Nicolás Plantamura se convertiría en el primer argentino en hacer cumbre en el Coloso de América. Todos ellos y muchos más, aún hoy continúan abriendo camino a nuevas cumbres en el mundo (Cultura de Montaña, 2014).
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las montañas son los principales depósitos de agua dulce que sostienen la vida en la Tierra. Las montañas proporcionan entre el 60% y el 80% de todos los recursos de agua dulce, albergan el 25% de la biodiversidad terrestre y el 28% de los bosques del planeta. Sin embargo, a pesar de su inmenso valor ecológico y socioeconómico, están siendo sometidas a presiones cada vez mayores por las actividades humanas y el cambio climático, aumentando su fragilidad.
Las montañas ocupan un 12% de la superficie del planeta, proporcionando servicios ecosistémicos esenciales para los medios de vida de mil millones de personas, tales como agua, alimentos y energía limpia.
Además, albergan antiguos pueblos originarios, con una gran riqueza de conocimientos acumulados a lo largo de generaciones y que han desarrollado técnicas tradicionales para adaptarse y enfrentarse a la variabilidad climática.
La creciente demanda de agua y otros recursos naturales, las consecuencias del cambio climático global, el crecimiento del turismo y de las presiones de algunas industrias, amenazan la extraordinaria red de vida que sustentan las montañas y los servicios ambientales que éstas ofrecen. Estas amenazas están causando rápidos -y en algunos casos irreversibles- cambios en los ambientes y la población de las montañas, que ya figura entre las más vulnerables y pobres del mundo.
En este sentido, es necesario que los países intensifiquen sus esfuerzos para aumentar la atención sobre los ecosistemas montañosos. La integración de esfuerzos y la gestión integrada mediante un enfoque ecosistémico permitirá fortalecer la conservación, el manejo y uso sustentable de los recursos naturales y de la biodiversidad en las montañas, con el fin de mejorar la calidad de vida de sus poblaciones.
El recurrente, y ya conocido, deshielo de los glaciares en las montañas del mundo afecta los suministros de agua dulce para millones de personas. En Los Andes Centrales mendocinos, el retroceso de glaciares y la aparejada crisis de los recursos hídricos, devenida en emergencia hídrica desde 2010, está acompañada de inviernos cada vez más pobres en materia de precipitación nívea. Científicos del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (Ianigla) de nuestra provincia, asocian este aumento en la pérdida de masa glaciar en la región central de Los Andes con la megasequía que está sufriendo la región en el último tiempo. El problema es, según los científicos, que, si los glaciares se siguen achicando, en el futuro no vamos a tener esa ‘caja de ahorro’ desde donde sacar agua, que son los glaciares (Dussaillant, Masiokas, Pitte, Ruiz et al.; 2019). Este fenómeno es alarmante teniendo en cuenta que el agua que riega el 3% del diminuto oasis mendocino es exclusivamente de origen nival.
Particularmente, la alta montaña mendocina se encuentra en el olvido desde hace un largo tiempo. Un plan de ordenamiento territorial que adapte las actividades desarrolladas en nuestras villas andinas a las capacidades de acogida del medio físico y optimice las interacciones entre dichas actividades, disminuirá el grado de vulnerabilidad ante la ocurrencia de eventos geológicos y antrópicos peligrosos, como así también redundará en una mejor calidad de vida de sus habitantes.
Nuestras elevaciones son vitales para el suministro de bienes y servicios ecosistémicos, fuente de agua dulce, energía, alimentos y recursos que serán cada vez más escasos en el futuro y, por lo tanto, debemos actuar para protegerlas. Actualmente, tenemos como desafío promover el diálogo, el intercambio de información y experiencias entre actores nacionales, regionales e internacionales. A su vez, es necesario recurrir al conocimiento técnico-científico sobre los aciertos y los retos en materia de gestión en las montañas y transferirlos hacia tomadores de decisiones, con el objetivo de un manejo sustentable de dichos ecosistemas, tanto en Mendoza como en todo el mundo; y en sinergia con una gestión integral del riesgo y programas de educación ambiental, para así construir comunidades más responsables.
*La autora pertenece a Ianigla-Conicet Mendoza. Universidades de Congreso y del Aconcagua