Todos los días la Tierra gira sobre su propio eje de manera tan lenta, que las personas que lo habitamos no percibimos el movimiento.
Todos los días, en ese mismo planeta, los gases de efecto invernadero generan un daño de mod tan silencioso y constante que muchos tampoco se dan cuenta.
En algunos casos no es tan silencioso: durante los últimos días, los incendios forestales en Canadá con récord de temperaturas y las inundaciones históricas en más de 30 ciudades de China ocurrieron prácticamente en simultáneo.
América Latina fue la región más afectada por tormentas, sequías, inundaciones y olas de calor durante 2020, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Un reciente reporte del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), de la ONU, alertó que el 90% del retroceso de los glaciares desde 1990 se debe a la actividad humana y que los últimos 5 años fueron los más calurosos desde 1850.
La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera es la más alta en los últimos 2 millones de años y a este ritmo de emisiones, el nivel del mar crecería 2 metros a fin de siglo.
El mundo requiere urgentemente de iniciativas que mitiguen el cambio climático a la vez que resuelvan las grandes “brechas abiertas sociales” de nuestra región y el mundo.
El objetivo, entonces, es redirigir toda esa energía innovadora en pos de un impacto positivo y no únicamente en el rédito económico.
En algunos países ya está sucediendo. La Unión Europea ha dispuesto 267.000 millones de dólares en inversiones sustentables, el principal fondo de inversión del mundo, BlackRock, anunció que retirará su apoyo para 2050 de empresas que no mitiguen el cambio climático y en todo el mundo emergen los emprendedores de impacto económico, social y ambiental.
En Latinoamérica el movimiento es todavía incipiente y reúne solo 4% de las inversiones sustentables a nivel global, según Global Impact Investing Network.
Las problemáticas estructurales hacen que solo 2 de cada 10 startups sobrevivan a los primeros cinco años desde su fundación, en lo que se conoce como el “valle de la muerte”, y que apenas 14% logre escalar y levantar fondos.
El objetivo de Impactlatam, plataforma de la cual soy fundador, es potenciar y acelerar emprendimientos de impacto en toda la región a la vez de crear una comunidad, y vincularlos con inversionistas.
Estos emprendedores son la llave para resolver las crecientes inequidades sociales y mitigar la crisis climática en Latinoamérica y en el mundo.
Uno de los principales desafíos es avanzar en un cambio cultural, donde se incorpore la variable de impacto a la de retorno económico en la economía mundial y a la hora de hacer negocios.
Es decir, dejar atrás el paradigma de rédito monetario como principio rector de la ecuación y avanzar hacia una concepción del triple impacto.
La reutilización de indumentaria que propone Litt para disminuir la contaminación del mundo de la moda; la leca para construcción de Arqlite a base de plásticos complejos; y el método educativo de cooperación de la startup mendocina Egg; son ejemplos de que no es utópico.
Todos tienen algo en común: una base tecnológica que funciona como aliada del modelo de negocios que busca resolver un problema social o medioambiental.
Hace unos años, la primera ola de emprendedores latinos tomó ideas de países desarrollados y fundaron empresas como MercadoLibre y Despegar.
Más tarde, llegó una segunda ola de startups basadas en economías de las plataformas como Rappi y Cornershop.
Mientras el mundo sigue girando, el cambio climático envía sus advertencias y las inequidades sociales se incrementan, en Latinoamérica nos preparamos para la tercera ola: la de los emprendimientos de triple impacto y desde Impactlatam estamos acelerando esta transición.
*El autor es Co.fundador de la Asociación de Emprendedores de Latinoamérica