Honrar, honra. El día 3 de enero, cuando la mayoría todavía somnolienta esbozaba una sonrisa por la esperanza de un año mejor, los que lo conocieron se conmovieron por la muerte inesperada de Raúl Baglini.
Ya descansa aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lenguaje tan varonil y tan gallardo.
Ha muerto un hombre notable que ayudó a consolidar la libertad.
Lo conocí en su ciudad natal, cuando Ricardo Balbín en los años sesenta cautivaba con su oratoria los ideales clamorosos de la juventud radical.
De Balbín, estoy seguro, aprendió el lenguaje que años más tarde en el Parlamento argentino cautivó a los que tuvieron el privilegio de escucharlo.
No conocí, después de recuperada la democracia, parlamentario mejor dotado de elocuencia: más que discutir, establecía; más que argüir, flagelaba, decía lo que era vil para la República y no se detenía a probar que lo era.
Su frase era serena pero contundente y su pensamiento elevado como su estatura.
En 1983 asume como diputado nacional donde se destaca hasta alcanzar la presidencia del Bloque de la Unión Cívica Radical.
El primer tramo de su gestión fue sostener el gobierno del Presidente Raúl Alfonsín, la transición democrática, que son las más difíciles y traumáticas porque estaba en juego la libertad conquistada y el temor de la vuelta al pasado.
Luego de esa amarga experiencia, un gobierno de signo distinto adviene al poder y están en juego otros valores.
Los que venían en nombre del populismo nacionalista pusieron a remate el país en la mesa de los mercaderes y Baglini personificó la oposición política.
En 1991 me incorporé como diputado por mi provincia a esa trinchera de un magnífico bloque que hoy puede decir con orgullo radical “nosotros nunca vendimos el país”.
Ninguno como él –minero intelectual- perforó, en debate histórico, el socavón de la montaña de la deuda externa que todavía nos agobia a los argentinos.
Célebre es su frase- que condensa todo un dogma- “las convicciones de un político argentino son inversamente proporcionales a su cercanía al poder”.
Hay quienes creemos en la política como la más límpida actitud frente a la vida.
Que no todo se puede comprar, porque hay valores sin precio.
Que la libertad del hombre es más importante que la libertad de las tasas y que es más digno luchar por los desposeídos que por los poseedores.
Cuando tuve el honor de reemplazarlo en la presidencia del bloque, era como trabajar a la sombra de una montaña.
Raúl Baglini fue, además de docente destacado, presidente de la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical.
No ha sido ajeno a la crítica vil de propios y extraños.
“Los hombres no perdonan nunca a los que le son reconocidamente superiores” afirmaba José Martí.
Dice la crónica que en el último camino a su morada final casi no lo acompañó nadie.
La pandemia es una desgracia, pero la ingratitud es una vergüenza.
Quisiera algún día volver a Mendoza, esa tierra opulenta de heroísmo, de riqueza, de hombres y mujeres que por la libertad americana lo dieron todo, donde murió mi madre, para colocar una flor en su tumba.
Y aquí en La Rioja, los que fueron sus amigos y correligionarios, y siguen siendo fieles a los grandes muertos, queda el verde brote de la esperanza por todo lo que sembró el eminente ciudadano Raúl Baglini.