De esto no caben dudas:
hay hombres desocupados,
y no escasos de deberes.
Es decir, tienen trabajo
pero a él le son esquivos
y al ocio están entregados
aunque llueva, nieve o truene.
Lo peor es que aquí no hablo
de espectáculos catódicos,
de ocios televisados.
Hablo de Casa Rosada,
no de la de Gran Hermano.
Pero esta Argentina es pródiga
en comprobar nuestro hartazgo
y pareciera que intenta
meternos en un teatro
como a pobres personajes
dirigidos por el Diablo.
Y entonces deja en la tele,
con sus ecos, que son vastos,
un ruido sin importancia,
conducido por Santiago
del Moro, que se escapó
de un intratable formato
para elegir este otro
con muchos 4 de bastos,
que sin embargo provocan
picor en altos estratos.
Qué cruel es este país,
cuánta pasión por lo rancio:
nos da metáforas justas
de a lo que hemos llegado.
De golpe en la caja boba
se oye un torpe comentario
de un Alfa que es un omega,
que menta a un “mandatario”
en medio de otras sandeces,
se nomina sobornado
con liviandad e impudicia,
pues para eso lo han llamado:
para mojar una oreja
de alguno que esté mirando.
¿Qué haría un buen presidente,
qué haría si fuera sabio?
Haría, pues, sus deberes:
ignorar al insensato
y entregarse a su tarea
de cumplir con el mandato
que las urnas soberanas
una vez le encomendaron.
Y sí que hay cosas que escuecen,
con la pobreza en lo alto
(eso en hambre se traduce,
por si alguno lo ha olvidado),
los dólares infinitos
y en picada los salarios.
Pero hay que tener poder
para ejercer un mandato,
algo que suena a obviedad,
excepto para estos años,
con un gobierno en que abundan
ministros por todos lados
—por cierto, también ministras,
perdón por mi castellano—,
un gobierno distraído,
con un ojo en los juzgados
y otro en la Copa del Mundo
—el Mundial está cercano
y tal vez la albiceleste
alivie a los agobiados—.
En ese contexto insano,
decíamos al principio,
al fin causa impacto
en el hombre del bigote,
en el primer mandatario,
lo que dice un integrante
del programa Gran Hermano,
que hasta hoy pocos conocen,
y el dicho de este pelado
provoca tuits encendidos,
en un hilo desplegados,
de la vocera de aquel
que otras cosas ha callado.
Nos dice en esa respuesta
—sorpresa en propios y extraños—
que se encuentran obligados
a responder prontamente
los dichos televisados,
“porque nuestro presidente
no se ha visto involucrado
en hechos de corrupción”,
“porque debe quedar claro”,
“porque al señor del programa
no recuerda haberle hablado”,
“porque esto no puede ser,
hasta dónde hemos llegado”.
Y entonces —porque, por suerte
algunos tienen recato—
se arma pronto el tole tole,
se indignan los ya indignados.
Bah: se enoja medio mundo,
los de Juntos y los K,
troskos y libertarios,
sin bandera y periodistas,
“planeros” y acomodados.
¿No hay cosas más importantes
para enojarse, me cacho?
Pero parece que no,
esto sí que lo ha tocado,
más que el Indec o los pobres,
al que nos tiene a su cargo.
Como se dijo al principio,
el ocio se ha apoderado
del que tendría que estar
en el frente, y a sablazos,
dando la dura batalla
para la que lo han votado.
Hay señales, y esta es una,
de algo llamado fracaso.
No es que no estemos curtidos,
tenemos un doctorado
en dura supervivencia,
entre kirchnerismo y Gato
no ganamos para sustos
(es que tan poco ganamos…).
No es que algo nos sorprenda,
pero esto es exagerado.
De hecho incluso es obsceno.
Del que nada se esperaba
sólo disgustos ha dado.
El ocio en Casa Rosada
se mata con Gran Hermano.
Y, mientras, la Gran Hermana
se sonríe de costado.