Seguramente, todos desenvolvemos nuestras labores cobijados por las dos palabras que encabezan esta nota. Y está bien hacerlo. Propongo, entonces, que recordemos aquellas “realidades fundantes” de nuestra vida y actuar.
a) Nuestro Planeta, la Tierra, desde que comenzaron a unirse los gases primordiales del inicio del universo, ha tardado casi 5 mil millones de años para formarse. Y muchos años más para que la incipiente vida comenzara y se desarrollara hasta llegar a “los humanos”. Por lo que, mucha razón tienen las culturas ancestrales, de todo el planeta, en decir y experimentar que “La tierra y la naturaleza no son nuestras, sino que nosotros somos de Ella, la Madre Tierra”. Con todo lo que esto rezuma de cuidados y de negligencias, de responsabilidad y de “qué me importa”, desde que la humanidad fue poblando este lugar. Lugar considerado sagrado porque él nos permite vivir y desarrollarnos. Haciéndome eco de esto, a nadie le es lícito apropiarse de lo que la naturaleza ha previsto para todos: tierra, agua, montañas, lagos, ríos, mares, etc.
b) Felizmente, hoy y cada vez más, se está volviendo a tomar conciencia de que la tierra es un “organismo vivo” y que es la única casa que tenemos, al menos por ahora. Y así como cuidamos nuestra casa familiar, deberíamos comportarnos con la “gran casa de todos”. Pero, qué infelicidad es comprobar que, en las actitudes individuales y de las naciones, mucho se habla de cuidar el planeta, mientras se continúan realizando acciones contrarias. La ya conocida actitud del doble discurso que, de continuar así, llevará al planeta-casa a la destrucción y con él a todos nosotros y a los que deberían venir. El argumento siempre es el mismo: “debemos (¡algunos!) continuar progresando tecnológicamente, aunque otros (¡la mayoría!) continúen en el subdesarrollo y en la miseria”. Y así, desde luego, se procuran…
Los conflictos y las guerras
Simbólica y acabadamente, bien lo relata la Biblia. La primera guerra y el primer homicidio se produjo entre dos hermanos: Caín y Abel. El primero observaba que las tierras de Abel tenían mejores producciones, y pensando (día y noche) qué hacer resolvió algo que se ha vuelto ‘diario y normal’ en nuestra “civilización”: dio muerte a Abel y se quedó con sus tierras. Clara y terrible realidad de lo que ocurre, diariamente, en Argentina y en todo nuestro mundo. Recuerdo, aquí, que Mahatma Gandi decía: “Ojo por ojo y todos quedaremos ciegos”. Y la otra frase de aquel intelectual, un tanto pesimista: “el hombre es lobo del hombre”.
En nuestros días, la guerra entre Rusia y Ucrania, el gravísimo conflicto entre Palestinos e Israelíes -a los que, posiblemente,deberemos incluir Irán- y el continuado terrorismo en diversas partes de nuestro grande y bello globo azul, no hacen más que oscurecer el hecho de que todos venimos de un mismo origen y que todos necesitamos unos de otros para poder desenvolvernos en la vida.
Todo en pos de la ceguera del corazón y de la mente y con el afán -nunca suficiente- de más riqueza y de más poder. Haciendo verdad la triste aseveración del “tanto tienes, tanto vales”. En este pensamiento, no dejo de criticar severamente a quienes nombran a los trabajadores (de todo tipo y profesión) como ‘recurso humano’ o ‘capital humano’.
Educación y cambio de paradigmas
De los tantos discursantes de hoy, nadie hay que deje de pronunciar estas dos palabras. Si lo hacen y luego las llevan a la práctica, ¡enhorabuena para ellos y para todos!
Recuerden, amigos, que muy a menudo, se confunde ‘educación’ con ‘instrucción’. Aunque ambas se complementen y constituyan ‘la cultura de un pueblo’. Hoy, con los medios a nuestro alcance, es posible -para muchos- tener una buena instrucción que les posibilite (intelectual y manualmente) tener un trabajo y a ocupar un sitio en nuestra sociedad. Lo vimos acabadamente durante la pasada pandemia. Educación, dice relación a las características internas y externas que hacen de un ser humano “una persona” que es capaz de agradecer la vida y al mundo recibido, y que ese agradecimiento lo practica hacia su vida, hacia los prójimos y hacia el mundo-sociedad que lo rodea. La educación no es cuestión de libros y de enseñantes: es cuestión de ‘criterios de vida, de valores espirituales y de conciencia, de ‘maestros’ del buen vivir entre nosotros. Que los hay, comenzando por los mayores que dan ejemplo con sus vidas, siguiendo por lo que deberían ser y hacer las llamadas ‘autoridades’ de todo tipo y color, y a quienes Jesús de Nazaret ungió con el hermoso y responsable título de “servidores” de sus semejantes.
No podemos negar que, en el presente, estamos bastante huérfanos de mucha y buena educación, sin que esto signifique un punto negro para nadie. Pero, los invito a ver y reflexionar sobre la actitud de algunos/as que definen a otros/as como importantes, personajes, famosos, celebridades etc. Y esa invitación y meditación la extiendo a que observemos lo que sucede en los medios virtuales de comunicación: internet, televisión por cable y por aire, algunos medios impresos, y lo que de ellos los espectadores captan y hacen vida en sus vidas. Hoy, la mayoría de esos medios se ha dedicado al ‘chismorreo’ sobre otras personas, a preparar comidas caras para pocos, a dedicar media hora de reloj al fútbol en los noticiosos de una hora, a construir paneles de sedicentes periodistas con el despropósito de intervenir en la vida ajena. Ejemplo lamentable de esto es, nuevamente, la casa del gran hermano. Programa desastroso por todo su contenido y desarrollo y que no representa a una casa real, atentando contra la verdadera dignidad de quienes participan y de los muchos -infelizmente- televidentes que lo siguen.
* El autor es sacerdote católico.