¿Qué es la verdad?

La verdad nunca fanatiza, no es proselitista, no sostiene nuestra necesidad de tener razón… La verdad, más bien, nos desnuda y nos silencia y, de ese modo, nos transforma en -siempre la paradoja- aquello que somos.

¿Qué es la verdad?

En todos los tiempos de la historia humana, pero más en la nuestra, la cuestión de “la verdad” ha sido y es un tema muy controversial. Digo más: en nuestros días ya se habla de “la posverdad”, entendiendo por ello que, cada persona, grupo de personas o instituciones pueden tener “su verdad”. Lo que equivale a decir que cada uno/a es libre de pensar, sentir y decidir según le parezca o le convenga.

El autor del evangelio según San Juan pone en boca de Jesús la promesa del Espíritu, a quien nombra como “Espíritu de la verdad”, que habrá de conducir a los discípulos hasta la “verdad plena”. Habitualmente confundimos la verdad con las creencias, sean estas del tipo que sean. Y, en nuestra ignorancia, no es raro que nos sorprendamos diciendo: “Esta es la verdad” o “Yo tengo razón”. Olvidamos que la verdad no puede ser atrapada por la mente, no puede ser pensada ni puede ser pronunciada. Todo lo pensado y hablado -todo lo que puede salir de nuestra boca- son solo construcciones mentales.

La Verdad desnuda y relativiza las creencias. Y no está más cerca de la Verdad quien más creencias tiene, sino quien más “la encarna porque lo es” -y la vive en forma de Unidad, de Amor, de Solidaridad, etc. La Verdad no se puede pensar; solo se puede ser; y cuando se es, se conoce. Lo que ocurre es que, como ha escrito Javier Melloni, “todas las religiones corren el riesgo de creer que, en lugar de pertenecer a la Verdad, la Verdad les pertenece”.

La verdad no puede ser pensada; solo puede ser vivida. Como dijera Jesús, somos la verdad. Porque la verdad es una con realidad (‘la única verdad es la realidad’). De ahí que no lleguemos a ella por medio de un conocimiento mental -por reflexión- sino gracias al conocimiento por identidad: conocemos la verdad porque -y cuando- la somos. Imposible de ser pensada, sólo puede ser “vivida”.

Ese es el motivo por el que la verdad nunca fanatiza, no es proselitista, no sostiene nuestra necesidad de tener razón… La verdad, más bien, nos desnuda y nos silencia y, de ese modo, nos transforma en -siempre la paradoja- aquello que somos.

Tiene razón el cristiano ortodoxo Paul Evdokimov, cuando presenta al verdadero teólogo como aquel que sólo habla de aquello que sabe; por eso mismo, es también alguien que “no especula sino que se transforma”. Donde no hay transformación, no hay verdad: puede haber mucha erudición, muchas creencias, muchos conceptos, mucha información…, pero nada de eso es la Verdad.

La Verdad nos lleva a reconocer la paradoja que aparece expresada cuando unimos las palabras de Sócrates y las de Jesús: “Solo sé que no sé nada” y “Yo soy la verdad”.

Cuando reconocemos y comprendemos que nuestra identidad “no es el yo o el personaje” sino “el fondo de lo que cada cual es”, experimentamos que somos uno con la Verdad. Y en ese mismo instante caemos en la cuenta de que “mi mente, en realidad, no sabe nada”.

Es decir, la paradoja se resuelve en cuanto caemos en la cuenta de que, en contra de lo que parece a primera vista, el sujeto de aquellas dos frases no es el mismo. El “yo” que no sabe nada es el yo-mental (el yo separado que nuestra mente piensa que somos); por el contrario, quien afirma ser la Verdad es el “Yo” único que se experimenta como “Yo Soy” -sin añadidos- y que constituye nuestra identidad profunda.

Dos ejemplos

Seguramente, muchos de quienes están leyendo este texto, estarán pensando que estas frases son “pura especulación”, vacía e intelectual. Permítanme, entonces, aclarar este asunto con dos ejemplos.

1- Seguramente recordarán lo que sucedía en el año 2010 con toda la discusión sobre la unión civil y social de las parejas homosexuales. Personal y pùblicamente siempre sostuve que, como era una cuestión de orden civil y no eclesial, era legìtimo que las autoridadades civiles competentes resolvieran sobre el tema. La Iglesia católica sostenía que la verdadera unión marital debía concretarse entre un varòn y una mujer, debido a la “ley natural inscripta en la esencia de la humanidad”. El Obispo de Mendoza no tardó mucho en llamarme para escuchar mi opinión y para decirme la suya que, era la opinión oficial de la Iglesia (aunque tiempo después fue ‘modificada’ por el mismo Papa Francisco). En aquella conversación yo expuse: si de verdad la pareja humana, es la que la Iglesia propugna como ley natural universal ínsita en la humanidad (un varón y una mujer), el Obispo debía explicarme por qué, en tiempos pasados y actuales, en varios países se acepta y se practica la unión de parejas homosexuales, tanto como la poligamia y la poliginia. Al despedirme, el Obispo volvió a aconsejarme que revisara mi opinión. A lo que respondí: en mi conciencia tengo segura mi opinión, aunque no sea la opinión de la Iglesia. Al fin de cuentas, se trataba “de opiniones” y no de “la verdad”.

2- El Otro ejemplo es propio de los políticos (“casta”, según algunos) de antes y de ahora, desde que comencé a entender cómo se movía la política mundial y, sobre todo, la nacional. Quién se atreve a pensar que en la Argentina la política y los políticos, en la mayoría de los casos, no nos engañaron ni nos mintieron a cada paso, comenzando por los “federales y los unitarios”, llegando a la expresión -quizás máxima- de la falta de respeto hacia los ciudadanos: “Si yo decía lo que iba a hacer, nadie me votaba” (expresidente Menem).

¿Y ahora? Tenemos a un Ministro (que desea ser presidente) que tiene la invencible virtud de proponer, en un mismo día, dos concepciones contrapuestas de lo que desearía hacer. ¡Dejen de engañar a los ciudadanos de a pie expresando “opiniones” como si fueran la Verdad Divina! ¡Dejen de ensayar “personajes” que ya no son creíbles, porque sus “yo” internos han quedado descubiertos! Sí, des-cubiertos=desnudos, ante la realidad y ante los ciudadanos.

* El autor es sacerdote católico.

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