Estas palabras de Vicente López y Planes que titulan esta nota, integran nuestro Himno Nacional: son la síntesis del 25 de mayo de 1810.
Romper los lazos con el Rey y España no fue un movimiento espontáneo. Fue tramado y pergeñado en la clandestinidad. Sus protagonistas corrieron riesgos de castigo y prisión. La Revolución también fue motivo del rompimiento de las relaciones de muchas familias.
Al recibirse en Buenos Aires la noticia de la caída de Fernando VII y de la llegada del nombrado virrey Cisneros en reemplazo de Liniers, las reuniones de los patriotas disconformes comenzaron a sucederse…
Manuel Belgrano en su Autobiografía cuenta que “...mi objeto era que se diese un paso de inobediencia al ilegítimo gobierno de España, que en medio de su decadencia quería dominarnos…”.
En esas primeras reuniones en las casas de Rodríguez Peña, Pueyrredón y Vieytes se sentaron algunas bases, pues según Belgrano: era preciso no contar sólo con la fuerza, sino con los pueblos y que allí se arbitrarían los medios: “Cuando oí hablar así y tratar de contar con los pueblos, mi corazón se ensanchó y risueñas ideas de un proyecto favorable vinieron a mi imaginación”.
Sin embargo, las debilidades de carácter, los intereses personales, y el temor de que se supiera sobre estas reuniones y fueran castigados, privaron para que esa ocasión se perdiera.
Desencantados no se dieron por vencidos, en sus corazones albergaban la esperanza de que ya llegaría el tiempo en que las brevas maduren, como dijo Saavedra.
A principios de 1810, Cisneros quiso tener su propio periódico y así nació el Correo de Comercio. Esto dio a los conspiradores la excusa perfecta. Belgrano lo cuenta así: “y tuvimos este medio ya de reunirnos los amigos sin temor, habiéndoles hecho éstos entender a Cisneros que si teníamos alguna junta en mi casa, sería para tratar de los asuntos concernientes al periódico”.
“En el mes de mayo, era llegado el caso de trabajar por la patria para adquirir la libertad e independencia deseada... Muchas y vivas fueron entonces nuestras diligencias para reunir los ánimos y proceder a quitar a las autoridades. Se vencieron al fin todas las dificultades, que más presentaba el estado de mis paisanos que otra cosa, apareció una Junta, de la que yo era vocal. Era preciso corresponder a la confianza del pueblo… "
Había llegado el momento de actuar, con y para el pueblo, que quería saber qué se trataba en el Cabildo. Y ese pueblo reunido en la Plaza, a pesar del mal tiempo, fue testigo y protagonista de la ruptura de lazos con España; hombres y mujeres comenzaban así una nueva etapa: la de la autogestión. Ese 25 de mayo de 1810 tomamos posesión de nuestra Patria para construir una nueva Nación.
Pero no sólo las cadenas con España fueron rotas, también lo fueron las familiares, en especial entre padres e hijos.
Vale citar como ejemplo este caso.
Ignacio, el hijo desobediente
Diez bayonetazos y un balazo fueron el saldo de su acción durante La Defensa. Su padre era un militar español que en 1810 era el Gobernador de la isla de Chiloé, quien, al saber de los sucesos revolucionarios le escribió, no sólo como padre sino como súbdito del Rey.
“Espero no te hagas faccionario por más que te inciten, ni te unirás a los partidos corruptos, vive sin unión de aquellos ni de amistades que te perjudiquen. Si por desgracia (que no lo espero) te separases de este ilustre modo de pensar, olvídate de quien te dio el ser después de Dios, considérate desde aquel desgraciado momento, abandonado de los tuyos, los que continuarán con firmeza defendiendo hasta la muerte los sagrados derechos de nuestra Santa Religión, Rey y Patria”.
Este consejo llegó tarde, el joven Ignacio ya se había involucrado, tanto que era el Jefe del Regimiento 4 de Montañeses, nombrado por la Junta.
Además su madre lo presionaba: “eres hijo de un padre al que el honor le sobra, que primero morirá que faltar a su legítimos Rey, que yo pienso lo mismo. Que a pesar de lo mucho que te quiero, mejor quiero llorarte muerto que con nota de infamia, y que si tú piensas de otro modo, no me escribas, no quiero saber nada de ti ni de tus progresos”.
Triste encrucijada para el hijo descarriado. Angustiado, Ignacio le pide a su hermano Antonio que interceda: “Has de tu parte para que la buena madre me deje ser un buen americano, sin hacerme por ello un mal hijo…”.
Sin embargo, la respuesta es casi una maldición. Carente de ternura maternal, lo acusa de envilecer su sangre y su patria: “Mientras sigas con tu capricho, cuéntate solo en el Mundo, no tienes Padres ni hermanos, ni jamás me volverás a ver y contribuirás a mi muerte, y serás el odio y la execración de los tuyos… Adiós hijo mío, si eres digno de serlo… Decide: el ser un hijo obediente o el perder para siempre a tu madre”. Isabel Thomas de Álvarez.
Ignacio Álvarez Thomas soporta la decisión con entereza, resignado y a la vez convencido elige el amor a la Patria, antes que al filial; firme en su “capricho”. Años después sería el Director Supremo que convocó al Congreso de Tucumán.
* El autor es historiador sanmartiniano.