El padre mira fútbol en el living. La hija se acerca. “Hablamos re chuncano los mendocinos”, dice ella al escuchar las declaraciones de los jugadores de Godoy Cruz. Los players hacen uso de un cantito arrastrado, típico “cuiano”, carente de “eses” y con esa tonada apagada que nos caracteriza. “Papá, ¿por qué hablamos tan mal?”.
La pequeña está conectada a youtubers porteños y -como todos- a los canales de TV a metros del Obelisco. Y por ese oído acostumbrado a lo lejano, se lleva una sorpresa cuando ocasionalmente escucha videos de “mendoínos”, inclusive los de ella y sus amigos. Allí las “ye” son “ie”, las “eses” se echan de menos, y las erres no vibran en las gargantas. El padre antes de contestar, se enoja; quizá porque justo pasan ese cantito del equipo rival, en el que tratan de “insultar” a los de Godoy Cruz tildándolos (tildándonos) de “chilenos”.
El lenguaje y la pronunciación son un hecho vivo
”Nadie habla mal -se calza el guardapolvo de maestro ciruela-. El lenguaje y la pronunciación son un hecho vivo. Es una convención social. Los seseos españoles, el abuso de las sílabas sonoras de los franceses, y de las sordas cuyanas, todo está permitido y tiene que ver con acervos culturales y geográficos”, dice sabiendo que su respuesta no es convincente.
Para más detalle, una pronunciación sonora es cuando vibra la garganta y sorda es cuando sucede lo contrario y, por ejemplo, las “erre” se arrastran, a la manera del canto folclórico del interior del país. Estos fenómenos de la lengua suceden en todo el mundo, y tienen que ver con sistemas culturales, evoluciones históricas y posiciones geográficas que influyen en la parla cotidiana.
La hija, aburrida, cambia de tema con la habilidad que tienen los pibes de hacer multitasking, mientras el viejo se acuerda de sus tiempos de productor de radio, hace 20 años. Era una época en la que todos los locutores de FM de moda se la daban de porteños, aunque hubieran nacido frente al Puente Olive. El joven tenía una orden precisa: todo aquel oyente que hablase “como negro” (SIC) no podía salir al aire. “Esta es una radio bien”, le repetían cuando hacía caso omiso al mandato. La pretensión era que el hablar montañés fuese dejado en la puerta del éter, para que solo pasara el habla más concheta, de las zonas urbanas. El que imitase mejor el decir rioplatense.
¿Está mal hablar con pronombres antes del nombre?
También recordó la vez que le tocó entrevistar a una diputada mendocina en el Congreso, y en el medio de la espera en el despacho, un asesor bonaerense le contó cómo se horrorizó cuando le presentaron a quien sería su jefa y ella hablaba con todos los pronombres habidos y por haber. “Avisale al Carlos, que está en la oficina del Néstor, que salimos para lo de la Daniela”. “Pensé que se trataba de una mina ignorante. Me sorprendió su inteligencia”, susurró el secretario, creyendo que halagaba en vez de ofender.
¿Qué es la glotofobia?
Este fenómeno de “mirar (escuchar) a menos” tiene un nombre, acuñado por los franceses, y es glotofobia. Los galos poseen incluso legislación que protege a los hablantes del francés de las afueras, quienes suelen ser carne de discriminación en una de las metrópolis más avanzadas del mundo. Otro tanto sucede en España; allí se suele menospreciar el tono andaluz, entre otros. En este choque entre norte y sur de los acentos, también suele aparecer la glotofobia “positiva”. “Ustedes que gracioso que hablan, parecen que estuvieran siempre contando un chiste”, es algo que sufren por allá los de Andalucía, y que en Argentina pasa mucho con los cordobeses. Deja de ser un cumplido y se convierte en un gesto degradante, cuando este tipo de señalamiento apunta a “bajarle” el precio al interlocutor o a infantilizarlo, por ejemplo.
La pronunciación de Nathy Peluso, la pronunciación de Mercedes Sosa
2. El arte suele traer respuestas allí donde los estudios sociales son cortos. Nadie puede negar el éxito de la argentina Nathy Peluso, quien hace gala de un acento único, una pronunciación exacerbada, rotunda, en busca de libertad. Canta con tonos que no son ni argentinos, ni caribeños, ni españoles, y a la vez, son todo eso. Un mensaje fonético por el lado de la importancia de romper barreras y prejuicios.
El otro ejemplo es el de la mujer que mejor escuché cantar en vivo. Mercedes Sosa, la cantante que decía ser tanto de Tucumán como de Mendoza, entonaba tal y como pronunciaban aquellos “negros” que estaban prohibidos en las radios mendocinas chetas. Con las “erres” arrastradas, con la tonada bien de tierra adentro. Pocos transmiten tan bien la emoción como Nathy o como Mercedes. Y nada importa la pronunciación con la que lo consiguen.
En definitiva, los pueblos no hablan bien ni mal. La discriminación, en todo caso, habla mal de los pueblos que la ejercen. Los mendocinos, que somos víctimas de la glotofobia porteña -no me cabe dudas- debemos tener claro primero que nosotros hablamos como hablamos fundamentalmente porque así lo hicieron nuestros padres y abuelos. De ellos heredamos una visión del mundo, una cultura… y una forma “patalarrastra” de hablar. Y no existe nada más “beio” que eso. Digan lo que digan.