-”Disculpe joven, ¿este trole vuelve al centro?”, me preguntó una pareja-. Sí –respondí yo-, pero después de dar toda la vuelta por Las Heras… Se tendrían que haber tomado el que iba en la otra dirección –les dije-. No –me aclararon-, no tenemos apuro, queríamos conocer lo que es viajar en trole, y estamos de vacaciones, somos turistas”.
Este fragmento fue el inicio de una breve conversación que tuve con una pareja de turistas de avanzada edad un mediodía cuando me dirigía hacia mi trabajo en trole, como lo hacía siempre.
Ahí caí en la cuenta de cómo algo que era completamente cotidiano para mí, era una aventura para otros.
No suelo ser autorreferencial en las notas, pero en este caso particular “el trole” estuvo en una parte fundamental de mi vida. Lo recuerdo desde muy chico cuando mi abuelo materno me llevaba de paseo al centro a acompañarlo en sus trámites –helado mediante-, yendo y volviendo en trole. Con él aprendí a mirar si el boleto era capicúa, y, si lo era, a conservarlo. En trole solía ir al centro, a juntarme con mis amigos, en algunas ocasiones lo usé para ir al secundario y luego a la universidad, más adelante a mi trabajo. Cerca de mi casa pasaban los recorridos “Pellegrini”, “Godoy Cruz-Las Heras” (que antes había sido la línea de micros “T”) y el más atractivo de todos: “Parque”.
En trole conocí de niño el barrio San Martín, y expectante me tomé por primera vez un flamante New Flyer canadiense que nos llevó a mi novia y a mí a un parque de diversiones, un sábado de verano.
Jamás pensé que los troles desaparecerían, hasta imaginé que algún día se los presentaría a mis hijos y viajaríamos en uno… Me equivoqué.
Los trolebuses comenzaron a circular en Mendoza a fines de los años ‘50, haciendo los recorridos “Villa Nueva” y “Dorrego”. Eran unos Mercedes Benz cero kilómetro que llegaron a la ciudad en tren, desde Buenos Aires. Algunos de estos perecieron en el Mendozazo.
Poco a poco los recorridos se fueron ampliando y así surgieron el “Parque”, el “Pellegrini”, el “Godoy Cruz-Las Heras” y el último: “UNCuyo”. Esto fue posible gracias a la altísima capacidad de los empleados de la empresa y a las inversiones que hacía la provincia. A ningún gobierno se le ocurría pensar que el trole no servía. Ni siquiera cuando se intentó vender la empresa provincial a la cordobesa “TroleCor”. Allí, con ideal neoliberal, se pensaba que el servicio mejoraría.
Y quizás no lo sabía lector/a, pero llegamos a tener la segunda red de trolebuses más grande de Suramérica -después de la de San Pablo-, con más de 100 km de cableado. ¡Un verdadero orgullo provincial! Una postal mendocina, ni más ni menos.
En cuanto a los vehículos, después de los mencionados troles Mercedes llegaron los Toshiba (en 1962) de Japón, “los rusos” en 1984, que fueron una compra a la URSS a cambio de mosto producido por la bodega provincial Giol. Éstos fueron pocos –sólo 17-, pero muy buenos, se usaron como refuerzo de la flota. Usados llegaron más tarde los Krupp-Essen de Solingen, Alemania, en 1988. Para mi gusto éstos fueron los mejores, que a pesar de venir con 15 años de uso, eran irrompibles y muy silenciosos. Recuerdo la palabra “Halt” escrita en el botón para solicitar la parada.
En 2008 el gobierno de Jaque compró a la ciudad de Vancouver, Canadá, 80 troles New Flyer. La compra más grande de vehículos de la historia de Mendoza. Sin embargo, estos venían con una “lavada de cara”, alguna vez habían sido buenos, pero rápidamente aparecieron con problemas difíciles de solucionar -producto de años de uso en un clima muy hostil- y se rompían con frecuencia.
Los últimos que tuvimos fueron orgullosamente argentinos: los Materfer. Se trataba de un proyecto mendocino, ejecutado materialmente en la provincia de Córdoba. No eran perfectos, sí estéticos, pequeños y ágiles. Al ser una suerte de prototipo se les podrían haber realizado mejoras con el paso del tiempo. Podríamos haber tenido una próspera industria de troles, y haber llegado incluso a exportarlos al mundo. Pero no, todo esto que relato se tiró a la basura. Años de inversión y de esfuerzo fueron desechados. No puedo olvidar que todo ocurrió en el gobierno de Alfredo Cornejo, quien también se negaba al Metrotranvía. La culpa no es sólo de él, los mendocinos no supimos defender este ícono tan nuestro.
A veces he pensado que podríamos tener hoy una flota de troles modernos de excelente calidad, con nuevos recorridos e incluso haber recuperado los vehículos viejos y hacerlos andar ofreciendo recorridos históricos. ¿No sería maravilloso? Me conformaría con que hubiéramos tenido un museo y poder exhibir los troles que orgullosamente recorrieron las calles de Mendoza. No, y no, no tenemos nada de eso. Sólo nos dejaron como reemplazo unos micros convencionales, otros a GNC y algunos electrónicos. Éstos últimos han demostrado ser un fracaso.
Necesitamos urgentemente la recuperación de este servicio, no sólo por estético y tradicional, sino además por ecológico y económico. En un mundo altamente inestable y contaminado, los troles siguen siendo irremplazables.
¡Que vuelvan los troles!
*El autor es Licenciado en Ciencia Política y Administración Pública. UNCuyo.