El 16 de junio de 2019 en este distinguido matutino apareció una nota de mi autoría titulada El peronismo de los últimos días. Después de las PASO de ese año pensé que me había equivocado horriblemente. Hasta las PASO de este año.
En esa nota explicaba que: a) los mecanismos de adaptación/diferenciación del peronismo, que habían sido claves para su supervivencia, venían fallando desde la época de Cristina; b) el ciclo de liderazgo de Cristina se había cerrado en falso, al no practicarse la tradicional muerte ritual del líder, como suele hacer el peronismo, lo que a la larga les traería problemas; c) lo que quedaba del peronismo era un conglomerado de gobiernos provinciales (ahora agregaría intendentes del Conurbano) sin capacidad de armado nacional propio; en consecuencia, d) el peronismo se enfrentaba a la posibilidad de la disolución (con las cautelas del caso, claro) como fuerza política. Sin organización nacional, sin mística ni doctrina, sólo quedarían peronistas.
Cuando escribí esto, el invento electoralista de Cristina ya estaba en marcha. Yo era escéptico de los resultados que podía obtener: me parecía que les costaría instalar a Alberto como candidato, además de las resistencias internas que generaba.
El caso es que se produjo el tsunami del 12 de agosto de 2019. Evidentemente había subestimado el descontento con el gobierno de Macri. Un voto bronca a escala nacional y de consecuencias funestas. Cuando la gente se empezó a dar cuenta del peligro que suponía el hecho de que el kirchnerismo volviera al poder, el enojo se fue enfriando, pero ya era demasiado tarde.
El tinglado de Cristina era exclusivamente electoral, no era un proyecto político propiamente dicho. Tal como algunos suponíamos, impuso sus condiciones al gobierno. Su objetivo era mantenerlo subordinado, sin capacidad de acumulación de poder propio ni margen de gestión. No era un gobierno, sino un simulacro de gobierno. A partir de esta situación se puso a pensar en 2023 como meta electoral, suponiendo que repartiendo dinero y calentando el consumo pasarían las elecciones legislativas de 2021 sin problemas.
En la lógica de “loteo” con la que se constituyó el gobierno (y que le permitió a Cristina quedarse con la parte del león) no solo fueron excluidos los dueños del poder territorial, sino que los barones del Conurbano fueron identificados como el enemigo interno a eliminar. El objetivo era dar a Cristina y sus brazos políticos (Kicillof y la Cámpora) el control directo de la Provincia de Buenos Aires.
El invento aguantó más o menos bien durante los primeros meses de la pandemia, cuando todos estaban asustados. Pero la falta de “volumen político” del Gobierno fue quedando en evidencia a medida que se revelaban los resultados desastrosos de la política sanitaria y del manejo paralelo de la economía. La vulneración de derechos básicos, las corruptelas y los escándalos hicieron el resto.
El único modo de ganar elecciones sin gestión es desde la oposición. Si se quiere ganar desde el gobierno, la carta de triunfo -y de derrota- es la gestión. El invento electoral de Cristina solo podía funcionar en el primer contexto. Las PASO de 2021 mostraron de forma cruda y directa los resultados de un gobierno sin poder. Pero además dejaron en evidencia varias cosas de las que hablaba en mi nota de hace dos años.
Primero: por seguir un falso liderazgo nacional (el de Cristina), gobernadores e intendentes peronistas están en riesgo de perder el poder en sus propios distritos.
Segundo: el poder de Cristina es indirecto, depende de mediadores que después de las PASO han comprendido que ya no es un capital electoral del que puedan aprovecharse. ¿Hasta dónde ha jugado la hostilización de Kicillof y la Cámpora contra los intendentes del Conurbano en los resultados electorales? Cristina y sus escuderos se han convertido en un salvavidas de plomo.
Tercero: en el contexto de la crisis política posterior a las PASO, en un momento de extrema debilidad, Cristina se vio obligada a recurrir a los dueños del poder territorial para salvar el gobierno. Gobernadores e intendentes: los postergados.
Tanto el gabinete nacional como el de la provincia de Buenos Aires se hallan intervenidos por los dueños del poder territorial. Si les va más o menos bien en las elecciones de noviembre, es muy posible que se queden con todo y terminen de licuar el liderazgo de Cristina Fernández y Sergio Massa para el 2023. Quizá así puedan liderar un nuevo ciclo del peronismo. Si les va mal, no quedará instancia de poder residual para sostener el gobierno nacional. Gobernadores e intendentes probablemente se refugiarán en su territorio para resistir.
Conclusión: el éxito electoral del Frente de Todos fue un intento engañoso de reanimación de un cadáver político, como el del Dr. Frankenstein. Un “experimento galvánico”. No estaba tan equivocada mi nota de junio de 2019.