En el libro Líderes escrito por Henry Kissinger poco antes de su muerte, ya centenario, en el que describe a varios dirigentes mundiales que trató en su carrera académica y diplomática el capítulo dedicado a Konrad Adenauer deja lecciones valiosas para afrontar crisis.
La gran enseñanza sobre Adenauer es el realismo de este estadista, que asume que Alemania ha sido derrotada en la segunda guerra mundial. El canciller alemán que coloca los cimientos, con su ministro de economía Erhard, del llamado “milagro Alemán” y su inserción en las democracias industriales occidentales, tiene que librar un debate continuo con personas de su partido y de la oposición, A los que les cuesta asumir la realidad de la derrota y la destrucción del país.
Uno de los problemas que tenemos los argentinos, que impiden frenar la decadencia y reiniciar un ciclo virtuoso de crecimiento y desarrollo, es no asumir la realidad de los males que nos aquejan y nos han llevado al deterioro de las condiciones de vida de una parte muy numerosa de la población.
Desde 1974, cuando concluye el último ciclo de once años consecutivos de incremento anual consecutivo del PBI, por nuestra incapacidad de afrontar los cambios que las tecnologías nuevas, sistemas productivos distintos, cambios en los esquemas del poder mundial, provocaban en nuestro sistema productivo.
Ya ha transcurrido medio siglo sin que nuestro país pueda mostrar un período de 11 años de crecimiento consecutivo. Si bien la región a la que pertenecemos en comparación con el resurgimiento asiático también ha quedado rezagada, en relación a la Argentina ha crecido. En 1960 el PBI de la Argentina y Brasil eran similares, pero por habitante, casi lo cuadriplicábamos. Hoy su economía cuadriplica a la Argentina y por habitante es casi similar. Pero si vamos a otros índices como los graduados universitarios cada 10 ml habitantes, tanto Chile como Brasil nos aventajan ampliamente.
Una buena parte de la población y de los que tienen responsabilidades dirigenciales no tienen conciencia de este deterioro. Como no tenemos conciencia que en 1982 perdimos una guerra y que a pesar que declamábamos nuestra pertenencia al mundo “occidental y cristiano”, la guerra la encaramos contra las potencias líderes de ese mundo.
Nos pasa algo parecido ahora con el gobierno actual, que proclama su adhesión enfática a Occidente, pero se abraza a los alfiles de Putin- en campaña contra Occidente- en Europa como el húngaro Orban, los líderes del franquismo español o los nostálgicos del régimen de Vichy, títere de Hitler, que representan los partidarios de Le Pen en Francia.
Las comparaciones con otros países que se pretenden mostrar como modelos también denotan la ausencia de realismo. Unos, como el presidente nos señala el ejemplo de Irlanda. Esta república parlamentaria tiene una superficie equivalente a la mitad de la que ocupa la provincia de Mendoza y unos cinco millones de habitantes. Otros nos indican que debemos imitar a Singapur que es una ciudad estado, su territorio triplica al de a Ciudad de Buenos Aires, poco más de setecientos kilómetros cuadrados y uno siete millones de habitantes. ¿Merecen seriedad esas comparaciones? Nuestro país se acerca a los cincuenta millones de habitantes en un territorio de más de dos millones setecientos mil kilómetros cuadrados y un mar territorial de igual dimensión.
Se trata de otra escala, en todo caso, podemos comparar con Australia y Canadá, con territorios más extensos, pero menos poblados y pensar si el principal problema es que somos pocos para esa superficie territorial y demasiados para ser una Irlanda y que por lo tanto debemos recuperar ese sentido de grandeza que tuvieron los Sarmiento y los Roca cuando proponían una Argentina de más de cien millones de habitantes.
El país no resurgirá con fuerzas mágicas ni por la acción de profetas ni redentores. Lo distintos salvadores de la patria que a lo largo de mucho tiempo se sucedieron siempre la dejaron peor que cuando la recibieron.
Tampoco con supuestas refundaciones. Desde hace largo tiempo distintos gobiernos, de origen democráticos o surgidos de golpes de estado lanzaron propuestas refundacionales, nuevas argentinas, revoluciones nacionales…
La Argentina ya tiene raíces seculares, hace cinco siglos que un grupo de europeos pisó `por primera vez estas tierras y iniciaron las primeras exploraciones internándose desde el Paraná hacia las sierras de Córdoba.
Ya han pasado más de doscientos años que los padres fundadores proclamaron ideas que son los pilares básicos de nuestra idiosincrasia, las ideas de la libertad y la igualdad y que luego de enormes derramamientos de sangre en las guerras civiles, más violentas que la de la independencia, concluyeron con el verdadero pacto de convivencia civilizada de los argentinos que es la constitución nacional.
Ese es el camino de la recuperación, cumplir las normas, respetar las leyes, los compromisos, los contratos, los fallos de la Corte Suprema, los compromisos internacionales.
*El autor es presidente de la Academia Argentina de la Historia