El próximo 27 de octubre los uruguayos van a ir a las urnas a optar principalmente por dos alternativas que, al menos en las encuestas, tienen mayor intención de voto. Por un lado, la continuidad de lo que sería la gestión de la coalición de gobierno, a cargo hoy de Luis Lacalle Pou (Partido Nacional), en la figura del candidato blanco, Álvaro Delgado. Por el otro, la posibilidad de elegir a Yamandú Orsi y devolverle al Frente Amplio el gobierno que perdió en las últimas elecciones. Ambos llevan mujeres con perfiles bien diferentes para el cargo de vicepresidenta, Valeria Ripoll para el primero y Carolina Cosse, en el segundo.
Aunque los números parecen favorecer la balanza de los cercanos al ex presidente Pepe Mujica, ningún analista político arriesga a proyectar un resultado con seguridad. El final es aún “abierto” dicen, cuando se les consulta en on o en off (como solemos hacer frecuentemente los periodistas).
Ahora bien, Uruguay, es el país con el costo de vida más alto de América Latina, ninguna novedad en ello. De hecho, en Montevideo, donde habita la mitad de la población del país, el pan puede costar tres veces más que en Asunción, una docena de huevos más del doble que en Tokio, y un café hasta 66% más que en Madrid. La brecha con la Argentina fluctúa de acuerdo al ritmo que le imprime la economía argenta al dólar (o: ¿al revés?), y hace que los charrúas crucen más o menos para ir de a hacer compras.
Para más datos, para una familia tipo de cuatro personas, el costo de vida puede superar los 2.500 dólares mensuales y el Ingreso medio de los hogares para el total país en el segundo trimestre de este 2024 rondó los 2300 dólares. Esta es, sin dudas, una de las preocupaciones a atender, junto con el desempleo (sobre todo en algunos puntos del interior del país) y la inseguridad. Un argentino ya estaría pensando: “salgamos a quemar todo”, ¿o no?
Sin embargo, Uruguay es reconocido por su estabilidad política y social, los uruguayos se definen a sí mismos como una “sociedad amortiguadora”. Un tejido elástico que tiende a rehuir del conflicto, de los extremos y los entredichos altisonantes (algo diferente a lo que suele suceder del otro lado del río).
La sociedad uruguaya, y su clase dirigente, se apoya en dos o tres consensos básicos sobre bienestar general, que suelen trascender gobiernos y se replican, con diferencias, en distintas gestiones. El discurso, a nivel general, sigue siendo moderado, sin ningún candidato “antisistema” que quiera “desafiar” el status quo hoy. ¿Significa esto que no pueda crecer el malestar y despertar la ira de un “león” en la insatisfacción de la gente, algún día? Imposible asegurar que no.
Si algo se observa, con el tiempo, es que la brecha entre quienes tienen responsabilidad de gestión política y la sociedad sigue creciendo. El desinterés parte de sentir que no les “están hablando” o, que, en última instancia al final, “nada cambia”. La única salida, de un lado y del otro del río, es entender a la política como una verdadera herramienta de transformación social, y la base para todo proyecto democrático que quiera construir un piso de igualdad de condiciones.
* La autora es licenciada en Periodismo. Universidad del Salvador (Argentina).