¿Cómo pudo pasar lo de Vicentin? Una intervención gubernamental “blitz” de una empresa privada en pleno proceso de convocatoria de acreedores: algo que en el 99 por ciento de los países estaría contraindicado para la salud económica e institucional.
Pero la Argentina es diferente. Al gobierno del presidente Alberto Fernández lo avala una opinión pública que es única y bate todos los récords.
Según una encuesta en 44 países del Pew Research Center de Estados Unidos, los argentinos reprueban el capitalismo: 48 contra 33 por ciento. Nuestro anticapitalismo supera a China, Rusia, Venezuela y Vietnam. De hecho, los vietnamitas, que dieron cientos de miles de vidas “combatiendo al capital” en los 70 -y ganaron- ostentan hoy el extraño récord de ser los más procapitalistas del mundo: 95 a 3 por ciento.
Los argentinos somos también los más estatistas. Una encuesta de Quiddity en el país, Brasil, Colombia y México muestra que somos los que menos apreciamos a nuestras empresas y los únicos que las preferimos estatales.
A la luz de esta singular opinión pública es que el gobierno del presidente Fernández se puede dar el lujo de estatizar cueste lo que le cueste a la economía: nuestra opinión pública es el más grave de los problemas estructurales que el anterior gobierno del presidente Mauricio Macri no quiso encarar. Es la madre de todos los otros problemas estructurales.
No encarar de entrada el verdadero drama de la mentalidad argentina le abrió la puerta al regreso del peronismo, que pudo encontrar todo en su lugar y tal como lo había dejado: la opinión pública sigue siendo tan anticapitalista como siempre.
Y para alivio de los Fernández, Juntos por el Cambio resolvió no hacer ninguna autocrítica que le serviría para recuperar credibilidad a la hora de hablar de economía sin que el gobierno de Fernández, aún sin contar con el más mínimo plan económico, los pueda mandar “a lavar los platos”.
Por eso el panorama para los empresarios es desolador: además del estrés financiero que significa para sus empresas la propia cuarentena, ven cómo el ala izquierda del gobierno amenaza con llegar al “día después” con una “solución final” para el capitalismo. Y no pueden esperar mucho de la oposición de Juntos por el Cambio.
¿Podrían los propios empresarios aprovechar su probada capacidad para el marketing de productos y salir a comunicar que para invertir y contratar necesitan reformas hacia más capitalismo y no menos?
Obviamente que sí. Pero no lo van a hacer.
Los mismos empresarios son corresponsables de esa opinión pública. El seguimiento de la encuestadora CIO muestra que los valores de confianza en las empresas venían por debajo del 30 por ciento. Pero llegaron al final del período Macri con apenas 14 por ciento de confianza: en el mismo lodo de mala imagen de la Justicia y los sindicalistas.
Pero hay una luz de esperanza. Cuando CIO pregunta por el tamaño de empresa, los argentinos diferencian claramente entre “grandes” y Pymes. En 2019 las Pymes duplicaban a las grandes en valores positivos de confianza.
El problema es que las Pymes no tienen voz propia para instalar ese debate. Las instituciones que dicen representarlas suelen ser fachadas para intereses políticos. Unas reformas que beneficien a las Pymes, que les permita tener mejores condiciones de contratación, menos impuestos y mejor acceso al crédito sería el mayor shock económico para el país: si en promedio el medio millón de Pymes tomara a un trabajador, estaría empleando de una día para el otro a medio millón. Además sobra espacio para que se creen 100 o 200 mil Pymes más.
Y si invirtieran 20 mil dólares (el valor de un auto), sumarían a la economía el 3 por ciento del PBI y aumentaría 30 por ciento el bajísimo nivel de inversión.
Y si esas reformas Pyme tienen éxito, no solo el Estado podría dejar de funcionar como único mercado laboral -que es desde hace décadas- para terminar con el déficit fiscal crónico: el otro mal estructural.
También les serviría a las grandes para demostrar que Argentina, como todos los países exitosos, también tendría éxito haciendo reformas pro mercado.
Por eso el mejor negocio para los grandes sería ayudar a las Pymes a que tengan voz e instalen ese debate por ellas.