Resulta notable el renovado interés del gobierno nacional por apoyar el desarrollo de los habitantes del sur de Mendoza. Las máximas autoridades, en la Casa Rosada, han encontrado el tiempo para reivindicar reclamos y hacer lugar a demandas de personas asentadas en este territorio.
La entrega de tierras se fundamenta en el presunto carácter ancestral de personas que pertenecen a un pueblo que nunca estuvo en la provincia de Mendoza. La evidencia histórica muestra que en los siglos XVI, XVII, XVII y XIX había diversos pueblos indígenas en la provincia de Mendoza, principalmente dos: huarpes en el norte y pehuenches. Conocemos los nombres de sus caciques; sus obras de creación; su legado cultural; sus obras de infraestructura, realmente admirable. Pero no hay ninguna evidencia de mapuches en nuestra provincia. Al menos no la he podido detectar en 40 años de ejercicio del oficio de historiador.
Algunos militantes del gobierno nacional aluden que los mapuches tenían mucha movilidad, pues se apropiaron de la cultura del caballo y lograban realizar grandes desplazamientos. Por eso, en alguna oportunidad, podrían haber atravesado alguna parte del territorio de Mendoza. Es una argumentación conjetural e hipotética. Además, en caso de comprobarse, eso sería meramente circunstancial. Los verdaderos señores del territorio eran los pehuenches, que defendían celosamente sus espacios para poder mantener su cultura y sus medios de vida.
Llama la atención la premura con la cual ha actuado el gobierno nacional en este tema, sin antes investigar, aclarar el asunto y darlo a conocer a la opinión pública. Todavía no presentan ninguna evidencia de la supuesta presencia de esos pueblos dentro de nuestra provincia. Ni una sola prueba. En 500 años de historia.
La velocidad de liebre del Estado nacional para tratar este tema contrasta con la velocidad de tortuga para atender otros reclamos de Mendoza le ha formulado, para atender necesidades de dos millones de mendocinos. En efecto, hace cinco años que ese Estado no ha sido capaz de tomar las medidas administrativas correspondientes para habilitar el uso del corredor Paso Pehuenche para la circulación de transporte de carga, a pesar de estar las obras completamente terminadas desde 2018, y que esta carretera es apta para transporte comercial de carga pesada; sin embargo, gracias a los burócratas del gobierno central, sólo pueden circular automóviles y camiones vacíos o precintados en Buenos Aires. Una inversión de cientos de millones de dólares, y los sesenta años de reclamos por parte los mendocinos, no han sido atendidos por Buenos Aires. Tampoco se ha permitido construir el dique embalse Portezuelo del Viento: las aguas del mayor río de nuestra provincia seguirán usándose para regar el Océano Atlántico.
En cambio el poder central sí se ha manifestado diligente y solícito para entregar tierras a personas que alegan pertenencia a un pueblo que nunca estuvo en Mendoza.
Indiscutiblemente, es muy noble la causa de valorar a los pueblos indígenas. También es importante asumir sus aportes valiosos y aprender a reconocer sus legados culturales. A ello hay que sumar la importancia de asumir que Argentina, igual que Chile y el resto de América Latina, es un país esencialmente mestizo: el 45% de la población argentina posee esta configuración genética.
Mal hemos hecho en creer que Argentina es un país blanco; nos hemos intoxicado de la ideología de la supremacía blanca, y de la presunta superioridad de la Argentina blanca sobre el resto de América Latina mestiza.
La hegemonía de la supremacía blanca nos ha hecho muy mal; nos hizo causar daño y dolor en muchos compatriotas y vecinos latinoamericanos. Eso es una ideología excluyente, racista y falsa.
Tal falsa como la presunta presencia ancestral mapuche en el territorio de la provincia de Mendoza.
Nuestros ancestros son huarpes y pehuenches. Tenemos que revalorarlos y recuperar la capacidad de sentirnos orgullosos de ellos. Ojalá pongamos en marcha políticas públicas tendientes a visibilizarlos y ponerlos en el lugar de honor que merecen: esculturas, obras de teatro, nombres de espacios públicos. Ellos son parte nuestra, y merecen nuestro sentido homenaje. Tenemos mucho que aprender de su cosmovisión, su cultura y su gastronomía. Sus aportes nos ayudarían a vivir mejor, con jardines más adaptados a las condiciones ambientales y la aridez del paisaje mendocino.
* El autor es un historiador mendocino radicado en Chile.