Durante estos extraños meses he tenido en Antoine de Saint-Exupéry un formidable compañero de aislamiento y reflexión. Una de las obras que leí es su novela de iniciación, Correo Sur. Tiene los defectos de una obra de esas características. Sin embargo, Saint-Exupéry muestra en este libro sus dotes de novelista.
Por un lado se ve esa pasión que le hizo escribir las mejores páginas literarias sobre la aviación. Por el otro deja ver su exquisita sensibilidad para plasmar la complejidad y la profundidad de las relaciones humanas.
El libro relata el romance entre un joven piloto y una mujer que acaba de perder a su hijo; su matrimonio naufraga sin remedio. Los dos se conocen desde tiempos de la infancia, poseen un fondo compartido de experiencias, una crianza común, aunque orígenes sociales diferentes.
El piloto lleva una vida de permanente mudanza, de traslados, diferentes ciudades, una sucesión de habitaciones de hoteles y pensiones. Sus pertenencias se reducen a unas pocas cosas: ropa, fotografías, unos libros, efectos personales, objetos útiles de poco valor. La esencia de Jacques Bernis está hecha de alas.
Geneviève es una mujer de clase alta probablemente aristocrática, criada en una antigua château de la campiña francesa. Posee una relación íntima con los muros y los techos de las casas en las que ha vivido, con la piedra, la argamasa y la madera, con las cortinas, los decorados y los muebles de estilo, las obras de arte y los objetos de valor. Ha vivido en entornos que la sobrevivirán. La esencia de Geneviève está hecha de raíces.
A poco de iniciar su romance con Bernis advierte que conservar el contacto con su mundo le será imposible. La relación la obliga a vivir en entornos efímeros que dejarán de existir antes de que ella los haya abandonado. Geneviève es ella y sus objetos, su identidad se funda en esa relación profunda e indestructible.
Podría pensarse que Saint Exupéry incurre en la contraposición vulgar y trillada entre el espíritu y la materia, o entre los perfiles psicológicos respectivos. Nada más alejado.
Bernis, a su modo, también es un “materialista”: pero su materia preferida es el cielo, el espacio. Confundir la escasa densidad de esa materia con el espíritu es un grave error. Geneviève por su parte está lejos de ser alguien obsesionado con la fortuna o el bienestar económico: en realidad “espiritualiza” su relación con los objetos, la constituyen, no puede prescindir de ellos sin perderse a sí misma.
No hay impugnaciones efectistas al aparente materialismo de los amantes. Por una visión distorsiva que podría tener un remoto origen cristiano se tiene en menos la dimensión material de las relaciones humanas, se piensa que es prescindible. Con la sutileza que lo identifica, Saint Exupéry, un enamorado de la materia de las máquinas, del cielo y de la superficie de la tierra señala la densidad material constitutiva del amor humano.
El contrapunto planteado adquiere particular relevancia en el contexto que atraviesa la humanidad en estos días. Usualmente asociamos la libertad a las alas, a la posibilidad de movernos a voluntad, por el espacio, de preferencias. Por el contrario, las raíces son la metáfora de la seguridad, de lo que tenemos por cierto, de lo que nos sujeta a un lugar concreto.
Pero ¿y si fuera al revés? Hannah Arendt explicó que en el mundo antiguo el fundamento de la libertad política (entendida como la facultad de vivir según las propias leyes) era la propiedad, el arraigo a la tierra. Y al contrario: La falta de acceso a la propiedad condenaba a los hombres del mundo antiguo a someterse a la voluntad de otros.
El confinamiento, la cuarentena más o menos forzosa parece haber limitado dramáticamente nuestra libertad, nuestra capacidad para transitar según nuestro parecer. Es indiscutible. Pero quizá la mayor amenaza a la libertad en este contexto de riesgo sanitario esté en aspectos menos advertidos.
Por un lado, quien no puede refugiarse en su casa para reducir la posibilidad de contagio está mucho más expuesto al peligro, es menos libre al ser menos fuerte. Por el otro, la amenaza podría provenir del horizonte de una crisis económica extrema, en la que los Estados decidan echar mano a la propiedad de los individuos, esos reductos que no son la libertad en sí misma pero son su fundamento. O la posibilidad de que la información de cada individuo que el poder recaba sirva para manipular a la población según sus designios, amparado en la retórica del interés general.
Estas últimas posibilidades exceden la perspectiva de Saint-Exupéry, al menos en este texto. Pero su obra constituye un deslumbrante ejercicio de reflexión sobre la libertad. Es preciso volver a ella para reencontrar su valor y su significado.
*El autor es Profesor de Filosofía Política y Social.