La orden de largada para la carrera electoral ha provocado una de las disociaciones más notorias de los últimos tiempos entre las expectativas sociales y la actividad de su organizaciones políticas.
Por donde quiera medírsela, la persistencia de la pandemia muestra indicadores alarmantes. Argentina lidera el ranking de contagios en proporción a su cantidad de habitantes, si se observa a los 20 países más poblados del mundo. Sube al podio de los tres países con más muertes por millón de habitantes. Y ya pasó por el último puesto entre los países en los que se desaconseja transitar la pandemia por la escasa resiliencia de su gestión combinada de la salud, la economía y la libertad ciudadana.
Las principales potencias del mundo desarrollado, Estados Unidos y China, no sólo se recuperaron del coma inducido en la economía del año 2020 sino que -como consecuencia de una vacunación exitosa y la reacción oportuna del sector público para respaldar a sus empresas que generan empleo- ya registran índices económicos mejores incluso a los que tenían antes de la pandemia.
En Argentina, que ingresó a la emergencia sanitaria con su economía en terapia intensiva, los principales hombres y mujeres de negocios del país esperan que el segundo semestre de este año será todavía peor que el anterior, en el que hubo un amague de rebote y luego, por el fracaso del plan de vacunación, entró de vuelta en el túnel de la recesión. Con el agregado clásico de la singularidad argentina: una inflación propia en constante aumento y una deuda externa también creciente y siempre al borde del default.
Si se atiende a las señales que la dirigencia política emite frente a esa situación alarmante, apenas se encontrarán algunas alusiones -entre tangenciales y voluntaristas- a la magnitud de la crisis y la necesidad urgente de un amplio consenso social para enfrentarla.
El Gobierno camina de mentira en mentira sobre el momento en que por fin alumbrará el horizonte de normalidad. Sigue prometiendo objetivos incumplibles de mejora sanitaria y sus dos principales referentes políticos se niegan a reconocer el daño que hicieron al dejar a los ciudadanos argentinos esperando sus vacunas como rehenes en medio de una disputa geopolítica, mientras crecía a ritmo exponencial el número de muertos por la pandemia y el sistema de salud respiraba exhausto.
El presidente Alberto Fernández y la vice Cristina Kirchner desplegaron estrategias paralelas para conseguir vacunas, con un patrón común: el prejuicio ideológico y la propensión al conflicto de intereses mediante el uso de intermediaciones apenas transparentes. AstraZeneca y Sputnik son los nombres de dos fracasos de los que la fórmula presidencial se niega a rendir cuentas. Con la llegada de la variante Delta del virus, y sin los avances necesarios del plan de vacunación, el oficialismo saca otra vez a relucir su único recurso disponible: el de la punición y el miedo.
Pero incluso ese reflejo desesperado de la política sanitaria apareció esta vez en segundo plano, asordinado tras las peleas por los espacios en las listas de las primarias y los gritos de alerta de los centinelas en la Casa Rosada por las amenazas de asalto al gabinete y abordaje del Instituto Patria.
Como antes a la exministra agobiada Marcela Losardo, esta vez le tocó al enfático ministro Agustín Rossi admitir que lo habían despedido -nada menos que de la administración de la defensa nacional- mediante el recurso expeditivo de una declaración por TV.
Más grave aún fue la aparición de informaciones que revelaron una rutina de visitas carnestolendas a la residencia de Olivos en tiempos en que regían las normas más duras del estado de excepción que limitaron los derechos constitucionales de circulación y reunión para los ciudadanos comunes.
Sin nada más que desaciertos graves para exhibir como gestión sanitaria y nada mejor que un cáncer anestesiado con morfina para mostrar como política económica, podría suponerse que un resultado negativo en las elecciones de este año ya está cantado para el oficialismo. Falta registrar el estallido del orden opositor.
Así como el experimento de una presidencia vicaria está astillando las listas territoriales en el peronismo, el principal bloque opositor se abrazó a las primarias estatalizadas como a una rama en el naufragio. Y eso lo obliga a postergar hasta mediados de septiembre -una eternidad- cualquier discurso propositivo, unificado y de cara a la sociedad, sobre la resolución de la crisis.
Los referentes opositores se reparten en dos grandes grupos: los que se critican mutuamente con sablazos enfurecidos (que jamás destinaron a su adversario común) y los que reflexionan más mesurados pidiéndole a la sociedad la paciencia necesaria hasta el 13 de septiembre. Cuando todos juntos se ocuparán de imaginar y proponer alguna cosa a tono para superar la crisis.
Argentina le disputa a Namibia el liderazgo global como el país con mayor cantidad de muertes por millón de habitantes por la pandemia. Pero la oposición disfruta con enjundia digna de mejor causa su momento extático de primarias danesas.
El oficialismo sólo propone acuerdos para equivocar el rumbo. La oposición propone cambiar el rumbo con acuerdos que no alcanza a construir para sí misma. Entre ambos, el país profundiza la más riesgosa de sus grietas: la que divide a la sociedad de sus representantes.